Vicealmirante (RA) Paulo Guevara Rodríguez

Opinión

El cerco estratégico contra Maduro

El despliegue de medios estadounidenses en las costas venezolanas ya no es una advertencia, sino una demostración tangible de fuerza.

Vicealmirante (RA) Paulo Guevara Rodríguez
26 de agosto de 2025

La ofensiva de Estados Unidos contra el régimen de Maduro trasciende lo interno de Venezuela: articula la lucha contra el narcotráfico —concebido como una amenaza directa a la seguridad nacional—, la defensa de la democracia en América Latina y la voluntad de emplear el poder estadounidense en el hemisferio, con un mensaje claro hacia actores globales como China, Rusia e Irán.

Lo que ocurre en Venezuela no es un pulso doméstico por el poder ni un episodio aislado. Se trata de un asunto instalado en la más alta agenda internacional, donde converge la acción de la única superpotencia global con tres factores centrales: la disuasión estratégica, el narcotráfico como amenaza directa a Washington y la protección de los principios democráticos en la región.

El despliegue de medios estadounidenses en las costas venezolanas ya no es una advertencia, sino una demostración tangible de fuerza. No se trata de un movimiento improvisado, sino de una estrategia cuidadosamente diseñada cuyo eje es el reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente legítimo de Venezuela. En paralelo, al catalogar a Nicolás Maduro como jefe del “Cartel de los Soles” y declarar narcoterroristas a sus estructuras, Washington abrió el marco legal y político que le permite ejercer presión directa con medios militares.

El aislamiento internacional de Maduro se profundiza y refleja el desinterés de sus antiguos aliados en defenderlo. Rusia concentra sus recursos en Ucrania y mantiene un canal pragmático con Washington. China, pese a sus vínculos pasados con el chavismo, prioriza la estabilidad de su relación económica con Estados Unidos. Irán, aunque tradicional socio, atraviesa un escenario adverso en Medio Oriente y carece de capacidad real para brindar un apoyo decidido.

En el terreno económico persiste una paradoja: compañías petroleras estadounidenses operan en campos venezolanos, lo que confirma el pragmatismo de Washington, dispuesto a separar los negocios de la presión política.

A nivel regional, el aislamiento de Maduro también es evidente. Solo Cuba y Nicaragua lo han respaldado abiertamente, mientras que México, Brasil y Colombia mantienen una postura ambigua o prudente. Incluso el proyecto de una zona binacional entre Colombia y Venezuela, promovido bajo afinidades ideológicas, no avanza en la dirección prevista. La desconfianza de las Fuerzas Militares colombianas hacia sus contrapartes venezolanas, por sus nexos con guerrillas y cabecillas criminales, sigue siendo un obstáculo insalvable. En este contexto, el presidente Petro, en lo que parece un giro pragmático tras el fracaso de la Paz Total, estaría considerando incluir al ELN, las disidencias de las FARC y el Clan del Golfo en las listas de organizaciones terroristas, un reconocimiento tácito de que Venezuela continúa siendo refugio de estas estructuras.

Para Colombia, la prioridad inmediata es contener la presión de múltiples focos de violencia interna —Catatumbo, Cañón del Micay, sur de Bolívar y nordeste de Antioquia—. No obstante, lo que ocurre en Venezuela incide directamente y exige reforzar controles marítimos, terrestres, aéreos y de guerra electrónica en la frontera, con reglas de encuentro claras para evitar incidentes que puedan escalar innecesariamente.

La presión militar estadounidense ha evidenciado la fragilidad de las milicias chavistas, más útiles como propaganda que como fuerza real de combate. Sin embargo, el régimen aún dispone de unas Fuerzas Armadas regulares y grupos irregulares que podrían sumarse a su defensa. Frente a ello, el despliegue de Washington —que incluye buques de superficie, submarinos, medios aéreos de última generación, capacidades de guerra electrónica, fuerzas anfibias y unidades de operaciones especiales— constituye un dispositivo de enorme versatilidad: capaz de imponer un bloqueo naval y aéreo, ejecutar operaciones de asalto anfibio o realizar infiltraciones quirúrgicas contra blancos de alto valor. El desbalance frente a las limitadas capacidades venezolanas es abrumador, lo que indica que el objetivo trasciende la narrativa antidroga y responde a una estrategia más amplia de disuasión estratégica y presión política.

El desenlace más probable no apunta a una invasión total, sino a un desgaste progresivo del régimen, la promoción de fracturas internas y la creación de condiciones para que la oposición, encabezada por Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, logre consolidar un cambio legítimo con respaldo popular. En ese proceso, la adhesión de militares inconformes con la cúpula chavista podría acelerar la transición.

Maduro enfrenta el mayor desafío de su permanencia en el poder: el aislamiento internacional, el cerco militar que supera la narrativa antidroga y una oposición revitalizada. Estados Unidos no improvisa: ejecuta una estrategia de largo aliento destinada a forzar la salida del dictador y restaurar la democracia en Venezuela.

Si el plan de Donald Trump se concreta, será una jugada maestra a tres bandas: un golpe directo contra regímenes autoritarios sostenidos por el narcotráfico; una demostración de fuerza para reafirmar el liderazgo estadounidense en el hemisferio; y una advertencia global frente a China, Rusia e Irán sobre los riesgos de desafiar el poder de Washington.