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El fin de la verdad

La verdad está muerta y las redes están sirviendo para asesinarla. El juego lo entendieron congresistas, políticos, periodistas y hasta futbolistas que actúan más como youtubers que como profesionales en su campo.

Luis Carlos Vélez
19 de junio de 2021

En 1890, Carolina del Norte era uno de los estados más diversos de Estados Unidos y Wilmington una ciudad en la que, a excepción de la mayor parte de ese país, los afroamericanos eran dueños de negocios prolíficos y hacían parte de una clase media creciente. Gracias a su empuje, su comunidad era tan influyente que incluso tenía múltiples representantes en el gobierno local, algo único frente al del resto del Estado.

Los demócratas, para entonces el partido de los supremacistas blancos, tenían miedo de esa influencia y, por lo tanto, estaban interesados en recortar su habilidad de votar y reducir su capacidad de seguir ganando escaños en los lugares de poder. Para lograr ese objetivo acudieron a la mentira.

Apoyados en la prensa local, usando caricaturas y columnas de opinión, los extremistas blancos se encargaron de crear el rumor de que los funcionarios negros eran incompetentes y corruptos, además de supuestos violadores con un insaciable apetito sexual por mujeres blancas de cualquier edad.

La mentira fue repetida tantas veces y con tal severidad que en 1898, en el marco de unas elecciones locales, un grupo armado de blancos llegó a un barrio de mayoría afro y abrió fuego indiscriminadamente. Por lo menos 60 personas murieron, aunque hay relatos que hablan de más de 300 víctimas fatales. Esa misma noche, cerca de 2.000 ciudadanos dejaron sus viviendas en Wilmington para siempre y nunca regresaron escapando de la muerte. Los efectos de la masacre quedaron severamente marcados en la conciencia de la ciudad que tuvo que esperar 70 años para que nuevamente se volviera a elegir un político negro como representante local.

La historia está consignada magistralmente en una investigación periodística de David Zucchino, merecedora de un Premio Pulitzer, llamada The Wilmington’s Lie. La mentira de Wilmington.

El episodio es sorprendentemente reminiscente a lo ocurrido durante la toma del Capitolio en Estados Unidos, en enero del año pasado. Trump creó una mentira asegurando que había perdido las elecciones. Luego esta fue multiplicada por los canales de televisión de derecha como Fox News y amplificada por las redes sociales. El embuste fue usado tan efectivamente que luego un grupo de extremistas con el cerebro lavado atacó el Capitolio para, según ellos, recuperar la democracia y evitar que un Gobierno ilegítimo llegara al poder. Mataron impulsados por un bulo.

Lo mismo está pasando en Colombia. Las redes están sirviendo para reproducir mentiras, que luego son tomadas por portales especializados en empujar contenido masivo y cuando las tendencias son virales, los medios tradicionales no tienen otra opción que registrar sus rectificaciones. Entre tanto, la propaganda es tan coordinada y muy bien elaborada que miles de personas caen en la trampa y están dispuestas a tomar acción desde la indignación fácil. En Wilmington los que empujaron las mentiras fueron los supremacistas blancos, en Colombia los extremistas son principalmente congresistas que quieren incendiar el país para llegar al poder. Actúan igual.

La verdad está muerta y las redes están sirviendo para asesinarla. El juego lo entendieron políticos, periodistas y hasta futbolistas que actúan más como youtubers que como profesionales en su campo. Están más preocupados en su ego y sus objetivos personales que en la realidad. Prefieren la indignación que la investigación y le dan más valor a la figuración que al debate con hechos probados. Su consigna es que la percepción es la realidad y la realidad no importa.

Son tiempos de mucho cuidado. El mundo virtual es ahora el real y no lo estamos entendiendo. Es más importante ser community manager y crear tendencias que debatir más allá de los gritos expresados en 140 caracteres. Vamos a terminar en la peor masacre de todas: la de la verdad y, por lo tanto, la de la democracia. Bienvenidos al fin de la verdad.

P. D.: Sugerir sin una sola prueba que el atentado a la base militar de Cúcuta fue un “autoatentado” es, a lo menos, irresponsable. No puede ser que valga más el odio desenfrenado al establecimiento y las ganas de figurar, que el deber de evitar más violencia y terror. Si hay dudas creíbles, se debe actuar en ley, no incendiando al país. Cuenten hasta 10 antes de reaccionar en las redes. Por ahí se puede comenzar.

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