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El fracaso del Papa

Que la muerte del Papa cope las primeras páginas del mundo no compensa el hecho de que los seminarios están vacíos

Antonio Caballero
10 de abril de 2005

Cuando Karol Wojtyla fue nombrado hace casi medio siglo arzobispo de Cracovia, la KGB soviética redactó un informe (conocido cuarenta años más tarde) tranquilizando al Kremlin de Moscú: no había que preocuparse porque el nuevo prelado "no se metía en política", sino que sólo se interesaba por las cosas de la religión católica. Así era. Pero la KGB olvi-

daba que en Polonia, desde hace un milenio, no hay manera distinta de hacer política que la de interesarse por las cosas de la religión católica.

Así que una vez hecho arzobispo de su vieja ciudad, el joven prelado se puso a hacer política eclesiástica católica romana (y polaca) a brazo partido. Su elección como Papa quince años más tarde no alteró sus objetivos, sino que simplemente expandió el ámbito de su actividad desde las dimensiones modestas de su arquidiócesis hasta las más amplias del mundo entero. Y su larguísimo pontificado, concluido hace apenas unos días, consistió casi exclusivamente en eso: en hacer política (y politiquería) eclesiástica católica. En intentar devolverle a su Iglesia de Roma el poder político que tuvo durante siglos en la Europa cristiana de la Edad Media, y más tarde en el Nuevo Mundo de América y en el viejo de Asia conquistados y colonizados por las potencias cristianas de Europa.

¿Tuvo éxito en su empeño?

Si se juzgan los resultados de manera superficial, lo tuvo, sin duda. Basta con ver esos funerales apoteósicos, con millones de peregrinos abarrotando las calles de Roma y más de doscientos jefes (y ex jefes) de Estado y de gobierno haciendo cola para salir en la foto de la despedida. Y todo el mundo alaba sin reservas su figura: el presidente norteamericano Bush y el antiguo secretario del Partido Comunista Soviético Gorbachov, los rabinos judíos y los monjes budistas, los dictadores militares y los militantes ecologistas, el cubano Fidel Castro y el español José María Aznar. Tal vez la única excepción la constituyen las organizaciones de activistas homosexuales, muy vapuleadas por las enseñanzas del Papa polaco en materia de moral sexual, y los sectores más 'mediáticos' del Islam, que se quejan de que, habiéndoles pedido perdón público a todas las comunidades históricamente ofendidas por la Iglesia de Roma -los judíos 'deicidas', los científicos que, con Galileo, aseguraban que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no del Vaticano-, no se lo hubiera pedido también a los árabes por las Cruzadas.

Pero ¿por qué había de pedírselo? Para este papa Juan Pablo II que acaba de morir, la expansión de la única religión verdadera, la suya, era una obligación y una necesidad. Lo del deicidio podía pasar, como los caprichos de la ciencia. Pero el error político de enfrentarse a la Iglesia era inaceptable.

Y, sin embargo, me parece que los triunfos conseguidos por el papa Juan Pablo II son más aparentes que verdaderos. Al cabo de 26 años de despliegue mediático en los cuales la Iglesia Católica consiguió ser, como él quería, "noticia cada quince días"; al cabo de 26 años de viajes por el mundo (129 países, o más exactamente 129 estadios de fútbol; y más de un millón de kilómetros recorridos, pero en avión); al cabo de cientos de miles de fotografías, desde las del Papa esquiador hasta las del Papa agonizante, la Iglesia Católica es más conocida, sin duda. Pero menos respetada. De ella desconfían, o a ella se oponen frontalmente, no sólo sus rivales en el campo teológico, sino quienes la consideran irresponsable en el aspecto moral: quienes ven en su oposición al uso de los anticonceptivos una amenaza para la supervivencia de la humanidad, o quienes ven en su prohibición del uso del condón una amenaza para su salud. Y el hecho de que la agonía y la muerte del Papa copen las primeras páginas de todos los periódicos del mundo no compensa el hecho de que los seminarios, en donde deben educarse los sacerdotes de la Iglesia de ese Papa, estén vacíos.

(Habría que hablar también del retroceso que significa para la civilización la desenfrenada utilización de la religión como herramienta política que hizo este Papa. Pero ese es tema para otro artículo).

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