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El nuevo Hitler (y II)

Los Estados Unidos destruirán también a Irak, sin duda: pero despertarán un inmenso enjambre de odio islámico

Antonio Caballero
23 de septiembre de 2002

Escribir otra vez sobre George W. Bush: qué fatiga. Y lo que todavía nos falta: qué horror. Pero considero que se trata de una obligación moral. Tal vez la fatiga ayude a atenuar el horror que se nos viene encima. O tal vez no. Pero, al menos, que no haya resignación de antemano.

Decía aquí la semana pasada que no, que el iraquí Saddam Hussein no es un nuevo Hitler, como quiere pintarlo el mentiroso gobierno norteamericano de George W. Bush. Que es apenas un malvado dictadorzuelo de un arruinado país del Tercer Mundo, como hay tantos, en su mayoría llevados al poder o sostenidos en él por los Estados Unidos (sólo hay tres o cuatro excepciones a esa regla: Castro en Cuba, Gadafi en Libia, Kim Jong Il en Corea, y los ayatolas en Irán: el propio Saddam, hasta hace doce años, contó siempre con el respaldo norteamericano). Y decía que el verdadero "nuevo Hitler" es otro: George Bush.

(Lo dijo también hace tres días la ministra alemana de Justicia, y tuvo que retractarse. Como yo no soy alemán, ni ministro, no tengo por qué hacerlo).

Bush no es un nuevo Hitler porque tenga las cualidades de aquel: su carisma magnético, su elocuencia oratoria arrasadora. Si Hitler, en sus tiempos, era considerado casi unánimemente un genio (por el pueblo alemán, por los dirigentes extranjeros), Bush es casi unánimemente tenido por un imbécil. Pero los dos son iguales en el sentido del peligro que representan para el mundo. El alemán, como Führer y Canciller (democráticamente, y arrolladoramente elegido) del país más poderoso de su tiempo, que era Alemania. El norteamericano, como presidente (minoritaria y sospechosamente elegido) del más poderoso de hoy, que son los Estados Unidos. Los dos buscan la guerra universal, para someter al mundo. Los dos reclaman el derecho a la "guerra preventiva" (contra Polonia el uno, y luego contra Bélgica, y luego?; y contra Irak el otro, y luego contra Irán, y luego?). Los dos hunden al mundo (el uno lo hizo, el otro lo hará, y ya empezó a hacerlo) en el infierno.

Como en sus tiempos Hitler, hoy Bush pretende someter a toda la humanidad al poderío del más fuerte: Alemania entonces, los Estados Unidos ahora. Y cree que puede hacerlo. Tiene las armas: esas mismas armas que en su opinión -curiosamente no rebatida por nadie- es ilegítimo que otros pretendan tener también. Tiene el poder económico, y ya lo usa para lograr el arrodillamiento no sólo de paisitos marginales como Argentina o Pakistán sino también de grandes potencias como Rusia o la Unión Europea (por el momento, no se atreve con la inmensa China). Si existe hoy en el planeta un "rogue state", como se llaman los adversarios de los Estados Unidos en la jerga de su Departamento de Estado, es decir, un Estado matón, un Estado rufián, incontrolado, incontrolable, un elefante suelto y enloquecido voluntariamente apartado del rebaño y enemigo mortal de todos sus semejantes, ese "rogue state" son los Estados Unidos de George W. Bush. Que nos ha declarado la guerra a todos: ayer a Afganistán, hoy a Irak, mañana a Irán, pasado mañana a Arabia Saudita: ya hay documentos del Consejo de Seguridad de Condoleezza Rice proponiendo la toma de los pozos petroleros árabes y la incautación de las cuentas de los príncipes saudíes en bancos norteamericanos. Después a Corea, a Cuba, al Sudán, al Brasil, a Ucrania, al mar Caspio, al mar de Java, al mar del Norte, a ? ¿a la China?

Lo malo de las guerras (lo he dicho muchas veces a propósito de nuestra guerrita local de Colombia) es que declararlas es más fácil que ganarlas. Los Estados Unidos de Bush han destruido Afganistán, pero no han podido ganarle la guerra a la fantasmagórica organización terrorista Al Qaeda. Destruirán también Irak, sin duda: pero despertarán un inmenso enjambre de odio islámico, desde Marruecos hasta las islas Filipinas. ¿Y qué hará entonces la India? ¿Qué hará el Japón? ¿Qué hará la China? ¿Qué haremos todos?

La ambición del otro Hitler, respaldada por la poderosa maquinaria de guerra de Alemania, se estrelló en sus tiempos contra la terquedad británica, se embarrancó en la inmensidad rusa, y por el rebote de su alianza contra el odiado Japón militarista terminó por enfrentarse al incontrastable poderío industrial de los Estados Unidos . Con todo lo cual el mundo cambió por completo. Una guerra mundial cambia el mundo. Y esta en la que se está embarcando, y nos está embarcando a todos, el presidente George W. Bush, es una guerra mundial.

Hitler perdió la suya. Y no la ganó nadie.

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