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EL VALLENATO, ESE PEDAZO DE MI VIDA...

Semana
20 de agosto de 1984

Don Adán Corona es el único que cree que la vida, según sus palabras y según la ranchera, "no vale nada porque comienza siempre llorando y así llorando se acaba". Los que nacimos bajo el sol blanco del Mar Caribe pensamos, por el contrario, que esta vida es una maravilla llena de brisa, de pescado y de mujeres.
La música mexicana, muy hermosa y todo lo que tú quieras, tiene esa desventaja: es trágica, como el tango, aunque tenga más sentido del humor. Basta con recordar que, el día en que la mataron, Rosita Alvarez estaba "de suerte: de tres tiros que le dieron no más uno era de muerte".
Los cantares populares de la América Latina tienen esa marca. Son tristes. La melancolla pasa por ellos como un viento de desgracia. En sus estrofas las mujeres no son motivo de alegrla sino de dolor. No hay tango en que una "percanta" no traicione a alguien. No hay ranchera en que una campesina con trenzas de Jalisco no provoque una balacera.
Ni para qué hablar de las melodlas andinas de Colombia o del Perú, que suelen ser muy líricas pero lánguidas.
Todo es lacrimoso, húmedo, lloroso.
Todo se va en espumas viajeras, en ríos de llanto, en aguaceros de miseria. El récord mundial de la humedad se lo gana, naturalmente, aquella canción en la se habla de un "río que llorando vienes" ¡Qué cosa!. Un río que llora es el escenario perfecto para el campeonato olímpico de natación.
Es ahí donde radica, ni más ni menos, la diferencia entre el vallenato y las demás expresiones musicales del pueblo latinoamericano. El vallenato es alegre, festivo, gracioso. Se me responderá diciendo--yo sé que los sociólogos son así de majaderos- que lo que pasa es que la realidad no resulta tan fantasiosamente divertida. Ni tan entretenida.
La respuesta es al revés: no hay música callejera en esta tierra que se parezca tanto a la vida como el vallenato. Está hecho, precisamente, con pedazos de la realidad, con historias verídicas, con hechos que se pueden comprobar a la vuelta de la esquina.
He oído que el bambuco insólito en que un pescador pobre en vez de coger pescados, que es lo que sirve para comer se dedica a atrapar con su atarraya iuceros que no alimentan. A Escalona jamás se le hubiera ocurrido un melodrama semejante, porque él sabe que el vallenato no es un poema de mala calaña sino una crónica estupenda y fresca de la realidad que se esconde en el camino polvoriento que va de la Ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar a lo más alto de la serranía, pasando por el río y los ranchos, por los potreros y las cantinas.
Escalona no tiene ninguna libertad para imaginarse novias supuestas con tiendas de besos al otro lado del río, porque su materia prima es la realidad: una señora patillalera a la que un dueño de carro se le llevó a la nieta pechichona y consentida. Una vieja amiga, descrita con su nombre propio, que se llama Sara y vive en un pueblito bonito y sano. Un amigo --¡Pobre Tite Socarrás!--que lo ha perdido todo por meterse a contrabandista en la Guajira.
El vallenato no inventa un mundo de fantasía y dolores. El vallenato no crea la vida: la recrea. El vallenato no suplanta a Dios, pero lo corrige. El vallenato no es un poema sino una crónica. El vallenato se nutre, como un niño hambriento, en la teta pródiga de la vida diaria. Escalona aporta su maestría para relatar el hechosu sensibilidad para captarlo en medio de la modorra de la aldea que duerme en la nata espesa de ese caldo que es la rutina; su gracia inimitable para lo cómico o lo insólito.
Por eso me parece metiéndome en lo que no me importa que se equivoca la Fundación Simón y Lola Guberek cuando publica--en esfuerzo admirable y loable--un libro de los cantos de Escalona llamándolos "poemas". Escalona es un cronista, a la mejor manera de la vieja y bella palabra, cronista como Don Juan de Castellanos, que andaba apuntes en mano en medio de indios cimarrones y conquistadores sanguinarios registrando en versos la realidad. Cronista como los de antes. Como aquél que dijo: "Contra mi querer batallo" pero al sentarme en mi silla se va ensanchando Castilla al paso de mi caballo..." Quítale tú, lector amigo, la palabra "Castilla" y cambiala por "Valledupar". Dime entonces, con la mano en el corazón, si Rafael Escalona no podría firmar esta estrofa y ponerle música. Claro que no es Escalona sino el Mio Cid, pero los viejos romances de la lengua castellana son la esencia pura y más antigua de la cual se alimenta el vallenato. No de luceros pendejos que se dejan pescar por atarrayas. Ni de "caminos que azota el viento al paso alegre del campesino". Mi amigo Jaime Botero, el director de televisión, puso el otro día el grito en el cielo por esta frase.
Tiene toda la razón.
"¿Paso alegre del campesino?"--se pregunta Jaime, con indignación- ¿Paso alegre el de un explotado, sin tierra, sin comida, con ocho hijos que alimentar, levantándose a las cinco de la mañana para trabajar en beneficio de otro? ¿Paso alegre el de un hombre que no consigue crédito, que compra caro y vende barato y se pasa el día encorvado sobre la tierra, tirando machete y garabato?
Eso es lo que pasa, digo yo, cuando uno se pone a hacerle caso a una imaginación desenfrenada. A una fantasía sin limites. A menos que uno sea Neruda, claro...
El vallenato, en cambio, no le hace trampas a la realidad. Hay que oír a Andrés Landero cantando, sobre este mismo tema del campesino: "José Miguel: levántate temprano que el rico avaro te quiere avanzar. Esta mañana cantó mi machete sobre la hierba que voy a quemar"... ¿Con que "paso alegre", eh? -

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