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Elogio del DANE

A veces la bien ganada credibilidad del Dane juega en su contra, ya que lleva a los usuarios de las estadísticas a aceptar en forma incuestionada lo que dice.

Eduardo Lora
20 de noviembre de 2021

Hace 70 años se creó la Dirección Nacional de Estadística, que un par de años después cambió su nombre por Departamento Administrativo Nacional de Estadística, nuestro respetado Dane. Cada mes el Dane le toma el pulso al país, por medio de numerosas encuestas a los hogares, las empresas y los comercios, para darnos una imagen lo más precisa posible de lo que está pasando con los precios, con el empleo, con la producción y con una infinidad de otras variables.

En momentos de crisis, como la pandemia, es el Dane quien nos dice qué tan grave es la situación y a quién está afectando. En momentos de recuperación, como el actual, es el Dane quien mide al detalle qué sectores van bien, y cuáles están quedándose atrás. Y de tiempo en tiempo, es el Dane quien nos informa cuántos somos, qué edades tenemos y en qué condiciones vivimos.

Puesto que las estadísticas del Dane gozan de credibilidad, podemos saber con confianza dónde estamos y a qué ritmo estamos avanzando, lo que facilita a las empresas decidir cuándo y en qué invertir, a los trabajadores saber si es el momento de buscar un nuevo empleo, y a los analistas, como yo, encontrar qué criticarle al Gobierno de turno.

El destino de las oficinas de estadística no siempre ha sido afortunado. En los países con gobiernos autoritarios, suelen ser objeto de censuras y manipulaciones. En países con poca tradición tecnocrática, son entidades marginales, que no contribuyen mayor cosa a esclarecer los problemas.

Nuestro Dane ha crecido y madurado sin mayores crisis. En la actualidad, es la mejor oficina de estadística de América Latina, teniendo en cuenta la cobertura, profundidad y oportunidad de sus investigaciones, la disponibilidad de los datos para los usuarios y la continua comunicación didáctica con el público.

El Dane no ha estado libre de errores; por ejemplo, en 2000 se descachó en 16 puntos porcentuales en la tasa de crecimiento de la industria. En ocasiones como esta, ha actuado en forma correctiva, no defensiva. Pero no siempre. Hace unos meses, cuando el Dane anunció que la pobreza rural había caído en 2020 hasta casi igualarse con la pobreza urbana –y Fedesarrollo demostró que esto era imposible—, la entidad se limitó a explicar de dónde había salido el error, pero no lo corrigió. Al margen de estos eventos, hay que elogiar al Dane.

Al comenzar este gobierno surgió el temor de que los cambios en algunos puestos directivos tuvieran motivaciones políticas y de que se dañara la calidad de las estadísticas. No ocurrió así. Antes bien, lo que hemos visto con el director actual es una ampliación notable de los temas investigados y avances importantes en los métodos de recolección, procesamiento y difusión.

A menudo me sorprendo del poco uso que tienen algunas estadísticas del Dane. Pocos economistas entienden el detalle de las cuentas nacionales, más allá de los grandes agregados macro y sectoriales. Por ejemplo, rara vez se usan las cuentas detalladas por instituciones, que son un verdadero tesoro.

Pero también me sorprendo del sesgo excesivamente conservador del Dane respecto a ciertos temas, como la medición del “bienestar subjetivo”, un asunto candente en muchos países, que el Dane ha evadido sistemáticamente. A veces la bien ganada credibilidad del Dane juega en su contra, ya que lleva a los usuarios de las estadísticas a aceptar en forma incuestionada lo que dice.

Eso lo pude comprobar recientemente cuando afirmé entre especialistas que la medición de pobreza que hace el Dane no nos permite saber cuántas personas son pobres anualmente, porque simplemente es un promedio de las mediciones mensuales. Trágame tierra: el Dane sabe lo que hace, fue la reacción de mis colegas.

Cuando alguien hace bien su tarea, le cae más trabajo. Así que voy a proponer que el Dane haga aún más cosas: sería una contribución enorme que se hiciera cargo de algunos indicadores que hoy producen otras entidades oficiales de manera irregular, o al menos que estableciera estándares para que los produzcan en forma rigurosa.

En el lapso de dos años que pasaron entre la primera y la segunda edición de mi libro Economía esencial de Colombia, me di cuenta de la diferencia entre las estadísticas que lleva el Dane y las que llevan otras entidades. Las primeras tienen continuidad; si algo ocurre es que mejoran y se vuelven más precisas y detalladas con el tiempo.

Con las segundas puede ocurrir cualquier cosa, menos que tengan continuidad. Cada ministro, cada jefe de Planeación, cada superintendente tiene una idea mejor de lo que se debe medir y de cómo hacerlo. A veces aciertan, qué duda cabe, pero lo que miden no sirve para mucho porque carece de continuidad o no se puede consultar.

Por todo esto, hoy es un buen momento para brindar por los próximos 70 años del Dane, con el deseo de que cuente en el futuro con más recursos para que pueda hacer más, y con suficientes defensores para que no caiga víctima de políticos malintencionados.

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