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La guerra del bisturí y la liposucción

Buscar la juventud, la esbeltez o la voluptuosidad con base en el bisturí puede justificar algunos sacrificios, pero jamás el de perder la vida.

Germán Manga, Germán Manga
2 de junio de 2016

Por tercera vez en seis años está a punto de hundirse en el Congreso la ley “Jessica Cediel”. Se llama así porque en 2009 un falso cirujano plástico le implantó biopolímeros en los glúteos a esa popular presentadora de televisión que se volvió emblema de las tragedias de bisturí, cada vez más frecuentes en nuestro país. Juan Lozano, entonces senador, presentó un proyecto de ley para reglamentar los procedimientos y el ejercicio de la cirugía plástica en Colombia, pero hasta ahora la iniciativa no ha logrado superar las interferencias y barreras que le imponen quienes se verían afectados con sus mandatos.

Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (Isaps), nuestro país es el octavo del mundo con mayor número de cirugías plásticas (357.115 en 2014), solo superado en Latinoamérica por Brasil, que es el segundo, y México, el quinto.

Engordar y envejecer parecen ser los demonios mayores porque, según cifras oficiales, cada año se ejecutan más de 50.000 liposucciones, 22.000 levantamientos de párpados, 18.000 rinoplastias y 45.000 procedimientos de Botox. Unas 40.000 mujeres se someten a cirugías plásticas para aumentar el tamaño de los senos, 14.000 para levantarlos y 12.000 se los hacen reducir.

Los protagonistas de la polémica y del pulso de poder respecto de la ley son los cerca de 1.000 cirujanos plásticos graduados con todas las formalidades que hay en el país y centenares de médicos y gentes de otras profesiones y oficios que lo ejercen sin serlo.

Los especialistas, asociados en la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, afirman que graduarse en medicina no habilita a un profesional para realizar cirugías plásticas. Pero además estiman que por cada cirujano que cumple todos los requisitos hay tres personas que se atreven a intervenir pacientes. La lista incluye médicos sin especialización, odontólogos, e incluso gente sin formación –cosmetólogas, esteticistas- que ofrecen y realizan (en salones de belleza, recintos improvisados y clínicas clandestinas) todo tipo de procedimientos, con gravísimo riesgo para los pacientes.

Las diferencias de precios son muy considerables. Mientras que con un cirujano plástico certificado y en una clínica que cumpla todas las normas, una liposucción cuesta 10 millones de pesos o más, hay ofertas de un millón y menos en “centros de estética” y clínicas de garaje o en el consultorio de médicos no especializados. Arreglarse la nariz (rinoplastia) en una clínica habilitada puede costar más de ocho millones, dos millones o menos en un establecimiento informal. Unos 10 millones de pesos cuesta elevar los glúteos en un establecimiento serio y 500.000 pesos en uno informal.

Eso explica que en nuestro país sean cada vez más frecuentes las deformaciones (a veces irrecuperables) debidas a malos procedimientos o a la inyección de biopolímeros, silicona industrial y otras sustancias inapropiadas o letales para corregir arrugas, aumentar senos o levantar glúteos.

La Sociedad impulsa desde 2014 la campaña “Cirugía plástica con cirujano plástico” para que la gente conozca los parámetros de seguridad y publica en su página web la lista de los cirujanos certificados. Según ellos, además de ser ejecutada por cirujano y anestesiólogo especializados, una cirugía plástica segura se debe realizar en un establecimiento hospitalario que tenga todos los equipos y recursos para atender cualquier contingencia. Pero enfrentan el constante sabotaje de individuos y grupos vinculados a las actividades informales que se las ingenian para permanecer: se establecen rápidamente en otros lugares cuando les cierran sus establecimientos, traen temporalmente cirujanos de otras nacionalidades –cubanos y españoles principalmente- para eludir toda responsabilidad.

En los últimos años también son frecuentes los casos de “cirujanos” que trabajan con títulos falsos o de profesionales que acuden a cursos breves sobre el tema en otros países y, aprovechando la falta de rigor de las autoridades, logran validar los certificados como posgrados, en abierta burla al Ministerio de Educación. La Viceministra de Educación Superior, Natalia Ariza, reconoció hace pocas semanas la gravedad de ese problema y anunció la investigación de falsos títulos de posgrado de cirugía plástica otorgados a médicos colombianos por universidades de Perú, Brasil y Argentina.

Los especialistas señalan que toda cirugía implica riesgos y son los primeros en admitir que la Cirugía Plástica registra los mayores. En su libro ‘Catástrofes en Cirugías Plásticas’ Jorge Enrique Bayter, anestesiólogo, afirma que aún cuando se realicen con todos los estándares de calidad, por cada 5.000 pacientes uno muere, una proporción enorme porque en otro tipo de operaciones el riesgo de morir es de 1 en 40.000.

Ese dato subraya la importancia de que el Congreso emita una legislación clara y apropiada sobre la materia, como la hasta ahora frustrada ley “Jessica Cediel”. Pero sobre todo es un estridente grito de alerta acerca del descomunal riesgo que, en cualquier circunstancia, representa ponerse en manos inexpertas para una cirugía plástica. Buscar la juventud, la esbeltez o la voluptuosidad con base en el bisturí puede justificar algunos sacrificios pero jamás el de convertirse en monstruo y menos aún el de perder la vida.

@germanmanga

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