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Gratitud al cuidador familiar de personas mayores

Ante esta realidad, considerando las posibilidades económicas y, por supuesto, las necesidades de la persona mayor, las familias pueden optar por no contratar a un cuidador profesional.

Alejandro Cheyne García
8 de junio de 2024

En el contexto de un acelerado envejecimiento poblacional en América Latina y el Caribe, la figura del cuidador familiar se vuelve cada vez más relevante. En muchas familias, tenemos seres queridos de avanzada edad que necesitan cariño, comprensión y cuidados especiales debido a su dependencia, causada por diversos problemas de salud física y emocional.

Ante esta realidad, considerando las posibilidades económicas y, por supuesto, las necesidades de la persona mayor, las familias pueden optar por no contratar a un cuidador profesional. En su lugar, un familiar cercano —usualmente hijo, cónyuge o pariente— asume con generosidad el rol de cuidador, comprometiéndose a acompañar a la persona mayor en su cotidianidad y a asistirla para mejorar su calidad de vida frente a la disminución progresiva de su autonomía.

Esta labor no se limita a sencillas tareas domésticas o de cuidado personal. Implica una dedicación constante —las 24 horas del día, los 365 días del año—, con una exigencia física y emocional significativa. Aunque al principio su entrega suele ser valorada por familiares y amigos, con el paso del tiempo y en medio de las preocupaciones cotidianas, este reconocimiento puede disminuir. A menudo, al cuidador se le atribuye la total responsabilidad del bienestar de la persona mayor y, en ocasiones, se le critica injustamente por su desempeño.

El informe “La situación de los cuidados a largo plazo en América Latina y el Caribe”, elaborado por la Organización Panamericana de la Salud y el Banco Interamericano de Desarrollo, revela que las tareas de cuidado recaen desproporcionadamente en mujeres de la familia, quienes las realizan de forma no remunerada y asumen responsabilidades adicionales en el hogar, lo que incrementa su vulnerabilidad. Además, destaca que el 14.4 % de las personas de 65 años o más en la región —cerca de 8 millones—, se encuentra en situación de dependencia de cuidados.

A partir de un diálogo reciente con familias, cuidadores y personas mayores, he recogido valiosos aprendizajes y reflexiones que quiero compartir a continuación:

Necesidad de formación y capacitación. La mayoría de los cuidadores familiares carece de formación especializada y experiencia previa. Aprenden cuidando —en la práctica— y enfrentando nuevos desafíos cada día. La oferta de formación básica en salud y desarrollo de competencias para que cuidadores familiares puedan atender enfermedades específicas es limitada en nuestro país, y la importancia de un proceso educativo continuo y estructurado no siempre es comprendida por los familiares.

Riesgos para el cuidador. El agotamiento físico y emocional, el estrés, la falta de descanso y el aislamiento social, que pueden incluso derivar en el síndrome de burnout, son algunos de los riesgos que enfrenta el cuidador familiar. Además, el duelo tras el inevitable fallecimiento de la persona cuidada puede ser particularmente desafiante, dada la fuerte conexión emocional desarrollada tras afrontar juntos los desafíos de la vida. En este punto, el cuidador debe afrontar el reto de reorganizar su proyecto de vida.

Comunicación efectiva. El cuidador se convierte en un mediador entre la persona mayor, su familia, los médicos y su entorno social, lo que requiere un notable desarrollo de habilidades comunicativas. Llama particularmente mi atención el hecho de que la comunicación no verbal, como las miradas y los gestos, juega un papel tan importante como la verbal en el intercambio de mensajes.

El poder de la tecnología. La incorporación de tecnologías, como el monitoreo remoto, la telemedicina, los asistentes virtuales, las aplicaciones de salud y la domótica, puede ofrecer un soporte a la labor del cuidador, compensar la disminución de la capacidad funcional de la persona mayor y, en consecuencia, mejorar su seguridad y bienestar. Esto requiere que ambos desarrollen habilidades para usar y apropiarse de la tecnología adecuada para su situación.

Equilibrio y autocuidado. La dedicación del cuidador es indiscutible y completa. Sin embargo, es fundamental establecer límites claros para proteger el equilibrio entre su vida personal y sus responsabilidades de cuidado. Surge una pregunta importante: ¿quién vela por el bienestar del cuidador? Por consiguiente, el primer compromiso del cuidador familiar debe ser cuidarse a sí mismo, tanto física como emocionalmente, y gestionar adecuadamente una red de apoyo.

Reconocer la invaluable labor de los cuidadores familiares es una deuda social. Sin duda, se requieren políticas públicas y programas que les brinden respaldo. Mi invitación es a valorar su noble misión y a explorar formas innovadoras para su protección. Personalmente, expreso mi profundo reconocimiento a mi padre por cuidar a mi madre durante tantos años, demostrando su amor incondicional en medio de la adversidad que supone enfrentar una enfermedad como el cáncer. Las historias de cuidadores como él son incontables y merecen nuestra gratitud.

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