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Hidrocolombia

El necesario debate sobre las causas de lo ocurrido en Hidroituango debe darse sin poner en jaque el desarrollo energético del país.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
24 de mayo de 2018

Aun cuando hay voces disidentes, que habrá que escuchar, la generalidad de los técnicos coincide en que el riesgo de naturaleza catastrófica está superado, entendiéndose por tal un flujo incontrolado de agua por el borde superior de la presa que la erosione, y eventualmente la destruya, causando una avalancha de proporciones colosales. Igualmente, los expertos señalan que persiste un riesgo importante, aunque menor, derivado de un súbito aumento del caudal del río Cauca por efecto del destaponamiento espontáneo de un canal que, en el momento, se encuentra fuera de control. Debe añadirse una última afirmación, aceptada por muchos, aunque debatida por algunos voceros de las personas que han sido evacuadas. Me refiero al manejo adecuado de la situación social en la zona afectada, no solo por EPM, sino también por la fuerza pública y la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres.

Se han abierto graves cuestionamientos a Empresas Públicas de Medellín y a sus directores. Se les acusa de grave negligencia en el diseño y ejecución de las obras y corrupción en los procesos contractuales. Peor aún: se formulan severas glosas sobre la existencia de conflictos de interés y débiles mecanismos de gobierno corporativo, las cuales, por su propia índole, versan no sobre el proyecto en curso sino sobre la empresa como tal.

A mí me producen hondo desasosiego esas críticas. EPM tiene una larga historia de éxitos en la construcción y operación de obras de infraestructura energética, tareas cumplidas con respeto al entorno ambiental y social, y bajo estrictos cánones morales. Le toca responder duros cuestionamientos; espero que lo haga bien.

Pero más allá de los desdichados eventos en curso, preocupan algunos elementos del debate que tienen implicaciones de tipo transversal. Los discutiré brevemente.

El primero consistente en tácitamente excluir, como causa de eventos dañinos, la fuerza mayor, o sea la dinámica irresistible de la naturaleza. El segundo, en descartar el error de buena fé que es consustancial a la humana condición: si algo falló -se supone- es porque alguien incurrió en actos de corrupción. Bajo estas premisas resultamos condenando al país a la parálisis. Cualquier acción que se tome para cambiar el statu quo natural o social comporta riesgos, que pueden minimizarse pero, nunca, suprimirse por completo.

Otra de las observaciones resultantes de la actual polémica consiste en el supuesto desplazamiento de la ingeniería civil por la ingeniería financiera; de la gestión prudente de las intervenciones sobre el entorno natural por consideraciones relativas al lucro esperado por quienes desarrollan los proyectos. Es necesario explorar si esto ha sucedido en Hidroituango y en otros siniestros recientes. Porque si así fuere, estaríamos ante gravísimas fallas éticas y de supervisión.

Desde la perspectiva de un ambientalismo exacerbado, que muchos hoy, especialmente los jóvenes, comparten, se dice que el episodio que ahora nos preocupa fue causado por no pedirle permiso al río Cauca para alterar su curso, y no tener en cuenta los saberes tradicionales de las comunidades ribereñas. Sorprenden, en un momento de la humanidad en que la ciencia avanza a pasos agigantados, estas concepciones animistas de la naturaleza. Qué pena decirlo con total claridad: carece de racionalidad creer que los ríos, las piedras o los bosques nos hablan. No hay tampoco manera de probar que existan dioses o ángeles con los que podemos comunicarnos.

Los saberes tradicionales, por supuesto, son valiosos para tener claro hasta donde sube o baja el nivel de las aguas en el curso de los años; pero no sustituyen al conocimiento científico de la física. Aceptar prejuicios como base para tomar decisiones es lo que conduce a no vacunar los niños, una práctica que ciertas comunidades indígenas rechazan; o a prescindir de las transfusiones de sangre pensando que ellas matan en vez de salvar vidas.

Ocupémonos del futuro. Si Hidroituango no entra a operar pronto, y no se ponen en marcha planes de contingencia en el corto plazo, hacia el año 2021 empezaríamos a tener severos problemas de suministro, una tragedia inmensa para Colombia. Magnífico fuera, en la actual coyuntura, acelerar el desarrollo de energías no convencionales, fundamentalmente eólica y solar. Sin embargo, esas opciones hay que considerarlas no a partir de concepciones románticas sino de sólidas bases técnicas.

Hay que tener cabal conciencia de que esas energías no son firmes; si hay viento y sol, generas; no puedes guardarlas para consumirlas después. No existen muchos sitios idóneos para producir eólica: La Guajira, en esencia; la solar no es eficiente en muchas zonas en las cuales la nubosidad es elevada. Ni una ni otra carecen, como algunos creen, de efectos ambientales. En realidad, tenemos una gran capacidad de energía hídrica, que es limpia y económica. Absurdo sería no explotarla a plenitud.

Briznas poéticas. Así comienza ‘Morada al Sur‘, el gran poema de Aurelio Arturo: “En las noches mestizas que subían de la hierba/ jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes/ estremecían la tierra con su casco de bronce. /Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro”.

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