
Opinión
Inestabilidad en el Perú y civilismo en Colombia
La situación que se ha presentado en el Perú es un capítulo más de una vieja historia.
La inestabilidad política del Perú no tiene precedentes en el continente. No solamente por el caso de Castillo, ni por el hecho de que el país en seis años haya tenido seis presidentes, sino por las circunstancias en que se ha presentado cada cambio. Los mandatarios han sido acusados de corrupción, varios de ellos han ido a la cárcel y uno se suicidó. Los más afortunados salieron al exilio. Eso no sucede ni siquiera en un país africano, en donde cotidianamente un capitán o un sargento se visten de generales, se llenan de condecoraciones y comienzan a “legislar”.
Aunque esa inestabilidad es de vieja data, ¿será que la compleja situación que afronta nuestro vecino se debe al sistema “híbrido” entre parlamentarismo y presidencialismo establecido en la constitución peruana? ¿O se tratará más bien de una tendencia marcada por la historia?
No hay país del hemisferio donde se hayan dado más golpes militares. Los gobernantes, los partidos políticos, el congreso y la población saben muy bien que los árbitros de la política peruana han sido, son y seguirán siendo los militares. El Perú, como otras naciones del continente, tiene una vocación militarista.
¿Por qué existe esa peculiar condición? Es difícil establecerlo, sin embargo, hay que tener en cuenta que la nación peruana ha vivido por muchos años entre golpes militares y conflictos armados con otros estados. Entre 1837 y 1838, se enfrentó con la Argentina; entre 1841 y 1842, con Bolivia; con Ecuador entre 1858 y 1860; contra España entre 1865 y 1871; entre 1879 y 1880, aliado con Bolivia, contra Chile; entre 1932 y 1933, con Colombia; en 1941, otra vez con Ecuador; y, finalmente, en 1985 una vez más con Ecuador.
No ha sido esa la situación de Colombia. Las fuerzas armadas, no obstante los difíciles problemas que coyunturalmente han afrontado, gozan de consideración, aprecio y credibilidad. Sin embargo, solo en contadas ocasiones han tenido gran popularidad.
Una de ellas, precisamente, en el conflicto colombo-peruano de 1932, cuando el país se movilizó para defender a Leticia; otra, durante el primer año de gobierno del general Rojas Pinilla, que generó la esperanza del fin de la violencia política desatada a partir de 1948; y finalmente, cuando sacaron a los colombianos de los “guetos” en los que estaban confinados, ante la amenaza del secuestro, la extorsión y la muerte por parte de grupos armados que parecían invencibles.
Esa condición de civilismo prevalecerá en Colombia. Es un caso único en el continente que honra al país.
Ni siquiera los Estados Unidos, que se han sentido tan orgullosos de su democracia, pueden mostrar esa conducta. El mismo presidente, en unos bochornosos hechos acaecidos el 6 de enero de 2021, no dudó en incitar tácitamente a unas hordas que lo apoyaban para que se tomaran el capitolio y a utilizar la violencia para respaldarlo. Nefasto precedente que avergonzó a la sociedad norteamericana y le restó al país autoridad moral ante el mundo.
Pero las cosas no paran ahí: el expresidente va por la reelección.
(*) Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.