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2018: ¿el año del voto-desquite?

Si el Gobierno cede a la tentación de un nuevo texto por la fuerza, el voto se radicalizará y ganará quien prometa echar para abajo ese ‘acuerdo’.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
5 de noviembre de 2016

Entiendo el afán y comprendo que la situación es frágil. Este limbo es indeseable para todos y la lógica ‘pambeleana’ sugiere que es mejor la certeza y la seguridad, que la incertidumbre y el riesgo. Sin embargo, la tentación de las salidas rápidas y de un nuevo texto con correcciones cosméticas, impuesto a la fuerza por la vía de la resurrección del acto legislativo para la paz, del fast-track que éste contiene y de un Congreso obsecuente ‘pupitreando’ nada menos que un acuerdo para desactivar un conflicto de más de medio siglo, puede resultar muy peligrosa en el mediano y largo plazo.

Lamentablemente el presidente Juan Manuel Santos ha dado muestras de querer imponer un nuevo acuerdo a la brava y eso, puede que no tenga implicaciones para él -que se irá con su Nobel para otra parte- pero sí terminaría sacando del juego político del 2018 a quienes hacen parte de su coalición y quieren, en efecto, seguir jugando.

Por eso la supervivencia política de muchos depende de la forma en que se desenvuelva esta situación y así fuera por salvar su propio pellejo y garantizar un futuro personal más promisorio, los políticos de la U, del liberalismo y de la Alianza Verde que se la jugaron toda por el Sí deberían meditar sobre el efecto que tiene el eventual ‘conejo’ que se cocina a fuego lento.

Para mí es clarísimo: si el Gobierno no se alinea con los del No en la mayoría de las 400 propuestas que se llevaron a La Habana y que resultan razonables y prefiere tomar partido por las FARC y defender el acuerdo derrotado en las urnas, la gente, llena de rabia, les cobrará también en las urnas pero en el año 2018 lo que considerarán como una traición con el electorado.

Así las cosas, el voto se radicalizará y terminará ganando quien prometa echar para abajo el acuerdo implementado a la fuerza. No descarto en ese escenario que en una segunda vuelta la decisión no sea entre un modelo de izquierda y otro de derecha sino entre una derecha light y una ultra derecha que interprete la furia de la gente.

Las FARC también deberían entenderlo y darse cuenta que así como los del No han ido cediendo, por ejemplo, en permitir la elegibilidad de quienes cometieron delitos de lesa humanidad una vez cumplan sus penas, los miembros del secretariado deberían acogerse a una fórmula razonable de sitios de reclusión aquí o en el exterior para satisfacer la pretensión de muchos colombianos de verlos un rato privados de la libertad de manera que luego puedan ponerse a hacer política a sus anchas. Es preferible eso, digo yo, a la incertidumbre de que en el 18’ llegue un presidente que les quite todo y los dejé caer al vacío.

Los puntos de honor deben ser reemplazados por el pragmatismo y eso les cabe a los uribistas, a los negociadores del gobierno y a las FARC. La gente votando por desquite es peligrosa y aunque haya candidatos frotándose las manos pensando en una situación así, es mejor que las mayorías sensatas de todos los lados le apuesten a zanjar las diferencias por las buenas y lograr un nuevo acuerdo lo más comprehensivo posible.

Para eso, hará falta presión ciudadana, empresarios que rodeen con sensatez a las partes y jóvenes que, más allá de una ideología, sigan con su ejemplo demostrándole a los políticos que un pacto nacional y convocante sí es viable.

El colador del 2018 se activó ya y de lo que pase en las próximas semanas dependerá quiénes siguen y quiénes se quedan. La gente puede votar por simpatía pero también por rabia y por desquite. Que no se les olvide.

* En Twitter: @JoseMAcevedo

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