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La procacidad de un “patán”

Después de un episodio que no dejó de tener efectos políticos internos, finalmente la canciller colombiana ha protestado ante Venezuela por el lenguaje ofensivo utilizado por el multifuncional Diosdado Cabello con el Vicepresidente Vargas Lleras.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
11 de febrero de 2017

Finalmente, después de una semana de idas y venidas, de silencios y aclaraciones, la ministra de relaciones exteriores ha protestado a Venezuela por los improperios lanzados por el diputado Cabello contra el vicepresidente Vargas Lleras. Es significativo, sin embargo, no solamente el silencio que guardó el gobierno durante varios días, sino la descalificación que hizo el presidente Santos de la conducta vicepresidente, generando diversas especulaciones en la precampaña electoral.

El calificativo de “patán” es lo menos que cabe a “Diosdado” Cabello, el grotesco personaje venezolano que, convencido de que su nombre le imprime una condición divina, con vestido camuflado y un cristo en la mano, como fraile de la Inquisición antes de enviar a la hoguera a los infieles, insulta al vicepresidente de Colombia con términos soeces y procaces, a los que el régimen venezolano nos ha tenido acostumbrados.     

Varios estamentos en Colombia han tenido un tradicional “síndrome de respeto” hacia Venezuela. Producto de una mezcla de nostalgia gran colombiana, temor reverencial ante una eventual amenaza militar, preocupación por su influencia con guerrilleros y capos de las drogas, dependencia en hidrocarburos, capacidad de alterar el comercio y la inversión, así como el futuro de millares de colombianos radicados en la vecina república.   

No se trata de hacer un balance entre “veneco”, sea o no peyorativo, e “hijo de puto”: la verdad es que el presidente del partido chavista ha rebasado la mínima decencia que merecen una persona y un país.

De igual manera, no obstante lo afirmado por Santos, el hecho de que en Colombia sean el presidente y su canciller los que dirigen las relaciones internacionales, no implica que los demás funcionarios, entre ellos el vicepresidente, no puedan mencionar el nombre de Venezuela, especialmente cuando para nada se está refiriendo a un asunto política exterior.

Sin embargo no resulta muy diplomático que el vicepresidente en uno de sus “improntus”, haya utilizado el término “venecos”, como coloquialmente se denomina a los colombianos que han emigrado al vecino país y que ahora ante la grave situación que atraviesan, quieren regresar a Colombia. Es un fenómeno común e inevitable.

Es más, si Maduro y su régimen siguen en “su ejemplar y exitosa política” nuestro país debe estar listo para asumir la emergencia que inexorablemente se derivará y que ni siquiera un muro podrá detener.

Si los muros sirvieran, los señores feudales, encerrados en sus castillos, rodeados de fosos y murallas, hubieran prevalecido por 100 o 200 años más; los alemanes no hubieran invadido a Francia en 1940 protegida por la “inexpugnable” línea Maginot; y, la Unión Soviética se hubiera mantenido unos años más con el muro de Berlín.

El tratamiento abusivo que durante muchos años se dio a los centenares de miles de colombianos que emigraron a Venezuela para adelantar actividades agrícolas, ganaderas y domésticas, que los venezolanos no estaban dispuestos a desempeñar, no puede servir de precedente para hacer lo mismo cuando la situación se revierta.   

Los actuales dirigentes venezolanos no entienden que la procacidad, la grosería y las bravuconadas hunden aún más la imagen internacional de Venezuela. Sería conveniente que le solicitaran al presidente Duterte de Filipinas, “El Matador”, que les diera un curso rápido de protocolo…

(*) Profesor de la facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.

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