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La prohibición

Dice Santos, como quien descubre el agua tibia: “Si se les quita a las mafias el control sobre el tráfico, regulándolo y legalizándolo, se les quita la plata”.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
16 de mayo de 2020

Los políticos profesionales suelen causar mucho daño; pero a veces, después, cuando se retiran de la política profesional, se arrepienten. E incluso hacen propósito de la enmienda. Es el caso del expresidente Juan Manuel Santos, que al ser nombrado miembro y presentador del informe de una llamada Comisión Global de Política de Drogas acaba de darse cuenta, con 45 años de retraso, de que la guerra contra las drogas basada en su prohibición es contraproducente. Porque en vez de acabar con las mafias, las fortalece.

¿Cómo se percató de semejante obviedad? Lo confiesa en una entrevista a El Espectador: lo descubrió leyendo, como suele hacer en sus ratos de ocio, una biografía más de Winston Churchill. Según esta de turno resulta que hace un siglo el estadista británico criticó la gran Prohibición del alcohol en los Estados Unidos señalando la obviedad de que esta les entregaba a las mafias las ganancias que le deberían corresponder al fisco. Gracias a eso Santos cae por fin en la cuenta de otra obviedad más: “Llevamos 45 años luchando contra las drogas y estamos peor que antes”.

Dice Santos, como quien descubre el agua tibia: “Si se les quita a las mafias el control sobre el tráfico, regulándolo y legalizándolo, se les quita la plata”.

Lo hubiera podido descubrir en ese “antes”, hace exactamente 45 años, leyendo la revista Alternativa que entonces dirigía en Bogotá su hermano Enrique, en la que se advertía que la prohibición solo iba a multiplicar el mal. O, si es que prefiere leer solo en inglés, leyendo la revista The Economist, que también decía lo mismo. O, si solo sabe entender los argumentos dichos en términos neoliberales, leyendo al economista de la escuela de Chicago Milton Friedman. O sin leer nada: simplemente atreviéndose a pensar con su cabeza, en vez de inclinarse reverentemente ante las órdenes de los Gobiernos de los Estados Unidos.

Por supuesto, Santos no es el único. En la sumisión ante los ucases de los Estados Unidos lo han acompañado la mayoría de los gobernantes del mundo en este medio siglo, empezando por los de Colombia, que es el país que más ha sufrido las consecuencias de esta absurda guerra artificial: en sangre, en destrucción, en corrupción. Muchos de ellos –como es el caso de su colega el expresidente César Gaviria– están arrepentidos como él, y se han apresurado a formar parte de esa misma Comisión Global, que no sé quién financia, pero que se pasea por los grandes hoteles del mundo. Así sucede con dos expresidentes de México, uno del Brasil, otra de Suiza y con varios ex altos funcionarios de Gobiernos tanto europeos como norteamericanos. Todos ellos son “ex”: ninguno ocupa en la actualidad cargos gubernamentales, ni lo volverá a hacer mientras no lo permitan los presidentes de los Estados Unidos, cabecillas de la fracasada política de “lucha frontal” para acabar con la droga. La que el presidente Richard Nixon decretó –según confesó su entonces jefe de Gabinete– para desprestigiar a los hippies y a los negros que protestaban contra la guerra de Vietnam. La misma “lucha frontal” que, antes de ser presidentes de los Estados Unidos, aunque no cuando sí estuvieron en funciones, y tampoco después, consideraron absurda personajes tan distintos como George W. Bush (el joven), Bill Clinton y Barack Obama. El uno era confeso aunque arrepentido y reformado drogadicto, el otro dijo tontamente que había fumado marihuana “pero sin aspirarla”, el otro recordó que en su adolescencia y juventud había probado toda clase de drogas. Todos sabían cuál era el problema. Que no es la droga, sino –como acaba de descubrir Santos leyendo a Churchill– la prohibición de la droga. Pero una vez en el poder, ninguno se atrevió a hacer nada por resolverlo. Y ninguno explicó por qué.

Ahora, 45 años después, cientos de miles de asesinados más tarde, destruidos y corrompidos sus países tal como desde el primer día era previsible, y fue previsto, estos señores de la Comisión vienen a reconocer que todo ha sido un error. No hicieron nada cuando gobernaban, es decir, cuando algo hubieran podido hacer para resolver el problema: pero ahora se presentan como sus diagnosticadores y sus curanderos. No se atreven todavía, pues sería un delito de leso imperio, a denunciar que el origen de que el negocio exista no está en la oferta de droga, sino en la demanda. Que fundamentalmente viene de los consumidores de los Estados Unidos. Pero por fin se atreven a empezar a insinuar (respaldados por el largamente difunto Winston Churchill) que el problema no es la droga, sino la prohibición de la droga. Dice Juan Manuel Santos, como quien descubre el agua tibia: “Si se les quita a las mafias el control sobre el tráfico, regulándolo y legalizándolo, se les quita la plata”.

Eso vengo diciendo yo desde hace 45 años. Tal vez me apresuré. Y por eso nunca –al menos hasta ahora– me han dado el Premio Nobel de la Paz.

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