
OPINIÓN
Las buenas y las malas guerras
El reto de los dirigentes de los países es involucrarse en las “buenas” y no en las “malas” guerras.
Con ocasión de la debandada de Afganistán, el presidente Biden ha dicho que la historia confirmará su opinión de que la de Afganistán fue una “guerra equivocada”. Tiene razón. Fue una decisión del presidente Bush y su secretario de estado Donald Rumsfeld.
También Rumsfeld fue el impulsor de la guerra contra Irak, basado en que Sadam Hussein tenía un programa de armas de destrucción masiva, lo que resultó falso y precipitó una crisis en la región de la que todavía no se ha salido.
Pero los Estados Unidos han tenido “guerras acertadas”. Una de ellas la hispano-americana. Con el pretexto de la explosión y hundimiento del buque Maine en el puerto de La Habana, en la madrugada del 15 de febrero de 1898, cuando murieron 254 marineros y dos oficiales.
El resto de los 355 tripulantes se encontraba en fiestas bailables que se les habían organizado en la ciudad en su honor. Los Estados Unidos adujeron que el buque había estallado por efecto de una mina colocada por los españoles. España lo negó reiteradamente.
En realidad, la explosión se presentó en el depósito de carbón del buque, que se encontraba cerca del almacén de municiones. Sin embargo, Washington aprovechó la oportunidad para declarar la guerra a España, que era lo que pedían muchos medios norteamericanos.
Los Estados Unidos se consolidaron como potencia, condición que no tenían antes. Además, en un período de 3 meses y 17 días, se apoderaron de Cuba; de Puerto Rico; de las Filipinas con sus 7641 islas, así como de las islas Guam. El imperio español y posteriormente la monarquía, como consecuencia de la guerra, se desmoronaron como un castillo de naipes.
Hasta hace poco tiempo en España, cuando en lenguaje coloquial se quería consolar a alguien por una gran pérdida material, se usaba el adagio de “más se perdió en Cuba”. En Colombia, años atrás se decía algo parecido: “más se perdió en el diluvio”.
El secretario de Estado de los Estados Unidos, John Hay, después de culminada la guerra, se refirió a ella como la “espléndida pequeña guerra”. Nunca en tampoco tiempo y apenas con algo más de un centenar de bajas, había logrado tan importante victoria.
El dilema para los Estados Unidos es decidir cuándo una guerra es buena o es mala. Desafortunadamente parece ser que todas las que ha emprendido, desde Vietnam para acá, no han sido buenas.
En abril de 1980 un grupo de personas ingresaron por la fuerza en los predios de la embajada del Perú en La Habana con el propósito de abandonar el país y llegar finalmente a los Estados Unidos.
En poco tiempo el número llegó a 3000, hacinados en el patio de la sede diplomática. La Secretaría de Estado sugirió que algunos refugiados fueran recibidos por ciertos países “democráticos”. Le propusieron a Colombia, pero el gobierno lo rechazó. Hubo críticas, ya que la decisión supuestamente iba en contra de los principios del derecho de asilo.
Los 3000 fueron parte de los miles de “marielitos” recibidos por el presidente Carter y que por muchos años fueron el dolor de cabeza de las autoridades de La Florida.
Siempre hay países voluntarios para ese tipo de cosas. Menos mal que no hemos seguido el ejemplo del expresidente Mujica de Uruguay, que, por demagogia, aceptó la transferencia de la cárcel de Guantánamo a su país, de seis convictos por terrorismo. Naturalmente en “forma temporal” y subsidiados por los Estados Unidos.
(*) Decano de la Facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la Universidad del Rosario.