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Acoso bancario

“Nos están enloqueciendo”. Necesitamos una ley que impida que los bancos nos acosen telefónicamente.

Poly Martínez, Poly Martínez
28 de marzo de 2019

Elkin me llamó a las siete. De la mañana. La víspera ya me había llamado Angélica, justo cuando corregía unos documentos, como a las ocho. De la noche. Ambos, con voz en tono teatral para que suene a sonrisa y cercanía, saludan con un “muy buenos días… muy buenas noches, ¿cómo está usted hoy…?”. Y una vez más el número que empieza por 301 o por 300 o por 305 se le mete a uno en la vida, en el ratico que tiene para nada, o por cuenta del bajonazo de “defensas de celular” que lo lleva a uno a contestar.

Mi caso se llama Bancolombia. Pero da igual porque el resto de los bancos hacen lo mismo, tal vez no con tantas voces paisas. A veces, cuando es muy muy temprano y oigo ese cantadito así todo querendón y una voz que dice el nombre completo de un solo jalón, “le habla Juandiegorestrepo”, me ilusiono pensando que es un amigo paisa con quien hace rato no hablo, pero rápidamente salgo del sueño para entrar de nuevo a la pesadilla del acoso bancario.  

Tratan de embutirle al pobre cliente más cupo en la tarjeta –no señor, gracias; anoche le dije a Angélica que no me interesa-, otro préstamo para emprendimiento (a las 7am estoy emprendiendo asuntos productivos, como desayunar), una tarjeta amparada para algún familiar y dele que dele a ver si logra un espacio para colarse con su promoción. Amablemente le digo que no, que no me interesa nada nada nada, pensando en que Elkin es una buena persona atascada en una entidad que acosa al cuentahabiente, al ahorrador, y por eso no cuelgo; él no tiene la culpa. Le repito que no gracias.

Dice Bancolombia en su eslogan que “es el momento de todos”. Pues no, las siete de la mañana, las ocho de la noche, los sábados al medio día son momentos míos, no de todos y menos del banco para llamar. Pero insiste en la oferta con su acento paisa marcado, “pero por qué noooo… cómo así…”, como si me estuviera ofreciendo un postre después del almuerzo, este de 30 millones, sin papeleos o compliques porque la conversación está siendo grabada y queda constancia de todo si acepto. Insisto en que estoy a dieta de préstamos, en détox de tarjetas. Los entrenan para hablar, pero no para escuchar.

Y llega la parte del guión de mercadeo que más enerve puede dar: “Cuénteme por qué no, señora; cómo está su situación financiera…”. ¿Bancolombia coaching? Ay, si le contara a Elkin o a Ángela o a Francy o a Juandiegorestrepo, a cualquiera de los que llaman lunes festivo o miércoles de ceniza por igual. ¿Qué le importa al banco mi situación financiera o cómo administro en cuotas mis gustos y angustias, excepto si no es para venderme la supuesta solución con la ampliación del cupo o el préstamo de libre inversión con el que llevan una semana tratando de enjalmarme? Ahí están sus verdaderos intereses.

Quien se haya inventado ese guión tan intrusivo y mañé es imposible que no sepa que produce un rechazo inmediato. Es la versión bancaria del médico o la enfermera que habla en plural en una de esas situaciones pudorosas, “nos quitamos la ropa de la cintura para abajo, nos colocamos la bata con la apertura hacia adelante, respiramos profundo…”.  

En estos días ha rodado por las redes el video “Nos están quebrando”, que recoge lo ya requetedicho sobre cómo el microempresario megaendeudado termina financiando a las grandes empresas cuando éstas les pagan a 90 o más días. La idea es que les paguen a 30 días para evitar no solo que los emprendimientos se sequen por falta de flujo de caja o caigan en manos de préstamos bancarios para sobreaguar, sino, ante todo –digo yo- para evitarles los call enter que los acosan para recordarles que faltan tres días para el vencimiento de la fecha de su pago, faltan dos días para el pago de su cuota, apreciado cliente: queremos recordarle que hoy vence su fecha de pago. Si ya lo realizó, haga caso omiso a este mensaje.

Pues bien, esta sería la otra cara de la moneda, también de inspiración española, como la del pago a plazos justos: “Nos están enloqueciendo”. Necesitamos una ley que impida que los bancos nos acosen telefónicamente. Hace un tiempo la SúperBancaria le fijó horario a los chepitos telefónicos; está en mora –una forma de decir- de reglamentar esta llamadera y que sea realmente fácil darse de baja de las bases de datos telefónicos que reparten como dulces a los call centers de aquí y de otros países; sin tener que escribirle al defensor del cliente, esperar cinco días hábiles una respuesta, leer la letra bien menuda a ver dónde dice que pueden llamar y hacer este mercadeo tan mamón.

Llevo meses con sus días y noches pidiendo que me saquen de la lista, que no quiero emprender nada, excepto la retirada de prácticamente todos los bancos con los que tengo alguna relación: desbancarizarme.  No autoricé que me llamen el domingo a ninguna hora, no recuerdo haber marcado la casilla que decía que por tener una cuenta de ahorros debo pagar el precio con llamadas de números raros que me roban tiempo o atención. Soy el cliente, ¿se acuerdan? No me hacen un favor, hacen negocio. 

Dejo aquí públicamente dicho: si necesito algo o tengo una gran idea que me hará la próxima emprendedora del año, yo paso por allá. No me llamen, yo los llamo.

@Polymarti

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