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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Lloro por ti, Argentina

Y también por mi país, que puede precipitarse por el mismo desfiladero.

Jorge Humberto Botero
5 de diciembre de 2023

En 1946, Juan Domingo Perón fue elegido presidente de la Argentina con el respaldo de las masas urbanas, los célebres “descamisados”. Para estos fines utilizó las fuerzas sindicales a las que, ya en el poder, sometió a su autoridad absoluta. Se había formado ideológicamente en los años treinta en Italia y Alemania durante la época de ascenso de fascistas y nazis.

En aquellos años su país todavía gozaba del boom exportador de materias primas que le permitió, sin preocupaciones financieras, derramar cuantiosos beneficios a los sectores populares. Concebía la democracia como el compromiso del dirigente con su pueblo; las elecciones no serían abiertas y competitivas, sino mecanismos para la ratificación de su liderazgo. Así logró gobernar durante tres períodos.

Para mantener la fidelidad popular, utilizó una estrategia maniquea: diferenciar la noble gente suya de las corruptas élites sociales. Leo en un documento de la época: “En la bolsa de valores hay unas quinientas personas que se ganan la vida traficando con lo que otros producen. En la Unión Industrial hay unos doce caballeros que nunca han sido industriales. Y entre los rancheros figuran otros cuantos que conspiran para imponer una dictadura en este país…”. Como dicen las películas: “cualquier parecido…”

Esa misma satanización podría haberse dirigido contra los descendientes de los esclavistas, doce de los cuales fueron invitados recientemente a manteles por el presidente. Debió costarles un esfuerzo enorme sonreír para la foto y pasar unos cuantos mensajes sensatos en aras de la reactivación de la economía y la defensa de un sistema que hace posible que sus empresas existan. Dudo que su esfuerzo haya sido útil. Lo que creo que Petro persigue es dejar constancia de que, si fracasa, es porque un conjunto de fuerzas reaccionarias no lo dejaron transformar a Colombia. Lo mismo que le pasó en Bogotá.

Perón es reconocido como el primero y el más exitoso de los populistas. Incluso muchos años después de su muerte, ocurrida en 1974, prometer fidelidad a su legado ha sido indispensable para hacer política en la Argentina. El triunfo de Milei, un personaje rarísimo, parecido a algunos otros que ahora gobiernan en la región (en Nicaragua, por ejemplo, no sean mal pensados) fue un evento singular y justificado: la última generación de los herederos de Perón –los Kirchner– lograron destruir la economía, incrementar la pobreza y llevar la inflación a la estratosfera. Téngase en cuenta que 100 años atrás el ingreso medio de los argentinos era superior al de Alemania, Francia e Italia. Desde entonces no ha cesado de caer. A partir de 1950 ha tenido dieciséis recesiones. Por eso ha podido decirse que hay cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Aquel por su desempeño sobresaliente.

¿Cómo hicieron para fracasar con tanto éxito? Usando los recursos fiscales disponibles hasta su extinción y, luego, acudiendo a la emisión monetaria –que no está a cargo de un banco central independiente– sin talanqueras, es decir, sin respetar regla fiscal alguna, como aquí está dispuesto. Exhaustas estas fuentes, Argentina acudió al Fondo Monetario Internacional al que hoy adeuda una suma exorbitante que no puede pagar.

Milei ha prometido una reducción significativa del gasto y de los impuestos, vender empresas estatales ineficientes y dolarizar la economía, propósitos estos de muy difícil realización.

Teniendo en cuenta que casi el 50 % de la población recibe subsidios, reducirlos de manera súbita podría generar una revuelta social, salvo que la economía, reactivándose con celeridad, compense los empleos redundantes y buena parte de los subsidios estatales. Racionalizar impuestos, por ejemplo, los que restan competitividad a las exportaciones, es indispensable, pero habrá que sustituirlos por otros menos distorsionantes. En cuanto a la idea de vender empresas estatales deficitarias, es difícil que haya compradores y que los recursos que se obtengan sean relevantes.

Respecto a la dolarización, y el consecuencial cierre del banco central, que es el eje de la estrategia anunciada por Millei, el escollo esencial es la ausencia de dólares. Como diría el gran Rigo, “para fabricar arepas el maíz es indispensable, mijito”. En efecto: las reservas internacionales son negativas, y si bien los argentinos tienen recursos sustanciales en moneda dura fuera del país o debajo del colchón, no parece factible que los depositen en la banca local, así sea en dólares. Ya otro gobierno, años atrás, se apropió de esos ahorros. La gente bien recuerda que fue esquilmada.

En consecuencia, la única solución eficiente sería la reprogramación de la deuda externa y un nuevo rescate por el Fondo Monetario, un camino de abrojos que ya este ha transitado ¡veintitrés veces! No será fácil. La deuda en mora con esa entidad es de 44 billones de dólares, suma que constituye el peor fiasco en su historia. Luego de que asuma que es irremediable meter plata buena para intentar recuperar plata mala, el Fondo establecería condicionalidades que son incuestionables y que la izquierda peronista abomina: reducción sustancial del déficit fiscal, liberación del comercio exterior, flotación del tipo de cambio, normas claras para la inversión extranjera, especialmente en hidrocarburos y litio. Para la adopción de estas medidas se requiere un acuerdo nacional que difícilmente ocurrirá.

Además de sonar parecido, existen entre peronismo y petrismo semejanzas profundas. Un rechazo radical a la ortodoxia monetaria; la tendencia a incrementar las transferencias a ciertos colectivos sociales –de ordinario políticamente afines– sin condiciones, límites temporales y mecanismos de evaluación de sus impactos; la inclinación a romper los diques que disciplinan el gasto público, y la tendencia a estatizar la actividad empresarial. Los avances en la reforma a la salud, que nos podría devolver al calvario del Seguro Social, parece tener mayorías suficientes en la Cámara.

Todavía podemos detener una debacle semejante a la argentina. Para lograrlo, el país requiere con urgencia liderazgos políticos nuevos. Quizás empiecen a perfilarse al comenzar el año.

Briznas poéticas. Escribió Nicolás Gómez Dávila: “Educar no consiste en colaborar al libre desarrollo del individuo, sino en apelar a lo que todos tienen de decente contra lo que todos tienen de perverso”.

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