OPINIÓN

Los límites del poder

El principal desafío que enfrentará el nuevo gobierno de Colombia será contribuir a generar las condiciones para que la economía del país vuelva a crecer al 4% o más por año, como lo hizo durante la bonanza petrolera de 2003-2014.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
29 de mayo de 2018

Nótese que no lo califico como el principal desafío en materia económica; es el mayor reto, punto. La historia es contundente en demostrar que un crecimiento económico alto y sostenido—una circunstancia relativamente reciente, de los últimos 200 años más o menos—le resuelve muchísimos problemas—no todos, por supuesto—a una sociedad. No existe antídoto más eficaz al mal secular de la humanidad: la insuficiencia de medios para llevar una vida digna y plena que agobia a millones de personas.

Nótese también que al hablar de “contribuir a generar las condiciones” me cuido de no sobrestimar el rol de un presidente o un gobierno. El crecimiento económico es un fenómeno complejo y de origen multifactorial, aún no debidamente comprendido. En el más corto plazo, depende de elementos coyunturales, como los términos de intercambio (la relación entre los precios de lo que vende y de lo que compra un país) y el ciclo económico global, que un gobierno no controla y frente a los que dispone de un arsenal de respuesta limitado a la hora, por ejemplo, de mitigar posibles efectos negativos. En este siglo, nada ha incidido más en el éxito económico de un gobierno en Colombia que el precio del petróleo.

Estos hechos circunstanciales interactúan con diversos determinantes estructurales, que incorporan un alto grado de inercia y que difícilmente se pueden modificar fundamentalmente en 4 años. El primordial es la productividad: el grado de eficacia de una economía para traducir insumos, como el capital y el trabajo, en riqueza. Ésta surge en base a una diversidad de factores, centrales entre ellos la densidad, escala, sofisticación e, incluso, cultura, del tejido empresarial y su capacidad para incorporar conocimiento a las cadenas de producción. Pero, por supuesto, también a partir de elementos como el progreso tecnológico, las competencias de la fuerza laboral, la calidad y estabilidad de las reglas de juego, la robustez de las instituciones, entre otros.  

Esto no es para decir que las ideas, talante y prácticas de un presidente y un gobierno no influyan en el crecimiento. Pero sí que las restricciones que enfrenta son mayúsculas y que cuando un titular anuncia que el gobierno X creó Y empleos o generó un crecimiento del Z, le está asignando a aquel poderes que no tiene. La principal virtud de la democracia es que establece reglas claras para cambiar los gobiernos. Pues aunque el margen de una administración para alterar materialmente la senda de crecimiento de una economía es relativamente limitado, donde no hay alternancia en el poder y dado el tiempo suficiente, sí es mucho lo que un régimen con ideas equivocadas puede hacer para menoscabarla.  

Conseguir un mayor nivel de bienestar para los colombianos pasa necesariamente por lograr una mayor diversificación y sofisticación del aparato productivo para poder generar más riqueza y poder pagar mejores salarios. Pero ello no se logra a rajatabla, marchitando forzosamente sectores que pueden tener más pasado que futuro pero que hoy son fuente de prosperidad. Ni basta con rebajar los impuestos a las empresas. Se logra construyendo sobre lo construido, dando señales inteligentes, moldeando los incentivos, apuntalando la confianza y, sobre todo, partiendo de la humildad de reconocer los límites del poder.

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