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Hoy como ayer…

Y sí. Ese año 1989 fue terrible en Colombia, con sus bombas y sus asesinatos, y este 2019 está empezando a serlo, todavía empezando apenas, por el mismo camino.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
16 de marzo de 2019

Advertía Maria Elvira Samper en la presentacion de su libro 1989, al que llamó “año espeluznante”, que en este 2019 vamos por el mismo camino. Y sí. Francisco Gutiérrez Sanín, el prologuista, le hacía eco, viendo entre estos dos años de la historia de Colombia “similitudes terribles”. Y Enrique Santos Calderón completaba el inquietante cuadro recordando que en ese año de hace treinta se dio la invasión de Panamá por los Estados Unidos del presidente George Bush (padre) para derrocar a un narcodictador, el general Manuel Antonio Noriega, tal como en este 2019 estamos asistiendo a la amenaza del presidente norteamericano Donald Trump de invadir a Venezuela para derrocar a otro al que acusan de lo mismo, Nicolás Maduro.

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Y sí. Ese año 1989 fue terrible en Colombia, con sus bombas y sus asesinatos, y este 2019 está empezando a serlo, todavía empezando apenas, por el mismo camino. Los asesinatos políticos, las bombas terroristas, el poder omnipresente del narcotráfico como deus ex machina de la tragedia y de la farsa. Aunque no es el caso de volver a citar la manoseada frase de Marx sobre la repetición de la historia en esas dos maneras, puesto que en este caso es la tragedia la que se repite, casi idéntica. Es repetición, precisamente. No es ensayo, sino función ya estudiada. Entramos de nuevo en la tragedia con los ojos abiertos, sabiendo de antemano lo que encierra. No he leído todavía el libro de María Elvira Samper, salvo su prólogo y sus primeras páginas. Pero de antemano se me antoja que es más trágico lo de hoy, que apenas está empezando, que lo de hace treinta años. Porque aquello era más espontáneo que esto. Esto es deliberado, premeditado: con productor, con autor, con director, con actores ya conocidos, e incluso con un consueta –elemento de farsa– que desde su concha les dicta a los actores lo que deben decir. Esta vez, además, conocemos el desenlace: treinta años de horror.

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En el posconflicto dejado por los pactos de paz de Juan Manuel Santos se repite bajo el de Iván Duque la indiferencia del Gobierno ante los asesinatos repetidos de los llamados líderes sociales, como hace treinta años se desató ante las narices del Gobierno de Virgilio Barco el exterminio de la Unión Patriótica salida de los acuerdos de Belisario Betancur. Barco lo achacaba a “fuerzas oscuras”, y su ministro de Gobierno César Gaviria reconocía la existencia de más de un centenar de grupos paramilitares. Ahora el Gobierno y la Fiscalía aseguran que no hay sistematicidad en la matanza de todo lo que huela a izquierda. Y en lo referente a la droga, Barco al menos tuvo la dignidad de plantear ante los Estados Unidos el tema de la doble responsabilidad en el fenómeno. Duque simplemente se inclina ante las órdenes de la DEA. Y en cuanto a invasiones de países vecinos, Barco se opuso y criticó la de Panamá en compañía de los demás países latinoamericanos; en tanto que Duque ni siquiera responde cuando se le pregunta si colaborará prestando el territorio y las bases militares colombianas para la posible invasión de Venezuela, limitándose a decir, con Donald Trump y sus consejeros, que “todas las opciones están sobre la mesa”.

Los problemas siguen siendo los mismos que hace treinta años. Y el Gobierno que tenemos es peor.

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