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Petro, el ELN y el papa Francisco

Es la mentira como instrumento político y de gestión. La mentira y la improvisación. Difícil discernir los anuncios verdaderos de los falsos.

Salud Hernández-Mora
7 de enero de 2023

No sé quién quedó peor, si Petro, la ONU, la Iglesia católica o todos los anteriores. Fue una vergüenza colectiva, un engaño innecesario al país, una manera absurda de agrietar más aún la credibilidad de la manoseada “paz total” petrista y la de ellos mismos.

De la sesgada ONU de Bachelet no sorprende, siempre caminan con el pie zurdo y alientan a los suyos. Pero la Iglesia no puede hacerle el juego y encubrir a un gobierno.

Imposible que no supieran que era una decisión sacada de la manga, que nada había negociado ni previsto. Con un monseñor Darío Monsalve más cercano al ELN que a sus feligreses caleños, y siendo monseñor Medardo de Jesús Henao parte del proceso de paz con esa guerrilla, no pueden alegar desconocimiento. Nadie los obligaba a proclamar que harían la veeduría del supuesto cese, ocultando la verdad como si fuesen del gabinete ministerial. 

En cuanto a Petro y su combo, nada que no sea lo de siempre. Mienten con descaro, practican la incoherencia sin recato y proponen medidas y proyectos con una inquietante falta de rigor técnico. Es la mentira como instrumento político y de gestión. La mentira y la improvisación. Difícil discernir los anuncios verdaderos de los falsos.

Por mucho que pretendan minimizarlo, todo alrededor del trino de Petro del 31 de diciembre y el posterior desmentido del ELN dan fe de que la consigna de “correr la línea ética” quedó impresa en el ADN de este Gobierno. Y que sigue firme el empeño petrista de despreciar en público a las fuerzas de seguridad del Estado para minar su prestigio.

Asombra que un ministro de Defensa humille a diario a los oficiales bajo su mando y que estos se limiten a poner la otra mejilla tras cada bofetada. De pronto no son conscientes de lo que supone su pérdida de liderazgo y el asumir sin reparos el papel de convidados de piedra que les asignaron en la Tarea de Acoso y Derribo institucional que emprendió Petro el 7 de agosto. Y que el exmagistrado Iván Velásquez ni disimule su evidente animadversión hacia las Fuerzas Militares y el interés en demoler sus cimientos.

Que el ministro alegara que la cúpula militar y policial estaba informada del cese al fuego porque unas horas antes del anuncio presidencial se lo había comunicado, supone ningunearlos ante el país y ante sus subalternos. Y dejarlos a todos a los pies de los caballos.  

¿Se imaginan las caras y los balbuceos de la cúpula cuando algún comandante de brigada o batallón preguntara qué diablos debían hacer el 1 de enero, desde las 0 horas, en las zonas rojas? ¿Y los incómodos silencios de esos mandos en cuanto capitanes, tenientes, sargentos, cabos, formularan la misma pregunta? ¿Y qué pensaría la tropa al observar la sorpresa y la falta de planeación de sus jefes?

Aunque los máximos dirigentes castrenses tienen que acatar las órdenes del jefe del Estado y es complejo con este Gobierno obedecer sin perder la dignidad, hay maneras de manifestar los reparos dentro de los límites constitucionales. Pero solo dan la impresión de tragarse el sapo de que los equipararen siempre a las bandas criminales y de interpretar como súbditos anegados el vergonzoso papel de idiotas útiles que les han adjudicado.  

Y como este Gobierno trapea con ellos, después de que el ELN desmintiera a Petro, los obligaron a estar presentes, en segundo plano, en la rueda de prensa del ministro del Interior, Alfonso Prada, en la que siguió insultando la inteligencia de los colombianos con unos argumentos chimbos para justificar lo injustificable.

No solo no había nada pactado con el ELN, tampoco con las otras bandas criminales. Y si las cuatro que quedan no corrieron a declarar su sorpresa por el decreto inconsulto, es porque Petro les regaló una ventaja de cara a las supuestas negociaciones. A río revuelto, ganancia de pescadores, y nada hay en estos momentos más enredado que el combate contra las bandas criminales. Reina la incertidumbre en los cuerpos de seguridad del Estado y eso beneficia a los matones. Ni siquiera existe claridad sobre si el Ejército, por ejemplo, debe atrapar a alguno con orden de captura o si los tienen que dejar ir como si fuesen gestores de paz.

Un último apunte que conocen Gustavo Petro, la Iglesia católica, la ONU y todos los negociadores: al ELN no le gusta sellar acuerdos a las carreras. Y, mucho menos, que los metan en el mismo bulto del resto de bandas tan criminales como ellos. Se consideran de mejor familia, entre otras razones, porque el país le otorga un estatus político que no merecen. Si las Farc tuvieron dos años de foco mediático y soñaron con el Premio Nobel, ellos echarán carreta, mínimo el mismo tiempo.

Por eso el trino de Petro era tan falaz, tan inoportuno. Y por eso resulta incomprensible la postura de la Iglesia de Francisco. Quizá algún día nos cuente a los católicos qué trató con Petro en el Vaticano. ¿O son secretos inconfesables?

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