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Reciprocidad: la clave de una paz negociada

La “unilateralidad” es propia de un sometimiento o rendición del adversario pero la esencia de una paz pactada debe la disposición a concesiones mutuas, que no se da entre iguales.

Diego Arias, Diego Arias
5 de junio de 2014

No participo de quienes en medio del debate sobre la guerra y la paz en Colombia terminan estigmatizando a unos como “guerreristas” y a otros como aliados de las FARC. En ambos lugares de esa dramática contradicción, hay matices que debiéramos esforzarnos por entender y respetar.

Las razones para defender una salida negociada al conflicto son poderosas: el diálogo será siempre una mejor opción que el uso de la fuerza o la violencia y por esa vía se ahorran enormes costos en términos materiales, tiempo y sobre todo, vidas humanas.

Cada minuto, de cada hora, de cada día, de cada semana, de cada mes, de cada año que pasa sin que hayamos sido capaces de terminar la guerra se traduce en esos costos y muchos más.

Es difícil no adherirse a este postulado (hablar en vez de disparar) salvo para quienes a toda costa, invocando una falsa superioridad moral o política, sólo creen en la victoria total y exclusiva de las armas o el aniquilamiento del enemigo.

Sin embargo, y pese a lo anterior, yo encuentro válidas y legítimas varias de las preocupaciones de sectores que han planteado distintos tipos de objeciones a la manera como esa paz se pretende alcanzar con el modelo de negociación que se adelanta actualmente en La Habana.

Yo, sin embargo, estoy firmemente convencido de que este es el mejor momento (tal vez irrepetible) de convenir el fin de la guerra mediante un acuerdo de paz. Y creo, además, que el modelo actual es el adecuado y está mostrando sus logros y resultados que no tienen que ver, para nada, con el supuesto peligro de la instauración de un modelo de sociedad comunista o régimen castro-chavista en Colombia, sino con reformas urgentes, posibles, necesarias y democráticas, pendientes de hacer hace mucho tiempo o negadas (con el uso de la violencia incluso) por parte de sectores de las élites gobernantes de este país.

Digo que respeto a esa oposición al proceso de paz que está dentro de lo “democrático” pero eso no significa que comparta sus argumentos. Lamentablemente, quienes se oponen o descreen de este modelo, se sitúan en argumentos que creo son equivocados, esencialmente porque hay la idea de que debe haber condiciones unilaterales a las cuales alguna de las partes, en este caso la guerrilla, debe someterse o avanzar previamente.

En el tema de un cese al fuego, por ejemplo, la pretensión de suspender las hostilidades de forma unilateral y permanente por parte de las FARC y el ELN no se corresponde con la idea de la “bilateralidad” que es propia de una negociación de paz. ¿O se trataría acaso de que la guerrilla cese sus acciones militares mientras las fuerza militares y de policía mantienen su iniciativa para perseguirlos, bombardearlos y darlos de baja mientras negocian?

Por más que sean la fuerza del Estado y exista un mandato constitucional, en el contexto de una negociación de paz (a menos que la contraparte esté totalmente derrotada o rendida) esta exigencia está más cerca del deseo que de la realidad. No obstante, la guerrilla sí debería tener gestos unilaterales como la liberación de secuestrados, la exclusión de menores, la no afectación a la población civil, entre otros, tal y como lo ha demandado la sociedad civil.

Otro punto que da cuenta de la importancia de la bilateralidad bien puede ser el de garantizar que no exista impunidad y se asegure la aplicación de la justicia. Podemos estar de acuerdo en que haya justicia y cárcel para la guerrilla para que no haya impunidad. Pero, ¿estamos en condiciones de exigir también que, como debiera ser, comparezcan entonces ante la justicia también quienes desde distintos lugares de la institucionalidad o por fuera de ella han promovido el despojo, la guerra y la violencia de maneras ilegales?

No comparto para nada, al igual que la inmensa mayoría de los colombianos, los métodos violentos de la guerrilla, pero esta especie de “unilateralidad” que se demanda solo para la guerrilla expresa un grave desconocimiento de la complejidad de nuestro conflicto y la convicción de que unos son los buenos (nosotros) y otros (ellos) son los malos, de suerte que allí se confunde una negociación de paz con un sometimiento a la justicia o una rendición. Aquí la rectificación debe ser colectiva.

Entiendo perfectamente que por muchas, válidas y poderosas razones (incluidas militares), la negociación con las FARC y con el ELN no es entre iguales. Pero la idea de acordar la paz pactada, que es la mejor de las paces posibles, trae implícitos varios atributos fundamentales: sobre todo, voluntad, confianza y reciprocidad.

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