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Refugiados de guerra

Por culpa de la guerra Colombia se ha convertido en un país en el cual no se puede vivir

Antonio Caballero
29 de marzo de 1993



EN COLOMBIA ESTAMOS EN GUERRA por orden de los Estados Unidos: en esa "guerra frontal contra la droga" que los gobiernos norteamericanos han decretado en nombre de la Moral y el Bien, de los cuales ellos son, como es sabido, los representantes en la tierra. Ha sido una guerra larga, y sigue siendo costosa.
Para empezar, en sangre. Son millares los colombianos que cada año, desde hace 20, mueren en esa guerra. Desde todos sus ángulos: mueren narcos, mueren enemigos de los narcos, mueren simples transeúntes. Mueren jueces, sicarios, periodistas, policías, procuradores, candidatos presidenciales, niños, pasajeros de avión. Pero además de los muertos Colombia paga otros costos por esa guerra, tanto morales como materiales. Desde cosas tan graves como la destrucción del aparato de justicia hasta otras cosas que pueden aparecer insignificantes, como los vidrios rotos por el estallido de un carrobomba. ¿Insignificantes? Sumemos vidrios, sumemos dinamita, munición, gastos en cárceles, sueldos de policías dedicados a examinar maletas en los aeropuertos, maletas rotas en busca de droga o bombas, lucro cesante por exportaciones interceptadas, carros volados, cráteres abiertos, calles cortadas al tráfico, pago de delatores. Sumemos el turismo perdido, el costo de los anuncios en la prensa mundial para "recuperar imagen" o para ofrecer recompensas por los narcos, el glifosato gastado en erradicar plantaciones de coca o de amapola...
Y sumémosle a eso el caos creciente en que la guerra frontal contra la droga ha sumido al país. Las alianzas entre guerrilla y narcos o en contraguerrilla y narcos, o inclusive, con la reciente aparición de los "pepes", entre narcos y antinarcos. Por culpa de la guerra Colombia se ha convertido en un país en el cual no se puede vivir.
Acabamos de verlo de manera a la vez ejemplar y grotesca con el episodio del frustrado viaje al exterior de hijos de Pablo Escobar. Grotesco: los hijos de hombre más buscado del país no pueden viajar sin un permiso firmado por su padre y autenticado ante notario. Grotesco también: los hijos del principal narcotraficante colombiano disponen de visa para los Estados Unidos, renovada varias veces, cuando ese documento es casi inaccesible para los colombianos comunes y corrientes -precisamente porque ellos sí son sospechosos de ser narcos. Y más grotesco todavía: la embajada norteamericana en Bogotá anuncia que las visas de los niños han sido canceladas, pero podrán ser renovadas sin dificultad si así lo solicita personalmente su padre, que es el narco más famoso y más buscado del mundo.
Pero más allá de lo grotesco, el episodio es ejemplar.
Lo que verdaderamente llama la atención es que los hijos del narco más famoso y más perseguido del mundo hayan buscado refugio (sin duda por concejo de su padre) precisamente en los Estados Unidos: el país que decreta, y en teoría encabeza, la guerra frontal contra la droga. No se les ocurrió viajar a un país vecino: la cómoda Venezuela, el pacífico Ecuador, Panamá, que es zona franca para narcos. Ni tampoco a uno remoto, en donde a nadie se le ocurriera ir a buscarlos: la China, Islandia, Madagascar, Nueva Zelanda. No. Se dirigieron como si fuera la cosa más natural del mundo, a los Estados Unidos: ese país en el cual, a causa de la guerra frontal contra la droga, los colombianos tienen más dificultades para entrar.
La razón es muy sencilla: que sólo hay un pais en el ancho mundo en donde de verdad se está al abrigo de las incomodidades y los peligros provocados por la guerra universal contra la droga decretada por los Estados Unidos. Y ese país es los Estados Unidos: el único en el que no asesinan a los jueces ni ponen carrobombas en las calles, y en el que la droga se vende sin problemas en todas las esquinas.
Por eso mismo también es natural que sea ese el país que han escogido los narcos para invertir sus ganancias.

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