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Ganó la paz

Hay que aceptar que, en el presente, la seguridad democrática no es un lema de campaña que arrastre multitudes.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
2 de noviembre de 2019

Pasaron más de mil días, más de tres años y ocurrió en unas elecciones distintas. Algunos dirán que estoy exagerando, que una cosa es una cosa y otra, otra. Que hacer la comparación es un error. Que los comicios son locales y que hacer una proyección a lo nacional no funciona. Pero los opositores al acuerdo de paz lo hicieron antes. Fueron los primeros en alegar que no confiaban en las encuestas, particularmente, en Bogotá. Prometían un resultado igual al plebiscito cuando hubo una sorpresiva victoria del No. 

No ocurrió. Y no solo en Bogotá. En todas las urnas de competencia importante (para Álvaro Uribe Vélez) perdieron. En Medellín su candidato escogido a dedo no pudo. En Antioquia volvieron a quedarse con el segundo puesto. En la vecina Córdoba –el otro hogar del uribismo– fueron  derrotados en el departamento y en la capital, Montería. Igual ocurrió en Sucre. En Cali, a su chancero tampoco le alcanzó. En Magdalena y Santa Marta ganó quien se opuso a las políticas de siempre. En Santander, la candidata uribista logró el tercer lugar, lejos del triunfador.

Pero el mayor golpe fue en Bogotá. En las redes sociales se cantaba como segura la remontada de Miguel Uribe, como en el plebiscito que para el uribismo radical fue el día en que se robaron el futuro. Marcó un antes y un después. Nunca se ha recuperado de esa injusticia.

Algunos pensaban que el domingo sería una agradable revancha. Pasó lo contrario: los votantes le dijeron no más a la política de la mano dura y el corazón grande. Para los colombianos, la paz es un hecho. Los problemas del detalle –la impunidad– no son suficientes para querer volver al pasado. 

Esta posición es particularmente marcada en las grandes urbes y en la juventud. El año 2002 está muy lejos de la Colombia de finales de 2019. Utilizar la misma marca no es error de principiantes. Pero el Centro Democrático no puede salir de allí, no es posible mientras siga Uribe. Ese es el mensaje.

Hay que aceptar que, en el presente, la seguridad democrática no es un lema de campaña que arrastre multitudes.

Uribe ya lo aceptó. En su trino del domingo dijo: “Perdimos, reconozco la derrota con humildad. La lucha por la democracia no tiene fin”. El martes agregó: “Nuestros candidatos presentaron programas muy serios que en la cohesión social integral incluyen las prioridades ambientales, la tecnología con cobertura universal como soporte educativo, el buen trato animal…”. Son mensajes para jóvenes que su partido no tiene. 

Paloma Valencia se equivocó. No reconocer la derrota puede que le dé algunos puntos hoy, pero no la posiciona para el futuro. Hay que aceptar que, en el presente, la seguridad democrática no es un lema de campaña que arrastre multitudes. Un legado de estas elecciones es que pasó desapercibida la amenaza del terrorismo. 

Los elegidos en las principales ciudades lo hicieron con una propuesta de renovación. Y esta, hay que decirlo, es de centroizquierda. Ellos serán quienes acompañen al presidente Iván Duque hasta el final de su periodo. No hay aliados de Duque ni de su partido.

La posición del Gobierno quedó muy débil y, si no decide dar un giro, garantiza la condición de lame duck. Sería desastroso resultado y algo que Duque puede evitar. Pero tiene que independizarse de su círculo, que no comparte sus objetivos.

No es posible cambiar el acuerdo: no hay mayoría en el Congreso ni en la opinión pública. Aunque no era un tema de campaña, en la práctica era un desarrollo. Si era tan odiosa la paz, Colombia habría elegido mandatarios del No. No fue así. Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín, Jorge Iván Ospina en Cali y Jaime Pumarejo en Barranquilla; todos estuvieron con el Sí. Es cada vez más reducido el grupo de quienes optan por volverlo trizas. 

Tal vez, lo mejor que pasó el domingo fue el apoyo en las urnas a la paz. El presidente Duque, que no es un hombre de peleas, debe dar un salto hacia el futuro; varios de su partido preferían no dejarlo gobernar. 

El año 2022 está a la vuelta de la esquina. El presidente apenas tiene un año largo para dejar su huella. Es evidente que el Centro Democrático va a la derecha y no ve otro camino. Incluso en su interior se ha empezado a conversar sobre la vida después de Uribe. La pregunta del millón es ¿Duque también?

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