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SERPA (IMPRESIONES DE UNA CONSPI)

18 de noviembre de 1996

Una constante del proceso Samper ha sido que, de regreso al país después de haber descansado unos días de los acontecimientos, uno encuentra las cosas igual, pero peor. Al único que parece irle igual, pero mejor, entre todos los protagonistas de esta crisis, es al ministro Horacio Serpa. Ya ni se toca el tema de su eventual embajada. Todo pare-ce indicar que Serpa se quedará en el gobierno hasta el día antes de que quede inhabilitado como candidato. Pero para que llegue ese día todavía hacen falta seis meses, que este singular personaje invertirá en seguir haciendo campaña para la presidencia de Colombia.Perfilado tan claramente como está, Horacio Serpa, como precandidato presidencial, nos encontramos frente a una ironía. La de que a pesar de ser Samper el protagonista del mayor escándalo político en la historia de Colombia, podría ser el único de los presidentes colombianos que logre lo que todos han querido en su momento: imponer a su sucesor. Lo que López Pumarejo no logró con Darío Echandía, ni Eduardo Santos con Carlos Lleras, ni Alfonso López con Indalecio Liévano, ni Turbay con Lemos, ni Belisario con Augusto Ramírez, ni Barco con Luis Fernando Jaramillo o Peñalosa, ni Gaviria con Rafael Pardo o Rudolf Hommes, podría lograrlo Samper con Serpa. En él, indudablemente, hay un líder de la opinión que ha construido su prestigio sobre la terca lealtad al gobierno Samper. La gente lo ha premiado por sus actitudes frenteras y su sorprendente franqueza política.Serpa, en mi opinión, es el único de los precandidatos presidenciales que se atreve a decir lo que realmente piensa. Desde el reprobable comentario de que Hernán Echavarría es un viejo 'gagá', hasta la delirante afirmación de que el antisamperismo es una conspiración contra el pueblo hambriento. Su posicionamiento en la centroizquierda de la política colombiana no me choca: es un hombre frentero al cual se sabe a qué atenerse desde el comienzo. Tiene sentido del humor, es inteligente, arrogante y perverso. La mejor manera de combatir al enemigo es la de identificarlo primero, y a todos aquellos que no lo apoyamos, pero que reconocemos en él a un político con todas las de la ley, por lo menos nos queda el consuelo de saber cómo es, y qué piensa exactamente, este enemigo llamado Horacio Serpa.Por ejemplo, de Serpa uno sabe que es un gran conocedor de la política interna, en lo que indudablemente pesa el haber tenido como cuna a ese torbellino de pasiones políticas que es Barrancabermeja. Pero así como sabe de política interna, desconoce casi totalmente el tema internacional y el económico.Mientras lo primero se puede arreglar, porque los presidentes no tienen necesariamente que saber hacer empanadas, sino dónde las venden (es un problema que se resuelve con un Rodrigo Pardo), el económico es más difícil de resolver. No depende sencillamente de conseguir a un Rudolf Hommes, sino de devolverle al país económico la confianza que ha perdido por cuenta de la crisis del actual gobierno. Si es, como lo creemos, la desconfianza el común denominador de los problemas del país, lo único que no puede hacer Serpa es prolongar durante cuatro años más la actual incertidumbre.Lo que no se ve claro es qué puede hacer para evitarlo. En política, las percepciones son más importantes que las realidades, y para muchos de los colombianos más pudientes, Serpa es un ex guerrillero, izquierdista, sindicalista, en cuyas manos Colombia es un país sin garantías para invertir.Por lo pronto, Serpa arranca con la simpatía del Grupo Santo Domingo, que ha tomado la decisión de incluirlo en el abanico de sus candidatos. Eso, que no necesariamente significa que Serpa sea todavía el candidato del Grupo (el Grupo, salvo contadas excepciones, adopta a casi todos los precandidatos; recordemos que hasta Navarro Wolf ha volado en el avión privado de Santo Domingo), es un buen comienzo para neutralizar los arraigados prejuicios que el capital tiene con respecto a Serpa.Ahora lo que Serpa necesita es que los demás empresarios del país piensen de él lo mismo que piensa Augusto López.

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