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Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

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Tiempos de revisionismo histórico

A lo largo de los pasados 16 meses los colombianos hemos tenido una especie de ‘déjà vu’ en que las mismas historias de exclusión, inequidad, privilegios e incluso corrupción se han repetido, pero ahora desde la izquierda.

Fernando Ruiz
11 de diciembre de 2023

En los tiempos que corren para la izquierda colombiana es imprescindible adoptar una visión revisionista de los hechos políticos anteriores a su llegada al poder. Su preocupación es que si no logra imponer una visión negativa del pasado, su proyecto político tendrá un futuro muy endeble. Para la izquierda gobernante, es urgente que los colombianos adoptemos una lectura no solo crítica, sino terrorífica del pasado.

El problema es la limitada evidencia que existe sobre ese pasado histórico -casi nula para ellos- además de la dificultad y esfuerzo que requiere documentar los anteriores gobiernos. Han recurrido desde las propuestas políticas postmodernas -porque, para ser justos, en otros países el ejercicio viene desde la derecha, vgr. Argentina- a la construcción de narrativas; así como el uso compulsivo de las redes sociales.

El reto para que esas narrativas funcionen es que deben ser muy impactantes para las audiencias y las bodegas. Por ello se deben buscar discursos que ya cuenten con una base de sensibilidad en las opiniones públicas. Dos han sido esenciales para la izquierda colombiana hoy en el poder: el primero tiene que ver con la pobreza y desigualdad “causada por las derechas gobernantes” y, el segundo, es la corrupción que sustrae recursos del Estado para el beneficio de particulares, mediante el uso abusivo del poder.

Desde el Pacto Histórico han sido muy efectivas las narrativas para captar audiencias, especialmente entre los jóvenes con mayor acceso a las redes sociales, que fueron componente muy importante en el ascenso al poder de la izquierda colombiana. Esto, coadyuvado por la baja capacidad de reacción de los grupos de centro -que no supieron plantear una visión más equilibrada y muchos de los cuales terminaron adheridos a la izquierda extrema en un ejercicio de arañar algo de poder- a sabiendas de la vacuidad de esos discursos.

El problema que enfrenta la izquierda en el poder es su desgaste demasiado acelerado y que las costuras de su proyecto político no muestran ninguna diferenciación en sus dos argumentaciones centrales: desigualdad y corrupción. A lo largo de los pasados 16 meses, los colombianos hemos tenido una especie de déjà vu, en que las mismas historias de exclusión, inequidad, privilegios e incluso corrupción se han repetido, pero ahora desde la izquierda. Esto ha permitido la construcción de contraargumentaciones y también algunas contranarrativas desde la derecha colombiana.

La erosión del espacio político de nuestra izquierda y la respuesta desde la derecha está llevando a la radicalización de los argumentos -desde el Gobierno- y la apertura de una opción casi desesperada hacia un neorrevisionismo histórico. El problema es que se está adelantando desde la manipulación de las cifras y desde argumentaciones falsas que contradicen los argumentos que en el inmediato pasado habían defendido hasta los más altos representantes del Pacto Histórico.

La semana pasada tuvimos un excelso ejemplo de esa agenda. Ante la necesidad de ambientar la aprobación de la reforma a la salud en la Cámara de Representantes, desde esa cartera se hizo un cuestionamiento hacia el Plan Nacional de Vacunación contra el covid-19 bajo una argumentación parecida a aquella que han sostenido los antivacunas con el “experimento universal”. Muy temprano el revisionismo se concentró en “triplicar las camas de cuidado intensivo para generar un lucro inusitado con la hospitalización de connacionales para el tratamiento del covid-19″. Ante la justificada reacción al primer argumento, el ministro de Salud salió a justificarse –no a rectificar–; en el segundo caso, sociedades científicas, hospitales y cientos de médicos expresaron su enfático rechazo ante el silencio de la autoridad sanitaria.

La única agenda para la salud de este gobierno es pasar por el Congreso la reforma y, en primera instancia, se está logrando con la subsecuente destrucción de la institucionalidad del sector, y esa costosísima cuenta la pagaremos todos los colombianos. Pero es muy necesario que conozcamos las realidades, con base en la evidencia científica, tal cual lo han expresado las diferentes sociedades científicas médicas en su comunicado de respuesta a la narrativa.

Quiero hacer referencia a un estudio científico -publicado en 2022- que analizó las hospitalizaciones en ocho de estas instituciones distribuido en diferentes ciudades de Colombia. Los resultados muestran de manera contundente cómo las personas de mayor edad (55 % mayores de 65 años) y con comorbilidades (64 %) fueron quienes más requirieron el uso de las unidades de cuidado intensivo: 52 % requirieron uno de ventilador; 22 %, terapia de reemplazo renal y 38 %, de soporte continuo por hipertensión arterial no controlada. Desafortunadamente y a pesar de todos los esfuerzos, el 38 % de los pacientes sucumbieron ante la enfermedad. Desafortunadamente es patente que el covid mata. Los más vulnerables fueron los adultos mayores, los fumadores, diabéticos, hipertensos y afrodescendientes.

El mencionado documento de la Asociación Colombiana de Medicina Crítica y Cuidado Intensivo, denominado Características clínicas y factores pronósticos de adultos con covid-19 ingresados en unidades de cuidados intensivos en Colombia: un estudio retrospectivo multicéntrico durante la primera ola de la pandemia, arrojó también que un significativo número de pacientes tuvo que acceder a las UCI y concluyó que la mortalidad elevada estuvo asociada con la edad, con la gravedad de la enfermedad al ingreso a la UCI y una disfunción orgánica.

Ese revisionismo, el cual mencioné con anterioridad, ve a través de un espejo retrovisor que enceguece a la izquierda colombiana buscando responsables bajo un discurso falso y cortinas de humo que son sus “verdaderos argumentos” para defender un proyecto de reforma de un ponente que no es médico, que desconoce el funcionamiento del sistema de salud, tecnólogo en autotrónica del Sena y “licenciado en educación popular”.

Como bien lo explicó un exdirector de Pablo Tobón Uribe: “… se pasaban informe de las UCI tres veces al día para verificar su ocupación. El ente territorial tenía el control de ellas y podía decidirla referencia de los pacientes. Pasamos de villanos a héroes y nuevamente a villanos. Ingratitud”.

Las narrativas y el revisionismo son siniestros cuando se trata de la salud de las personas. Pero más bizarro resulta que desde quienes deben proteger la integridad del sistema de salud se descalifique el esfuerzo de miles de trabajadores de la salud. Este es un ominoso preámbulo a una reforma tramitada a empujones, llena de falacias narrativas que van en contra de toda la evidencia disponible.

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