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Tres retos de la democracia durante la pandemia

Es mejor no hacerse demasiadas ilusiones: si el juicio racional no fue lo que llevó a los populistas al poder, tampoco es de esperarse que sea el que los despoje de él.

José Fernando Flórez, José Fernando Flórez
6 de mayo de 2020

La democracia no es el “gobierno del pueblo”. El gobierno del pueblo es un imposible empírico, una utopía que pertenece al mundo de la mitología democrática, que es el conjunto de ficciones de las cuales se vale el discurso democrático para justificar un modelo de dominación particularmente exitoso ante la opinión pública en los dos últimos siglos.

Cualquiera que se toma en serio el estudio de la génesis e historia del modelo democrático descubre que, como todos los sistemas de gobierno, la democracia es una fórmula para organizar el dominio de unas élites sobre el resto de la población. Esto ya lo probaron hace décadas Robert Michels, Joseph Schumpeter y Kenneth Arrow, desde la ciencia política, la teoría económica y las matemáticas, respectivamente, para apenas mencionar tres autores de referencia en el mundo del realismo democrático. Sin embargo, el mito de la “soberanía popular” subsiste como el principal argumento ­­­­-muy popular también- a favor de la dominación democrática.

Lo que sí es la democracia es un efectivo y valiosísimo modelo de pacificación social que nos permite definir periódicamente, sin derramamiento de sangre y en forma competitiva, quiénes serán los titulares temporales del poder político. El mismo modelo, además, les permite a las élites hacerse contrapeso (lo que en lenguaje técnico se denomina “separación de poderes”, “checks and balances” y “horizontal accountability”), mientras que a los dominados, que en las sociedades democráticas recibimos el título de “ciudadanos”, nos permite hacer control del ejercicio del poder mediante diversos mecanismos. (Quien quiera profundizar en esa visión realista de la democracia puede consultar mi libro sobre el tema publicado en 2015).

 En estos tiempos de pandemia, el modelo democrático enfrenta principalmente tres retos. El primero es mantenerse vigente, celebrando las elecciones programadas en condiciones de seguridad sanitaria. Lo prioritario ahora es evitar que prospere el argumento autoritario de que las elecciones “salen muy caras” en esta época de déficit fiscal, cuando lo realmente caro sería optar por no hacerlas. (Es verdad que las dictaduras, desde esa perspectiva de la “austeridad autocrática”, salen muy baratas, pero solo en el corto plazo).

Corea del Sur ya nos dio una lección de buena organización durante sus elecciones legislativas del pasado 15 de abril, realizadas bajo estrictas medidas de seguridad. Con la participación electoral más alta desde 1992 (66 %), Corea también demostró que la pandemia es una oportunidad para implementar innovaciones como el voto anticipado, el voto domiciliario y el voto por correo, que protegen a la población más vulnerable al permitirle votar sin salir de casa. 

El segundo reto es evitar el abuso del poder ejecutivo en los estados de excepción. La legislación de excepción es una herramienta prevista en la mayoría de sistemas democráticos,  que bien usada resulta muy útil para enfrentar situaciones de emergencia. Sin embargo, mal utilizada facilita el abuso del poder presidencial para normalizar poderes que deberían ser de excepción, como ya ocurrió en Hungría, Israel y Filipinas.

En Colombia, el deslucido papel del Congreso en lo que va de la crisis se ha visto compensado por un uso moderado de los poderes extraordinarios por parte del presidente. Por su parte, la oposición del nivel descentralizado, en cabeza de alcaldes y gobernadores, a algunas medidas propuestas por el jefe de Estado ha servido de sano contrapeso al hiperpresidencialismo que caracteriza a nuestro regimen político. Al contrario de lo que piensan algunos, discrepar no es un problema en una democracia. El problema serio sería que reinara el unanimismo o el silenciamiento de la crítica en medio de la peor crisis en lo que va de siglo. Este debate es signo de alguna robustez en nuestra democracia.

El tercer reto es evitar que el populismo y las fake news acaben de fagocitar el sistema democrático. Aún no está claro si esta crisis será la prueba definitiva de la ineptitud de los gobernantes populistas o sí, más bien, será nuevamente aprovechada por ellos para fortalecerse, pues el miedo y la polarización son su mayor combustible electoral. La respuesta a este interrogante pareciera ser matizada: mientras que algunos presidentes como Trump, López Obrador y Bolsonaro han despejado cualquier duda sobre su incapacidad intelectual e incluso tendencias sociopáticas; varios primeros ministros han dado muestras de sensatez, así sea tardía, como Boris Johnson en Reino Unido y Narendra Modi en India.

 Sin embargo, es mejor no hacerse demasiadas ilusiones: si el juicio racional no fue lo que llevó a los populistas al poder, tampoco es de esperarse que sea el que los despoje de él. Aunque en principio todos deberían perder la reelección como consecuencia del mal manejo de la crisis, las habilidades de manipulación emocional durante la campaña serán las que definan el resultado (como siempre ocurre). Nick Cohen pronostica una nueva oleada de populismo inducida por la la devastación económica y social que dejará la pandemia. No sería raro. El nazismo y el comunismo salieron revigorizados de la Gran Depresión de 1929.

@florezjose 

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