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Triste realidad de Colombia

Nuestra historia necesita con urgencia un mandatario que sea recordado por generar transformaciones y no otro expresidente que deje cartas de reconocimiento de errores, o peor aún, un líder que su único argumento sea mirar por el retrovisor y perpetuarse en el señalamiento de responsabilidades ajenas.

Marco Tulio Gutiérrez Morad
16 de diciembre de 2019

La historia de Colombia desde su génesis hasta nuestros días ha estado enmarcada dentro de la tensión y la dificultad con respecto a los rasgos y calidades de nuestros líderes, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, en los albores de nuestra vida republicana son el parangón más eficiente para entender, o mejor, para tratar de entender la realidad de nuestra patria, de sus convulsiones, de sus contradicciones y de los aprietos que nos han llevado a lo largo de nuestra historia, a enfrascarnos en guerras civiles, hegemonías partidistas, pactos bipartidistas para alternar el poder, para incluso terminar nuestra realidad actual en medio del clima del desasosiego de la polarización. 

En la carta que Bolívar le escribió al general Rafael Urdaneta se formaliza nuestra gran tragedia nacional, no aprendimos nunca a disertar o a dialogar para conseguir una mejor nación donde todos sus sectores pudieran tener la posibilidad de ser incluidos, heredamos de la gesta independentista el horror de la guerra para imponer las ideas que consideramos acertadas y solo eso, la célebre frase; "El no habernos puesto de acuerdo con Santander nos ha perjudicado a todos" funge como referente de nuestro escabroso recorrido como nación, en donde esa expresión fue acopiada y nos marcó con singular radicalismo, somos formados en la idea no de dialogar para dar razones, y por el contrario, aceptar tesis razonables del contendor y ello se erigió como razón de la política por siempre, a lo largo de nuestra historia institucional hemos tenido que soportar la ineludible polarización que ha hecho que como conciudadanos terminemos matándonos entre nosotros mismos, tal vez, esa es una de las circunstancias más complejas que hemos tenido que presenciar, desde el mismo inicio de nuestra república, en medio de la alegría de la emancipación, el Libertador llegó glorioso a Bogotá al día siguiente de su triunfo en Boyacá a celebrar, sea de paso recordar a Karl Marx, quien en carta a Federico Engels, sobre la gesta libertadora en América Latina se refirió a la “inmoderada inclinación por los festejos de victoria” por parte de Bolívar, que aun en medio de la efervescencia del triunfo ya se vislumbraban las profundas diferencias contra el general Santander, discrepancias que llevaron a la separación definitiva de los padres de la patria, por cuenta de sus inclinaciones políticas y por sus diversas concepciones estatales, Santander un hombre de leyes, convencido del Estado Federal, Bolívar, militar y estratega ferviente entusiasta del Estado centralista. 

Así pues, como corolario de las diversas ideas entre Santander y Bolívar, de manos de Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez se estructuraron las bases dogmáticas de los partidos Liberal y Conservador en Colombia, partidos que han fungido como detentadores exclusivos del poder desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, pues independientemente de los actuales logros de fuerzas alternativas, de alguna manera estos han sido cooptados  por los dos sectores tradicionales que hoy en día han devenido en otras expresiones partidistas, pero que al final del camino son herencia de nuestro bipartidismo, de las dos visiones de Estado que a lo largo de casi 200 años de vida institucional han pugnado irreconciliablemente, que solo han logrado de alguna manera establecer fines mancomunados durante el periodo del frente nacional. 

Nuestra vida institucional de una manera u otra ha estado siempre condicionada a los extremos ideológicos, han sido dos siglos de una constante pugna entre un pensamiento y otro, que tal y como lo hemos indicado, ha llevado a las más brutales expresiones de violencia, vale la pena recordar la infame historia de la denominada violencia política, uno de nuestros más espeluznante capítulos, donde la gente era ejecutada solo por el hecho de ser o pertenecer al Partido Liberal o al Conservador, cuantas personas fueron desplazadas o desaparecidas por esta absurda forma de intolerancia, así mismo, esta fue la causa eficiente del nacimiento de los movimientos insurgentes que tanto han lacerado nuestra vida estatal. 

Ha llegado el momento en replantear nuestra historia, de lograr mediar ante tanta diferencia, ante tanta dificultad ¿Por qué no aceptar muchas de las cosas razonables de los que hoy protestan? Condición de reciprocidad para exigir, bastaría solo el compromiso de los marchantes de la cacerola de cesar los actos vandálicos y el gobierno de entrar a decisiones de forma pronta y rápida. ¿Quién no quiere la paz en Colombia? Quién estaría en desacuerdo de poner en práctica el derecho de la educación y la garantía de otorgar empleo. 

Nuestros gobernantes no pueden seguir eternizando la discusión de Bolívar y Santander, es hora de ponerse del lado del clamor popular y desterrar los caudillismos y así lograr una efectiva materialización de las peticiones sociales, presidente Duque, tiene usted la oportunidad de pasar a la historia como el presidente que logró dejar el salario mínimo de los colombianos en el Millón de pesos, tiene usted la posibilidad de lograr la reivindicación de los derechos de los estudiantes, pero así mismo está a su alcance lograr que la juventud vuelva a creer en un líder que abdicó a los extremos de la polarización y logró efectuar el llamado de la unidad de nuestra patria. 

Finalmente, de manera razonable entiendo al hoy procurador general, con respecto a la sugerencia que le plantea al presidente a fin de lograr imponer un timonazo a su gobierno, para que quede registrado en la historia de la patria como el gobernante que se inmiscuyó y entendió a la ciudadanía que protestaba y que fue capaz de llevar a feliz término una compleja negociación con un sector social que está frustrado y desesperado. 

Nuestra historia necesita con urgencia un mandatario que sea recordado por generar transformaciones y no otro expresidente que deje cartas de reconocimiento de errores, o peor aún, un líder que su único argumento sea mirar por el retrovisor y perpetuarse en el señalamiento de responsabilidades ajenas. 

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