
Opinión
Unos hunden lanchas, otros hunden países
No se trata de defender a Trump. Se trata de defender a los millones que mueren por culpa del narcotráfico.
Donald Trump ha ordenado operativos militares que han hundido embarcaciones del narcotráfico en aguas internacionales. La respuesta de Gustavo Petro y Claudia Sheinbaum no ha sido celebrar la ofensiva contra el veneno que mata a miles de jóvenes cada año: ha sido condenarla.
Mientras Estados Unidos lanza misiles contra lanchas cargadas de cocaína, Petro decide suavizar el lenguaje llamando “empleados del narcotráfico” a los traficantes, como si fueran víctimas laborales y no criminales. Sheinbaum, por su parte, declara que perseguir el narcotráfico con fuerza militar “viola la ley”. ¿Cuál ley? ¿La que permite que el Cartel de Sinaloa controle regiones enteras? ¿La que deja que el fentanilo cruce la frontera como si fuera harina? ¿La que calla ante la masacre de periodistas y jueces?
El contorsionismo semántico de Petro no sorprende. Su estrategia es clara: cambiar la perspectiva para que la sociedad —o al menos sus seguidores— sientan empatía por los verdugos. En esa lógica, ha basado su propuesta presentada en Manaos, Brasil, el 9 de septiembre, cuando afirmó que “lo ilícito se acaba quitándole la letra ‘i’ y se vuelve lícito. Todo consiste en quitar la letra ‘i’”, como si el sicario que descuartiza, el piloto que transporta cocaína, el contador del cartel, fueran simples obreros atrapados en una nómina maldita. No son empleados. Son criminales. Son parte del sistema que destruye familias, corrompe instituciones y desangra territorios.
Sheinbaum, casi con romanticismo, califica de “intolerable” que Trump designe a los carteles mexicanos como grupos terroristas. No defiende la ley: defiende al narco. Su discurso no protege derechos. Protege las rutas. Protege el negocio. Aunque Estados Unidos ofreció apoyo logístico y militar, Sheinbaum insistió en mantener un “marco de entendimiento” que excluye acciones ofensivas. En una acción que se entendió como la forma de evadir el debate sobre el narcotráfico, Sheinbaum incluso evitó asistir a la cumbre Celac-EU donde Colombia, Brasil y España buscaban una postura común frente a Trump. Sheinbaum protege la soberanía, pero no a los mexicanos.
Y mientras Trump hunde lanchas, Lula advierte que eso podría convertir América Latina en una tierra sin ley. ¿Y no lo es ya? Como si el misil fuera más peligroso que el cargamento. Como si el narco no hubiera convertido ya regiones enteras en repúblicas sin ley. Lula dijo en Yakarta: “Si esto se convierte en moda, cada uno creerá que puede invadir el territorio ajeno y hacer lo que quiere”.
Los tres líderes, en lugar de respaldar la ofensiva contra el crimen transnacional, han optado por blindar el narcotráfico con retórica jurídica y humanista. Disfrazan la complicidad de la inacción. Protegen al crimen con el lenguaje.
Y mientras tanto, Maduro sigue operando con el Cartel de los Soles, exportando cocaína y fentanilo desde puertos clandestinos de Venezuela. No solo trafica droga: trafica poder. Y con cada kilo, llegan los dólares que engrasan campañas en Bogotá, Ciudad de México y Brasilia. Petro y Sheinbaum no lo nombran porque lo conocen. Lula lo nombra, pero para defenderlo. Porque el silencio y la ambigüedad son parte del contrato.
El Cartel de los Soles no solo mueve cargamentos: mueve presidentes. Y cada vez que callan, o que hablan con rodeos, confirman que el narco no solo pilotea lanchas. Pilotea gobiernos. Las acusaciones del exsubsecretario del Tesoro de Estados Unidos así lo señalan. Marshall Billingslea declaró ante el Congreso que “dinero sucio y corrupto del régimen de Maduro” fue canalizado hacia campañas políticas en Colombia, México y Brasil.
La geografía moral del narcotráfico está clara: hay quienes lo combaten, y hay quienes lo justifican. Hay quienes hunden lanchas, y hay quienes hunden países.
No se trata de defender a Trump. Se trata de defender a los millones que mueren por culpa del narcotráfico. Se trata de llamar a las cosas por su nombre. Porque cuando el lenguaje se convierte en refugio del crimen, la ley se convierte en cómplice.
