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Lo que diga Uribe

El malestar del uribismo es viejo, más profundo y tiene un solo fin: acabar con el santismo y cualquier oda a la paz de Santos.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
28 de septiembre de 2019

Controlar la narrativa es, tal vez, la regla número uno de quien ostenta el poder. Fija las pautas del Gobierno y permite manejar los tiempos. Es particularmente importante cuando el mandatario está fuera del país. La narrativa influye en los terceros –los medios– y marca un camino a seguir. La ausencia de ella les permite a otros ordenar la agenda. 

Esta semana el presidente Iván Duque quería evitarlo. La oportunidad se daba con su visita a las Naciones Unidas. Con múltiples reuniones, Duque podría ejercer como presidente, en especial en el discurso del miércoles. 

Duque habló sobre la situación con Venezuela y su esfuerzo de cerco diplomático. Entregó un dossier de 128 páginas que detalla la presencia del ELN y disidencias de las Farc en Venezuela. Lo mostró, incluso, en la Asamblea. Sería impactante: decenas de páginas de información, con mapas y fotografías. Una demostración de la bajeza de régimen de Nicolás Maduro.

Sin embargo, a pocas horas del discurso oficial, Blu Radio anunció la primicia que opacó la intervención del presidente: un proyecto de reforma constitucional del Centro Democrático que le daría la oportunidad, mediante referéndum, de echar para atrás decisiones de la Corte Constitucional. En otras palabras, se trata de meterle el Estado de opinión a la Constitución. 

El congresista Álvaro Prada lo defiende: es la oportunidad de controlar a la corte, que en años recientes se ha equivocado. Por ejemplo, se podría prohibir el derecho a la unión de personas de un mismo sexo. Es precisamente lo que la corte hace: darle voz a los que no tienen voz. Su reforma sería el derrocamiento de la Constitución. En otras palabras, una contrarreforma. 

Son mínimas las posibilidades de que el proyecto avance. Incluso al interior del Centro Democrático hay congresistas que se oponen y que piden que se archive. El expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez ha expresado preocupación. Pero ese no es el tema de fondo. La propuesta de reforma juega otro papel: mantiene al Centro Democrático visible a un mes de elecciones. Es, en ese sentido, un gana-gana. 

También refleja un objetivo de largo plazo: el fin de la dictadura de izquierda judicial. Es una lucha que requiere participación 24/7. 

Aunque más contundente todavía, la discusión garantizó el control de la narrativa que busca el partido. 

El problema radica en que, nuevamente, va en contravía del Gobierno. Una y otra vez le quitan oxígeno a las políticas gubernamentales. Hace un año, Uribe expresó su oposición a la ampliación del IVA, matando de tajo las pretensiones del Gobierno. Luego, con su propuesta de aumento desproporcionado para el salario mínimo, quitó el apoyo de los empresarios.

El malestar del uribismo es viejo, más profundo y tiene un solo fin: acabar con el santismo y cualquier oda a la paz de Santos

Hay dos entidades que en teoría deben actuar juntas –el Gobierno y su partido–, pero frecuentemente están en confrontación. Y ante las dos, los medios –los terceros– optan por Uribe. Siempre. 

Es un balance negativo; al que el presidente Duque no quiere meterle mano. 

Ya Juan Manuel Santos mostró cómo la oposición la lideraba Uribe. Intransigente. Eterna. 

Así, es claro que la situación actual no funciona. No hay claridad acerca de quién manda, y eso dificulta la toma de decisiones.

Algunos dicen que es temporal, que celebradas las elecciones del 27 de octubre volverá la normalidad. Que todo vale para los comicios. Es una lógica equivocada; el malestar del uribismo es viejo, más profundo y tiene un solo fin: acabar con el santismo y cualquier oda a la paz de Santos.   

El Gobierno no es más que el medio para lograrlo. Se refleja en el mensaje que circula en redes sociales, de unas pocas palabras: “Si somos un estorbo por nuestra determinación para derrotar el terrorismo, seamos un estorbo #masuribistaquenunca”. 

Es una campaña pro-Uribe nunca antes vista en el país, en ciudades grandes y pequeñas. Aunque se presenta como partidista, realmente es la demostración de caudillismo. Seis años después y el Centro Democrático no va más allá de lo que diga Uribe. Ni Iván Duque pudo quitarle protagonismo y poner su propia narrativa. 

Toda esta actividad va en contra del Gobierno mismo. No es posible encabezar la lucha contra Maduro mientras el expresidente continúe con esa actitud. No hay suficiente oxígeno para el Gobierno. 

Al final de cuentas siempre termina siendo la hora de Uribe. Quizás Iván Duque así lo espera, y la presidencia tenía ese precio. 

El 8 de octubre se celebrará la indagatoria del expresidente ante la Corte Suprema, lo cual explica la ofensiva mediática de sus partidarios. Pero también garantiza Uribe, Uribe y Uribe como tema de la semana, e incluso del mes. ¿Y el Gobierno con su agenda? Bien, gracias.

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