JUAN MANUEL PARRA

De candidatos y polígrafos

Llama la atención en los debates presidenciales la cantidad de afirmaciones exageradas y llenas de errores y falsedades que nos dan. Parece que lo único importante es dejar la impresión de que “lleva el país en la cabeza” … pero no es así.

Juan Manuel Parra, Juan Manuel Parra
9 de mayo de 2018

Por años se ha dicho que en Colombia leemos poco: menos de un libro al año. Pero estadísticas recientes dicen que el índice se disparó y que ahora leemos más de dos libros al año. No sé si leemos en realidad más libros, pero creo que, en general, leemos más, gracias a los medios electrónicos. Otra discusión sería sobre si la calidad de lo que leemos, lo que alimenta nuestro intelecto, informa bien a nuestro criterio para tomar mejores decisiones.

La era de la posverdad ha obligado a los medios de comunicación, como La Silla Vacía y el Tiempo, a hacer el ejercicio de crear “detectores de mentiras” y de WhatsApp sobre lo que dicen las cadenas de información que circulan por las redes sociales. Hoy, tristemente toca acudir a estos para saber si nos mienten los candidatos presidenciales en sus profundísimos 60 segundos de propuestas sobre cómo gobernar a Colombia en los debates.

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Entre debates y entrevistas, llama la atención la cantidad de afirmaciones exageradas y llenas de errores y falsedades que nos dan. Pero como lo que importa es dejar la impresión de que “lleva el país en la cabeza”, que “sabe mucho” y que “viene con mucha experiencia”, toca confirmar en medios como los mencionados si sus afirmaciones fueron verdaderas o falsas, erradas o acertadas. Quien no lo hace, se queda con la imagen de que ese candidato lleno de datos “es experto en cifras e historia” de nuestro país y que por eso vale la pena votar por él.

Es de elogiar que La Silla Vacía haga ese ejercicio. Como leí en un comentario que hizo su directora, Juanita León, a un lector, ellos califican las afirmaciones, mas no el discurso entero para saber si es o no manipulador, para no caer en subjetividades. Esto parece insuficiente, porque es fácil para un hábil manipulador construir un discurso falso a partir de datos ciertos. Y desafortunadamente tenemos manipuladores entre los candidatos, sus asesores de campaña y los seguidores que inventan esas cadenas de internet.

Viendo cómo comunican sus propuestas, aun suponiendo la buena voluntad y la intención de ser riguroso para obtener un diagnóstico acertado y completo del país (cosa que en muchos candidatos es cuestionable), no es evidente su intención de acertar en las soluciones. Esto porque resulta más fácil ser objetivo para conocer la realidad que cuando se pretende cambiarla, y las alternativas que escoge necesariamente caen en la subjetividad inducida por sus preferencias, perfil de riesgo, ambiciones o emociones. Ahí entra el discurso falso y la mala intención: cuando proponen cosas aparentemente buenas, pero sin la intención o capacidad de realizarlas.

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En un mundo acelerado con semejante avalancha de información, completa o parcial, hay que buscar fuentes que nos den seguridad. Y saber qué hay de realista en lo que proponen los candidatos, no se puede limitarse a las frases efectistas de un debate con tiempo muy limitado.

Al leer los “polígrafos” de sus afirmaciones, preocupa la cantidad de falsedades y exageraciones que dejan en el ambiente. Aun si las excusamos (porque uno puede legítimamente equivocarse como consecuencia de la presión de tiempo en una entrevista), más debería alertarnos que intenten ocultar lo que han sido o demostrar lo que no son.

Quizá dice más de su carácter lo que hicieron cuando no estaban en campaña, sino gobernando. Cambiar cuando se sabe observado es fácil y conveniente. Pero, ya en calma, probablemente regresarán a lo que siempre fueron, pues los hábitos son más consistentes que las promesas vacías de campaña para ganar votos, dirigidas para quienes no quieren más que oír los ecos de su propia voz en boca de otro.

Un candidato sin carácter, dependiente de otros más fuertes o más estridentes, terminará al vaivén de quien más cerca le hable, el que más duro le grite o de la encuesta de turno. En tal sentido, Edmund Burke, estadista y filósofo inglés del siglo XVII, dijo una vez: “Nuestros dirigentes nos deben su trabajo constante y su buen juicio y criterio. Si renuncian a este por ceder ante nuestra opinión y nuestros caprichos, nos traicionan más que servirnos”.  

Asimismo, es natural que de los buenos diagnósticos salgan malos tratamientos, como sucede con candidatos inteligentes y bien informados, pero con egos desmedidos, incapaces de escuchar y llenos de resentimiento. Difícilmente podrán hacer realidad sus promesas del mundo ideal, porque este necesariamente pasa por el filtro de sus preferencias y sus pasiones a la hora de decidir. Y no se trata solo de votar “por un cambio”, porque se puede cambiar para empeorar.

Ronald Heifetz, profesor de la Kennedy School of Government en Harvard y reconocido por sus libros sobre liderazgo, sugiere que la construcción de una visión de país exige un examen adecuado de la realidad, con datos ciertos e información completa, para que luego den claridad y articulación a los valores con que guían a sus seguidores. Y no solo deben proponer cosas imaginativas y atractivas, sino acordes con ese diagnóstico, ojalá objetivo e imparcial, dando posibilidad de ser confrontadas, construidas y enriquecidas a partir de perspectivas diversas, más que solo con las de su partido o gobernando solo para los suyos. Esto debe ser así, porque su tipo de liderazgo afecta muchas vidas.

Por eso no debemos medirlos solo por su influencia, poder o prominencia social; ni por sus rasgos personales como su oratoria o temperamento. Tampoco deberíamos avalar un liderazgo maquiavélico y ausente de valores, pues quienes los oyen van más allá de lo que les dicen, convirtiendo esas ideas, instrumentos y recursos en valores que orientan sus actuaciones en sociedad.

En estas elecciones tan polarizadas, daría gusto elegir entre personas que representaran la humildad y justo medio del que hablaba el filósofo chino Lao Tse: “Como nada existe puro y neto, lo recto puede convertirse en extravagancia y lo que se ve bueno en una monstruosidad. Por eso, el líder justo ha de ser cuadrado, pero sin aristas cortantes; anguloso, pero no hiriente; recto, pero sin intemperancias; luz, sin resplandores ofuscantes”.

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