CAMILO CUERVO

¿Volverán los precios de antes? El síndrome del pollo asado

Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es la importancia de los pollos en la economía familiar, en la gastronomía y en la cultura colombiana.

Camilo Cuervo Díaz, Camilo Cuervo Díaz
27 de noviembre de 2020

A pesar de que la costumbre se ha ido perdiendo con los años, una de las formas que tenían nuestros campesinos para demostrar gratitud era regalarles un pollo, muchas veces vivo o en “pie”, a aquellas personas que realmente estimaban.

Recuerdo, con cariño y mucha nostalgia, las visitas a la plaza de mercado con mi abuela para comprar un pollo y sacrificarlo en una fecha especial u obsequiarlo.

Los pollos tenían esa vocación de “gran regalo” simplemente porque eran muy costosos. Eran un producto suntuoso y que en muchos hogares incluso se criaban en los solares porque eran un “activo” familiar muy valioso. Almorzar en una pollería era un verdadero lujo y esa circunstancia llevó a que varias cadenas de restaurantes se convirtieran en grandes empresas y se incrustaran con fuerza en el corazón de los colombianos.

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Con la industrialización de la avicultura, en especial con la crisis económica de finales de los años noventa, el precio del pollo se redujo sustancialmente. A precios de hoy, un pollo incluso se conseguía por escasos $15.000 y se “obsequiaban” los acompañamientos. Para sobrevivir a la crisis, las cadenas de pollerías se vieron obligadas a montar los famosos “combos”, que ya no solo incluían el otrora codiciado animalito, sino gaseosa y un postre representado en nuestro famoso maduro horneado con queso y bocadillo.

La esperanza de esas cadenas de restaurantes era que, tarde o temprano, cuando la gente recuperara la capacidad adquisitiva, los precios volvieran a ser lo que eran en los años setenta y ese tradicional producto colombiano, el pollo asado, volvería a ser un bien suntuoso.

La realidad es otra. La verdad es que el pollo se convirtió en una comida rápida, que los precios bajos en esos productos son la regla y que, aunque parezca increíble, muchas cadenas hoy subsisten y dependen de los “combos de comida” que están destinados a un mercado de bajos ingresos.

A ese particular ajuste de precios y de productos lo he denominado el “síndrome del pollo asado”, ese fenómeno económico en virtud del cual muchos mercados tienden a “acomodarse” en las crisis para disminuir sus precios sustancialmente y subsistir, pero que nunca logran recuperar sus niveles de ingresos de antes de la contingencia.

Con la llegada de la pandemia, muchas industrias y mercados están recorriendo el mismo camino de las pollerías; numerosos se han visto forzados a reducir los costos y también sus precios. El problema es que recuperar el nivel de precios de diciembre de 2019 será muy difícil y, en muchos casos, no se logrará.

Otro ejemplo de este fenómeno es el sector petrolero. Cuando los precios del crudo cayeron estrepitosamente en el año 2014, luego de haber experimentado una gran bonanza en la primera década de este siglo, la industria petrolera se redujo sustancialmente y todos los precios se ajustaron. Bajaron los salarios, bajaron los precios de los servicios y, en general, todo el mercado de la producción petrolera se ajustó.

Para sorpresa de todos, cuando los precios del crudo repuntaron, los de la industria no siguieron la misma suerte. Eso que en su momento se percibía como “injusto” es una de las razones para que la crisis generada por la covid-19 no hubiera afectado con tanta fuerza el mercado petrolero. Es simple: cuando volvieron las vacas flacas, ese mercado ya sabía cómo manejarlas y no dejarse morir.

Creo que lo descrito está pasando en muchos sectores de la economía colombiana. El primer damnificado es el mercado de salarios; claramente, la reducción de ingresos continuará a pesar de que la pandemia se controle. Tiene una lógica sencilla: si alguien estuvo dispuesto a laborar y probablemente con mayor empeño por la mitad del salario, no tendría lógica pagarle el doble.

Piensen en los arriendos, en el precio de la comida en restaurantes, en la prestación de servicios y, en general, en todo. La economía, cuando se contrae, se ajusta. Por eso, no se equivocan los que opinan que, en materia de ingreso y de riqueza, nuestro país, nuestra sociedad, se devolvió 10 años.

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Lo cierto es que los ajustes no son del todo malos. Si los cuidamos, si actuamos con prudencia, es probable que recuperar empleos y reactivar la economía sea mucho más fácil.

La economía de la posguerra, cuando se ha manejado adecuadamente, siempre ha sido la antesala de un crecimiento económico robusto y sostenible. Aunque hoy parezca una frase de cajón, es totalmente cierto que una amenaza siempre será una oportunidad para aquellos que saben adaptarse.

Para los adictos al pollo asado, como yo, es una bendición que los precios sean tan bajos como hoy lo son. Esa industria ya no depende de los precios, es un tema de volúmenes. Ellos supieron ajustarse y evidentemente triunfaron, así se ajustarán los distintos mercados en esta nueva economía para salir adelante.

El pan de $200 siempre será el pan de $200, lo que ha disminuido sustancialmente es el tamaño.