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Rescatar: ¿sí o no?
El gobierno insiste en liberar a todos los secuestrados del país a pesar de la tragedia de los rehenes en Urrao. ¿Debe Uribe pedir permiso a los familiares?
A las 11 de la mañana el general Carlos Alberto Ospina se acercó al Presidente y le dijo al oído: "Arrancaron los helicópteros". Uribe se disponía a subir a un podio de madera improvisado en medio de trincheras y sacos de arena para inaugurar el Batallón de Alta Montaña en el Parque Natural Los Farallones. El día estaba esplendoroso y el cielo no podía ser más azul. El Presidente sabía que en esos helicópteros se jugaba el futuro de su gobierno. Pero no se amilanó ni se desconcentró. Por el contrario, improvisó uno de los mejores discursos que se le hayan oído en toda su vida pública. Era como si la adrenalina y el valor de los 75 hombres que iban en los Black Hawk fueran su fuente de inspiración. Mentalmente el Presidente no estaba ahí frente a la cúpula militar, la Ministra de Defensa, los medios de comunicación, las personalidades del Valle del Cauca y los más de 500 soldados. Uribe iba en los helicópteros. Mientras pronunciaba sus palabras, su vehemente oda al coraje y valentía que hilaba sin interrupción, pensaba sobre todo en los soldados de las Fuerzas Especiales que en ese momento se adentraban en las profundidades de la selva del Chocó para rescatar a Guillermo Gaviria, Gilberto Echeverri y 11 soldados, algunos de los cuales llevaban cuatro años de cautiverio en condiciones infrahumanas. Las palabras del Presidente tuvieron un desgraciado halo profético. En el mismo instante en que Uribe, al final de su discurso decía con voz entrecortada: "No tiene coraje el integrante del grupo violento que a mansalva asesina soldados", seis guerrilleros de las Farc acribillaban a sangre fría a los soldados secuestrados. Cuando, a renglón seguido, señaló que: "No tiene coraje el integrante del grupo terrorista que asesina al obispo Isaías Duarte", el gobernador Gaviria y el ex ministro Echeverri caían indefensos por las balas asesinas de los guerrilleros al mando de 'El Paisa'. Y en el momento en que los guerrilleros huían camuflados bajo el espesor de la selva, después de haber masacrado a sus rehenes, el Presidente levantó la mirada al horizonte, subió el tono de su discurso y dijo con rabia: "No tienen coraje el señor 'Marulanda' y el señor 'Briceño', quienes cobardemente, aprovechando la densidad de la selva, engañan con discurso político, mientras mandan a asesinar a los colombianos". A los pocos minutos de pronunciar su discurso fue informado del fracaso del operativo. Ahí todo cambió y comenzó una las jornadas más frenéticas y dolorosas de sus 10 meses de gobierno. Canceló el consejo de ministros que tenía en Bogotá y se dirigió en el Fokker 001 a Medellín, para luego subirse a un helicóptero que lo llevó al sitio exacto de la masacre. Quería ver todo con sus propios ojos. En el avión rumbo a Medellín tomó dos importantes decisiones que le comunicó a Ricardo Galán, su jefe de prensa: se dirá toda la verdad y se contará esta noche por televisión. Esa misma tarde el comunicado en el que las Farc decían que los secuestrados habían muertos porque el Ejército había entrado a "sangre y fuego" a rescatarlos sólo reforzó la idea entre sus asesores de que se debía salir al aire lo antes posible y en directo. A pesar del estado de shock colectivo y cuando todo era aún confuso, el Presidente apareció en las pantallas de los colombianos esa misma noche a las 10 y 15 en punto. Y logró una cruda pero efectiva pieza de comunicación. Cuando lo obvio era que el país se dedicaría a debatir las causas del fracaso de semejante operación militar, como ha ocurrido en otros países en circunstancias similares, la opinión cerró filas en torno al Presidente. Para contrarrestar la tesis de las Farc el primer mandatario dijo que las Fuerzas Militares no dispararon un solo tiro y que toda la responsabilidad era de las Farc. Era una defensa innecesaria porque, así hubiera habido combates, la responsabilidad de cualquier secuestrado muerto es de las Farc y no del Estado. Pero fue efectiva. El mensaje del gobierno caló. La espontaneidad del Presidente y los generales ante las cámaras, sus rostros visiblemente afectados y las entrevistas sin editar de los dos soldados sobrevivientes que, heridos desde las camillas, narraban qué había ocurrido, merecieron toda la credibilidad del público. Nadie podía decir que era un montaje. La rapidez de los acontecimientos lo hacía imposible. El gobierno le apostó a la verdad y se ganó a la opinión. En sólo una semana, y luego de los trágicos sucesos, los colombianos -quién lo creyera- se endurecieron aún más frente al intercambio humanitario. La semana antepasada esta revista contrató una encuesta con Gallup, según la cual 43 por ciento estaba en desacuerdo con en intercambio de guerrilleros presos por civiles o políticos secuestrados. Luego de la tragedia del lunes, una nueva encuesta con la misma pregunta revela que el porcentaje de los que no están de acuerdo subió a 68, es decir 25 puntos (ver gráfico). La intensa jornada se remató con un elocuente discurso de Uribe por todas las cadenas de televisión. Y demostró, una vez más, que se crece ante la adversidad. Su discurso después de las 11 de la noche fue claro, emotivo y firme. Aunque era difícil de creer no tenía telepronter. Combinó carácter con sensibilidad al dolor de las víctimas, fue vehemente pero autocrítico. Y, al despedirse, asumió toda la responsabilidad. A las 11 y 30 medio país estaba a sus pies. El spin había sido magistral pero la pregunta, aunque aplastada por el carisma presidencial, seguía rondando: ¿Por qué falló el operativo? Las trampas de la selva A pesar de que el Presidente logró convertir un desastre militar en un logro político nadie puede decir que la operación no fracasó. Y fue un doble revés: resultaron muertos 10 de los 13 rehenes y no se capturó a ningún secuestrador. ¿Qué falló? ¿Fue fruto de la improvisación y la incapacidad militar? ¿O más bien fue un rescate bien planeado que falló por causas imposibles de prever? ¿Es verdad que el Ejército subestimó la crueldad de las Farc? ¿Hubo descoordinación entre las Fuerzas Especiales, que hicieron el rescate, y los batallones de la Fuerza de Despliegue Rápido, que llegaron aparatosamente a la zona? ¿Por qué no llamaron al Gaula, que tiene un historial de rescates exitosos? Las respuestas a estas preguntas son importantes, no porque de ellas se puedan derivar culpas -por cierto bastante fáciles de repartir desde los cafés y salones donde tantos 'expertos' opinan- sino porque de ellas se pueden sacar lecciones para futuros rescates. Para comenzar, este no fue un rescate cualquiera. Era la primera vez que las Fuerzas Armadas se metían al corazón de la selva colombiana a rescatar rehenes en lo profundo de la retaguardia de la guerrilla. Por eso es casi ingenuo pensar que semejante operación no se hubiese planeado con tiempo. Claro que los militares sabían en qué se metían y lo hicieron con una estrategia estudiada y pensada. Los antecedentes en el mundo son pocos y no cuentan una historia demasiado feliz. En el rescate de un matrimonio de misioneros estadounidenses y de una enfermera, que llevaban más de un año de cautiverio en Filipinas en manos del grupo guerrillero Abu Sayyaf, murieron dos de los tres rehenes en medio del fuego cruzado; el de 50 rehenes estadounidenses en Teherán en 1980 resultó en un fiasco que le costó la reelección a Jimmy Carter; el que sucedió en Son Tay en 1970, durante la guerra del Vietnam, después de un operativo cuidadosamente planeado, cuando se llegó al lugar en que estaban cientos de soldados cautivos todo salió al revés: un helicóptero se estrelló y el de refuerzo aterrizó en un lugar equivocado y al ingresar al sitio de cautiverio los rehenes ya habían sido trasladados. Quizás el único caso reciente exitoso de rescate en condiciones geográficas adversas fue el de seis militares irlandeses en Sierra Leona en 2000, que habían sido capturados por un grupo insurgente. Si bien murió un soldado británico y otros 12 quedaron heridos, los secuestrados fueron liberados sanos y salvos (ver recuadro). Esos casos los conoce bien el general Ospina, comandante en jefe del Ejército, quien dirigió la planeación del rescate. "No improvisamos, le dijo a SEMANA. Una vez localizamos el área aproximada del lugar donde estaban los cautivos, y decidimos que era una tarea de las Fuerzas Especiales, me presentaron un plan, que rechacé, luego otro, que tampoco me convenció, y finalmente armamos una estrategia de acción muy cuidadosa, que fue la que se llevó a cabo". El general explicó, además, que el operativo se ensayó varias veces. Cuatro helicópteros llegarían a la zona mientras dos arpías los cubrirían desde más arriba. SEMANA tuvo acceso al video del comienzo del operativo tomado desde un helicóptero, en el que se veía al oficial que vigilaba con binoculares el espesor de la selva, mientras un francotirador con una ametralladora punto 50 estaba atento a repeler cualquier ataque a los otros helicópteros que volaban bajo rozando las copas de los árboles. En el plan los militares -oficiales expertos de contraguerrillas que llevan combatiendo entre cuatro y 10 años en terrenos selváticos y difíciles- se descolgarían por las cuerdas al terreno y en pocos minutos coparían la zona, encontrarían rápidamente el cambuche de los secuestrados minutos después de pedirles que se rindieran por megáfonos. Se esperaba que, desconcertados por el anuncio y azorados por la presión de los helicópteros, los guerrilleros apenas alcanzarían a pensar qué hacer, cuando ya los oficiales se les habrían metido en el rancho y les habrían arrebatado los rehenes. Otro seguro eran los comandantes del operativo: el coronel Sergio Mantilla Sanmiguel, lancero experimentado, ranger graduado en Estados Unidos y gran paracaidista, que ha sido condecorado varias veces por sus acciones contra la guerrilla, y el mayor Juan Manuel Padilla, otro oficial con una destacada carrera de combate contraguerrillas. "Había buen planeamiento, buena información y decisión para hacerlo", dice Ospina, citando las condiciones de cualquier operativo que pretenda éxito. Obviamente, las cosas no salieron como las planearon. Primero, dos batallones de la Fudra que llegaron esa mañana a Urrao en 12 camiones alertaron a la guerrilla de que algo grande tenía entre manos el Ejército, más cuando todos sabían desde hacía rato que por esa zona tenían al gobernador Gaviria y al ex ministro Echeverri. Ospina explica que los batallones hacían parte del plan, que lo que se quería era distraer, camuflando el operativo de rescate bajo una operación de hostigamiento regular. Algunos expertos analistas consultados por SEMANA aseguran que, dado que por allí no se realizaban este tipo de acciones periódicamente, lo único que hizo esta presencia ostentosa fue poner al grupo de secuestradores en guardia y acabar con el factor central de éxito: la sorpresa. Segundo, no se tenía información exacta sobre el sitio del cambuche donde estaban los secuestrados. Desde el aire tampoco se veía, pues es una selva tupida. Sin que lo supieran, los soldados que descendían por cuerda desde un helicóptero muy cerca del campamento fueron vistos por la guerrilla y eso les confirmó que se trataba de un rescate. Con todo y eso, si los soldados hubieran llegado en pocos minutos al lugar, quizás los guerrilleros no hubieran alcanzado a asesinar a los rehenes. Pero surgió un nuevo e inesperado obstáculo. Debajo del tapete verde que desde el satélite parecía terreno llano había colinas escarpadas. A los oficiales les tomó más de 25 minutos transitar unos pocos metros pues debieron trepar, monte arriba, en un suelo fangoso y resbaladizo antes de llegar a su objetivo. Si bien el general Ospina aún no ha podido conversar a fondo con los oficiales para determinar exactamente los posibles errores, sospecha que fue este hecho -el de encontrarse con cuestas empinadas- lo que dio al traste con el rescate. Un oficial experto en guerra contraguerrillas sostuvo que "cuando no se tiene una ubicación exacta es muy difícil sorprender al enemigo, y sin este factor contundente asegurado el riesgo es muy alto". Es cierto que el peligro era grande, y quizás el gobierno lo sabía, más de lo que ha admitido en público. Pero es igualmente cierto que el tiempo corría en contra. Sabían que Echeverri estaba en pésimo estado de salud y que los iban a cambiar de lugar en cualquier momento, con lo cual se les podía perder el rastro. Además, según aseguran varios funcionarios del Ministerio de Defensa, desde que llegó Ospina al comando del Ejército ha surgido un renovado compromiso del más alto nivel con el rescate de los militares secuestrados. Ospina es un hombre muy cercano a su tropa. No de otra manera se explican los carteles a la entrada del comando del Ejército con la lista de los secuestrados bajo el título de "Secuestrados, pero no olvidados", ni la voz quebrada y los ojos aguados del recio general cuando declara "no podemos olvidarlos en la selva; no podemos dejar que los sigan humillando y maltratando". ( Y reitera que no se le olvida que quedan todavía 17 militares secuestrados y hay 68 más desaparecidos que se los llevaron vestidos de civil y no se sabe de ellos). Así que se lanzaron al rescate con la convicción de que intentar sacarlos con vida de ese infierno con gran riesgo era mejor que dejarlos allí, esperando a que el clima malsano y húmedo, la leishmaniasis y el régimen polpotiano de una guerrilla de déspotas analfabetos los siguieran matando en vida. Ahora bien, ¿qué pasó con los planes de contingencia por si la operación fallaba y los secuestradores emprendían la huida? Al parecer, cuando encontraron a casi todos los rehenes muertos, el desconcierto de los militares fue tal que hubo un momento de parálisis. Si había planes para detener una posible fuga por el río Murrí no se llevaron a cabo, y cuando reaccionaron ya los asesinos tenían mucha ventaja. Al cierre de esta edición continuaba la persecución del grupo comandado por 'El Paisa', sin resultados. Entonces es posible deducir que, en efecto, parte del plan contemplaba otra reacción de la guerrilla. No porque no sepa el Ejército de la crueldad y descomposición a la que han llegado las Farc; eso les consta a los soldados más que a nadie. Sino más bien, como dijo un analista, por un exceso de triunfalismo. Los discursos provocadores del Presidente, las declaraciones grandilocuentes de los ministros de Defensa y del Interior y de los comandantes sobre los miles de desertores, sobre cómo la guerrilla estaba buscando escondederos en todo el país y cómo la tenían acorralada, pudieron haber contaminado el plan con una expectativa de rendición fácil de los secuestradores. "El efecto sobre la guerrilla de todos estos discursos desafiantes del gobierno ha sido más bien el de encrisparla, endurecerla, hacerla más dispuesta a todo, dijo el coronel retirado Carlos Velásquez, y esto se subestimó". O como dijo otro observador: "Con este operativo Uribe le mostró a la guerrilla que el gobierno puede llegar donde sea y la guerrilla le respondió que es capaz de hacer lo que sea". En suma, fue un operativo que sí se planeó cuidadosamente pero que era tan audaz como difícil. Y a pesar del trágico desenlace demostró enorme coraje y decisión, pues era metérsele a la guerrilla por primera vez a lo más profundo de su retaguardia, era arrebatarles el botín con el que pretenden poner de rodillas al país. Además no hay que olvidar que fueron liberadas tres personas que ahora podrán volver a vivir. En todo esto hay un avance para el Estado. Fracasó, sin embargo, por obstáculos difíciles de prever, pero también pudo haber un cálculo sicológico errado, en el que se confundió la realidad de la guerra con la propaganda. ¿Rescate o intercambio? "Seguirán los rescates", dijo el vicepresidente, Francisco Santos, mientras estaba rodeado por los consternados familiares y amigos de Gilberto Echeverri y cuando salía de la iglesia en que fue velado en Medellín. Una declaración tan categórica en momentos tan sensibles debió caer como un baldado de agua fría para las familias que tienen a un ser querido bajo el yugo del secuestro. El gobierno quería poner los intereses del Estado, por dolorosos que fueran, por encima de todo. Pero el fracaso de la operación volvió a cuestionar la decisión del gobierno de rescatar a los secuestrados cuando el intercambio humanitario con las condiciones que pusieron las Farc es imposible para el gobierno. El dilema no es nada fácil. ¿Ceder ante el chantaje de los violentos para salvar vidas? ¿Intentar rescatar a los secuestrados, sabiendo que siempre existirá el riesgo de que mueran en el intento? Por ese riesgo es que los familiares de algunos secuestrados políticos han dicho de todas las formas que no quieren operaciones de rescate. Sobre todo cuando las Farc, en su insondable barbarie, han dado la orden de que si se intenta un rescate los rehenes serán ejecutados. Por esa razón Yolanda Pulecio, madre de Ingrid Betancourt, le envió la semana pasada al alto gobierno una carta en la que solicita de manera formal y pública que "no se intente ningún operativo militar cuyo objetivo sea el rescate de Ingrid... Preferimos esta cruda incertidumbre a correr el riesgo de intentar su rescate". Pero, a pesar de la angustia y el dolor que sienten los familiares, el Estado tiene un deber constitucional irrenunciable, en cabeza del Presidente, de acabar este flagelo y sus decisiones no pueden depender de lo que digan los familiares. Y ese deber ético y jurídico le impide que los colombianos secuestrados se pudran en la selva o mueran en cautiverio. El dilema que se plantea aquí es hasta qué punto el Estado puede sacrificar los derechos de los secuestrados en aras de perseguir el bien común. Es cierto que en la medida en que haya más rescates exitosos hay menos secuestrados ya que hay menos incentivos para secuestrar. Pero ¿hasta dónde se pueden sacrificar derechos individuales para proteger derechos colectivos? En filosofía del derecho este debate enfrenta la concepción kantiana con la concepción utilitaria. Los kantianos ponen en el centro del debate la idea de la dignidad humana. Para ellos no se podría convertir a una persona en instrumento de políticas. Y, por lo tanto, forzar los rescates de los secuestrados sería instrumentalizar a la persona en función de las políticas públicas. La Corte Constitucional, cuando tumbó la ley antipago de secuestros a mediados de los 90 asumió, por ejemplo, una posición kantiana. Si se aplicara esta doctrina sólo se podrían intentar rescates con altas probabilidades de éxito y con permiso de las familias. Los utilitarios, por, su parte consideran que lo justo es lo que provee el bienestar general, aun si a veces haya que sacrificar derechos individuales. Esta es la posición del gobierno. Evidentemente, la salida está en un punto medio. En el caso de los rescates la decisión dependerá del grado de riesgo en que está la persona y las probabilidades de liberarla con vida. "No se puede intentar un rescate sin altas probabilidades de éxito", dijo un jurista que no quiso revelar su nombre. Y esta trascendental decisión dependerá, al final de cuentas, de los expertos en seguridad e inteligencia con sus mapas y compases desplegados en los escritorios. En las actuales circunstancias del país, cuando la sociedad colombiana está siendo azotada por la violencia y el terror, es evidente que debe primar la concepción utilitaria sobre la kantiana. La de restringir ciertas libertades individuales en aras de mantener la seguridad pública. El gobierno tiene razón en insistir en los rescates. Es lo que ha sucedido en el mundo luego de los atentados del 11 de septiembre. Además la historia de Colombia ha sido la del perdón y olvido, la de la negociación como táctica de guerra, la de la impunidad perpetua. Y, si como decía Engels, la violencia es la partera de la historia, la impunidad es la partera de la violencia. Basta venir a Colombia. Todo este debate, que aparenta ser muy teórico, no sólo tiene profundos efectos prácticos en la vida de los ciudadanos sino que además podría poner en jaque al gobierno. Porque si un familiar interpone una tutela contra el Presidente para prohibir un rescate de su ser querido la discusión se sale de la órbita militar y entra a la esfera jurídica, en la cual la Corte Constitucional tiene la última palabra. ¿Prohibiría la Corte los rescates sin autorización expresa de los familiares? Dadas las circunstancias que vive el país, es muy improbable. Pero muchas veces esta Corte ha privilegiado la defensa de los derechos individuales. La salida del dilema De todos modos el debate de rescatar o no rescatar es hasta cierto punto maniqueo, como lo sostiene el senador Rafael Pardo. El gobierno ha venido rescatando personas secuestradas durante estos últimos años -con récords admirados en todo el mundo- y en estos primeros cuatro meses del año con un desempeño aún más alentador. Según datos del Ministerio de Defensa en el primer cuatrimestre de 2002 se rescataron 134 personas, mientras que en el mismo período de este año lo han sido 174 personas. Es más, 90 por ciento de los operativos de rescate han resultado exitosos. "La opción de no rescatar responde a la angustia de los familiares de los secuestrados políticos, que tienen influencia sobre los medios y la opinión, pero sólo llevaría a paralizar la Fuerza Pública y a agrandar el negocio", dice Pardo. En efecto, a medida que han aumentado los rescates exitosos, así como la presión sobre los frentes guerrilleros y paramilitares que más secuestran, se han venido disminuyendo los índices de secuestro extorsivo (sea político o económico). Entre enero y abril de 2002 fueron secuestradas 910 personas y entre esas mismas fechas este año la cifra cayó a 653. Las famosas 'pescas milagrosas' en las carreteras han disminuido y el ELN secuestra hoy 33 por ciento menos de personas y las Farc 18 por ciento menos. Si el gobierno aumenta el número de rescates exitosos e impide nuevos secuestros, elevará la confianza de la ciudadanía para colaborar con las autoridades y debilitará una de las armas más perversamente efectivas que tiene la guerrilla para lograr sus propósitos económicos y políticos. Y en eso está el gobierno de Uribe, sin ninguna duda. Pero los rescates de los rehenes en la selva son a otro precio. Sobre todo en territorios que los guerrilleros han dominado a sus anchas durante tantos años. No es en vano que los rescates que se han intentado en parajes de selva húmeda tropical, como los de Filipinas con las tropas más expertas del planeta, no hayan salido tan bien. Ahí está la nuez del asunto, porque son precisamente los llamados secuestrados 'políticos', aquellos que la guerrilla no acepta liberar sino a cambio de que suelten de las cárceles a sus combatientes presos, los que están en las selvas más densas. ¿Se podría entender, entonces, que si el gobierno no logra un acuerdo humanitario con la guerrilla está sentenciando así a la manigua y al olvido a quienes dependen de este acuerdo para salir libres? No necesariamente. Si no acepta el acuerdo, como lo piden las Farc, por una convicción ética y política, la única salida de Uribe es intentar liberar a los secuestrados 'políticos' a cualquier precio. Quedarse a mitad de camino -ni buscar su rescate ni hacer el acuerdo- sería inmoral, pues es condenar a un grupo de ciudadanos a una larga y agónica pena de muerte. La responsabilidad de lanzarse a rescates tan complejos y riesgosos es enorme. De ahí que la experiencia de Urrao debe servirle al país, no para enfrascarse en debates peregrinos sobre si la culpa la tuvieron el gobierno o las Farc, ni para que los militares intenten tapar el sol con las manos y traten de sostener que el operativo fue perfecto. Más bien debe hacerse un debate sano e informado sobre qué falló para no repetir errores en el próximo rescate. Porque así como los alemanes fracasaron cuando intentaron rescatar al equipo israelí capturado por el grupo Septiembre Negro en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, pudieron lograr un operativo exitoso en 1976 cuando rescataron a más de 100 pasajeros luego de que un avión de Lufthansa había sido secuestrado por el grupo terrorista Baader-Meinhof. De todos modos los rescates de guerra, de secuestrados en manos de grupos armados hasta los dientes, incrustados en la espesura de la selva y conocedores de los territorios hostiles, siempre serán peligrosos. ¿Está Uribe dispuesto a correr ese riesgo? ¿Está preparado para asumir costos políticos cada vez más altos? Hasta ahora sí. En eso lo acompaña, como lo muestra la encuesta de SEMANA, la mayoría del país. Y la convicción fundamentada de que a Colombia le ha salido demasiado caro ceder a cada chantaje violento, que en lugar de salvar vidas lo que ha hecho es producir más muertes. Los familiares de los secuestrados, que no ven otra salida segura para salvar a los suyos que el intercambio humanitario, tienen toda la razón en pedirlo y pelearlo. Pero el gobierno, que sabe el costo que pagarían todos los colombianos al aceptar el chantaje guerrillero, tiene el deber de seguir intentando rescatar a los secuestrados 'políticos'. Sólo que debe estar consciente de que el reto es grande pues no puede volver a fallar. Vea puntos de vista sobre el tema de Intercambio Humanitario. Además participe en el chat el próximo miércoles 14 de mayo a la 1 de la tarde