La mayoría quisiera durar, como dice la canción de cumpleaños, hasta el año 3000. Pero muchos señalan que no hay que corretearle a la muerte, sino aprender a vivir con ella

Longevidad

¿Por qué los expertos no aconsejan prolongar la vida?

Cada vez más expertos consideran que prolongar la vida no es una buena idea, a pesar de que muchos científicos hoy dediquen sus días a evitar la muerte. Estos son sus argumentos.

1 de septiembre de 2018

Asus 76 años, Barbara Ehrenreich dejó de acudir a las citas rutinarias de mamografías, colonoscopias y chequeos del corazón. No es que esté seduciendo a la muerte. Luego de sobrevivir a un cáncer de seno, acudirá a ayuda especializada solo si un asunto urgente aparece. Prefiere estar con sus nietos o escribir libros a permanecer en salas de espera de consultorios médicos o en exámenes que, según ella, de poco servirán y la harán sufrir. Tampoco quiere restringir su dieta porque no se irá de este mundo sin ponerle mantequilla al pan ni tomarse un buen bloody mary.

Esta bióloga y periodista escribió Natural Causes, un libro controversial que plantea la importancia de asumir la mortalidad como un proceso normal, casi lo opuesto a lo que hacen sus amigas que pasan el tiempo que les queda en busca de nuevas terapias y medicamentos para postergar lo inevitable. Estas lo hacen impulsadas por la industria del bienestar, que promete la posibilidad de controlar el organismo y evitar la muerte. Aunque no cree que los seres humanos vengan con fecha de vencimiento, considera que a su edad ya vivió lo suficiente. “Cuando la persona fallece luego de los 70, no hay tanto misterio, y su deceso no es considerado trágico ni necesita mucha explicación”, dice.

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Sus planteamientos van en contravía de los anuncios de científicos y tecnócratas que avanzan en su lucha por ‘curar’ la muerte. Entre ellos están Aubrey de Grey, el gerontólogo y matemático de la Fundación SENS, que mediante varias técnicas busca rejuvenecer el cuerpo humano. Se encuentran, además, los fundadores de Google, Sergey Brin y Larry Page, que crearon Calico, un emprendimiento para estudiar cómo curar enfermedades en ratones y controlar la expectativa de vida. También el multimillonario Peter Thiel, cofundador de PayPal, que ha donado grandes sumas de dinero a compañías que estudian cómo sacarle el quite a la muerte. Está, por supuesto, el mayor líder del movimiento, Ray Kurzweil, futurista de Google, quien hace todo lo contrario a Ehrenreich: toma 100 pastillas al día para no dejar que la vejez toque a su puerta. No deja de ser paradójico, como observó la periodista Alison Arieff, que mientras estos líderes tecnológicos diseñan sus productos con el concepto de obsolescencia programada, quieran ellos mismos que su vida nunca termine. “Es como si detrás de esta búsqueda de vida eterna se escondiera un rechazo a imaginar el mundo sin ellos”, dice.

Al vivir 300 años, la nación de la familia y la amistad se derrumbaría

Tanto Ehrenreich como Arieff y otros expertos como el médico epidemiólogo Alejandro Jadad consideran que la lucha por postergar la vejez ha desconectado a la gente de su propia mortalidad. Para no ir más lejos, Larry Ellison, fundador de Oracle, reveló hace unos años que no entendía cómo un individuo podía estar vivo en un momento y al siguiente muerto. “Es incomprensible”, dijo para justificar su interés en iniciativas antienvejecimiento. Y aunque es posible prolongar la vida –la ciencia ya ha conseguido hacerlo en algunos organismos como la mosca de la fruta– para Jadad es una búsqueda inútil.

Y lo es no solo por el efecto directo de la longevidad en los sistemas pensionales, que serán incapaces de sostener a tantos jubilados que vivirán más de 30 años sin producir y probablemente enfermos. Tambien está su impacto en la sociedad y en el ser humano. “Nuestra noción de la amistad, la familia, el matrimonio y tener pareja se derrumbaría. Nadie quiere casarse por 150 años. La gente le empezaría a perder la pista a sus bisnietos. ¿Qué significa tener una familia que se extiende por generaciones? La vida sería aburrida y distante, las personas perderían su identidad. Si vive más de 300 años, ¿recordará cómo se sentía cuando tenía 20?”, dijo a SEMANA Art Caplan, experto en bioética.

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En la promesa de vivir más tambien hay una mentira. En los últimos años la expectativa de vida ha ido aumentado en el mundo a razón de 12 meses cada cuatro años. Según la Organización Mundial de la Salud, un niño que nació en 2015 vivirá 71 años en promedio y aquel que nazca en 2030 pasará el umbral de los 90, un dato que emociona a muchos. Pero la vida saludable en esos años extra no ha aumentado al mismo ritmo. “La ciencia realmente busca prolongar la vida, pero no necesariamente mejorarla”, dice Jadad.

Eileen Crimmins, de la Universidad del Sur de California, analizó en un estudio si esos individuos en la vejez podrían caminar, subir escaleras y pararse por dos horas, entre otras actividades. La autora encontró que a medida que la gente envejece, aumenta la incapacidad física. Ha habido un aumento de la expectativa de vida con enfermedad y un descenso de los años sin achaques. La Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard analizó el tema a nivel mundial y reveló un escenario parecido: un aumento en el número absoluto de años perdidos por incapacidad, a medida que crece la expectativa de vida. Por eso, Ezekiel Emanuel, médico oncólogo y experto en bioética de la Universidad de Pensilvania, espera morir a los 75 años. “Creo que la manía de buscar desesperadamente extender la vida es desinformada y destructiva”, dijo en la revista The Atlantic.

Emanuel explica que en los últimos 50 años la ciencia no ha detenido el proceso de envejecimiento, sino el de la muerte. El mejor ejemplo es el del derrame cerebral. Si bien entre 2000 y 2010 en Estados Unidos el número de muertes por esta causa se ha reducido 20 por ciento, muchos de los sobrevivientes sufren de parálisis o no pueden hablar. “El fenómeno se repite con otras enfermedades”, dice. Según Juan Carlos Hernández, especialista en cuidados paliativos, tanto médicos como pacientes buscan hasta el final evitar la muerte. “Esto impide que haya una conversación transparente entre ambos para tomar una decisión sobre qué tratamientos serán efectivos, si añadirán calidad de vida o si harán la muerte indigna”, añade.

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La periodista californiana Karen Butler ilustra en un ensayo la huella de la medicalización de la muerte. Cuenta que un preparador de cadáveres le reveló que en el pasado los muertos le llegaban marchitos y secos, pero ahora lo hacían inflados y llenos de moretones provenientes del exceso de intervenciones para postergar el final. La historia forma parte del libro Hoy es siempre todavía, del exministro de Salud Alejandro Gaviria, sobreviviente de un linfoma no Hodgkin quien agrega que con esos excesos muchos moribundos “mueren con un tubo en la garganta. Sedados. Incapaces de despedirse de sus seres queridos”.

Ese afán de no morir ha convertido en enfermedad otros procesos naturales como la menopausia, el embarazo y la disfunción eréctil. Desde 2015 también lo es la vejez según la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) pues la edad es el mayor factor de riesgo para enfermedades como la demencia, el cáncer y la diabetes. A la propia Ehrenreich le diagnosticaron osteopenia, que es el adelgazamiento del hueso, un proceso que empieza después de los 35 años en todas las mujeres, por lo que no es un mal, sino “una señal de la vejez”, dice.

Según Jadad, no hay edad para esperar la muerte, pues todo depende de las circunstancias de cada cual. La solución es aprender a morir y eso implica vivir con la conciencia y la aceptación de la mortalidad, lo que da ímpetu para vivir la vida al máximo. Él señala que vale la pena preguntarse cuál es el miedo. La respuesta, dice, enseñará a vivir y a entender que “el punto no es agregarle años a la vida, sino añadirle vida a los años”.