Furia al volante

Cada vez son más comunes y preocupantes los episodios de agresividad entre conductores y peatones. SEMANA investigó el fenómeno.

8 de mayo de 2000

Enrique Galvis es un profesional muy cordial con todo aquel que se le cruza en el camino. Excepto cuando va detrás del timón. Porque cuando va al mando de su automóvil, en medio de la jungla en que se ha convertido el tráfico de Bogotá, una fiera salvaje empieza a despertar en su interior. En esa súbita metamorfosis se vuelve irreconocible para quienes lo conocen: “¿Le regalaron el pase en una rifa, o qué?” ,“Pase por encima, gran #*!@$&$” suele vociferar a quienes se le atraviesan. Hace un año tuvo un incidente que casi termina en una riña en plena vía.

Fue cuando una señora lo cerró mientras transitaba apaciblemente por su carril. Para esquivarla tuvo que dar un timonazo que casi le provoca un accidente con otro carro . Ante la imprudencia de la conductora Galvis decidió perseguirla para darle una lección. “Vieja bruta, ¿se dio cuenta de lo que hizo?”, le gritó. Como ella le reviró en el mismo tono, Galvis decidió bloquearle la vía. Pero al llegar a un semáforo en rojo un conductor de otro carro, aparentemente amigo de la señora, se bajó a buscarle pleito en nombre de ella. Y cuando todo indicaba que se irían a los puños la luz cambió a verde. “Por fortuna cada uno se montó a su carro y arrancó.”, dijo Galvis a SEMANA.

El incidente anterior es un típico caso de la furia callejera, un comportamiento que en los países desarrollados se ha estudiado a fondo y que se conoce como road rage. El término no es familiar entre los conductores colombianos a pesar de que la gran mayoría de ellos sean sus fieles exponentes. Algunos de estos incidentes son intrascendentes y hacen parte de la cotidianidad frenética del mundo urbano. Pero otras historias tienen un desenlace hasta fatal.

“La agresividad al conducir es una de las causas más comunes de accidentes”, afirma Elber Pérez, coordinador de la unidad de investigación de accidentes de la Secretaría de Tránsito. En Bogotá la primera causa es no mantener una prudente distancia entre carro y carro. “La gente lo hace porque no quiere que otro se le meta”, dice Pérez. Le siguen en su orden transitar fuera del carril, una maniobra que realizan muchos conductores intolerantes a los trancones; no respetar la prelación, desobedecer la señales de tránsito y pasarse los semáforos en rojo.

Según el experto estadounidense Jerry Adams, la furia callejera es toda expresión de agresividad de un conductor hacia otro o hacia un peatón por algo que hace. “Todos hemos estado frustrados por acciones de otros conductores o peatones. Pero no es la rabia en sí sino la expresión de esa rabia la que marca la diferencia”, explicó a SEMANA.

Exteriorizar la rabia parece ser el pan de cada día en las calles colombianas. Según Jaime Cendales, jefe de la unidad II de lesiones personales de la Fiscalía, del ciento por ciento de quejas, 85 por ciento tiene que ver con riñas originadas en accidentes de tránsito. En estos casos se utilizan todo tipo de armas: desde insultos verbales y puños hasta varillas y pistolas. En otros casos el arma puede ser el mismo carro, de tal forma que las persecuciones, las encerronas o los atropellos ocasionan fatídicos accidentes.

Pero en estos incidentes es más difícil detectar la agresión pues la causa de la colisión queda registrada bajo los rótulos de “Impericia al manejar”, “Exceso de velocidad” y por ello no son estudiadas como casos de agresividad vial. Sólo las historias más escandalosas atraen la atención de las autoridades y de la comunidad, como lo fue la tristemente célebre —y hasta ‘hollywoodesca’— persecución a alta velocidad entre un taxista y un Mazda en mayo de 1998, la cual terminó ocasionándole la muerte a cinco pasajeros (ver recuadro).



En la vía rápida

Las causas superficiales de la furia en la calle son cotidianas: el carro que cierra a otro, el que se coló por la berma a toda la fila de un pare, el que bloqueó el paso, el que pitó como loco apenas el semáforo cambió a verde o el que paró a comprarle helados a toda la familia y parqueó en medio de la vía arteria. Pero detrás de todas estas circunstancias, sin duda bochornosas, hay complejas situaciones personales y colectivas que hacen este problema más difícil de lo que muchos piensan.

Para Saúl Ojeda, un ingeniero civil que ha estudiado el tema, la violencia en el tráfico es multicausal. Por un lado están la precaria malla vial, la ausencia de señalización y la falta de iluminación en las calles. A eso se suma la cultura del avivato o del quiebre a la norma. También está el drama de quien sale de la casa con un conflicto distinto, que puede ser la inundación de su barrio, el desempleo o el subempleo, el secuestro, la quiebra de la empresa o la inseguridad. “Todos llegan inmersos en sus problemas. Pero todos tienen algo en común: van de afán”. Esas circunstancias hacen fácilmente de quien guía un lobo con piel de oveja ante la más mínima frustración.

Los conductores de servicio público se encuentran en mucho más riesgo debido a que pasan más tiempo en la calle. “Son como una bomba de tiempo”, dice el fiscal Cendales. Según él, este grupo está sometido a gran estrés y a largas jornadas que los colocan en una situación más peligrosa. Un reflejo es el caso del pasado lunes, cuando un conductor de bus mató a varillazos a un pasajero en la Caracas por haberle entregado una moneda falsa de 1.000 pesos.



Los actores del

conflicto

Otro ingrediente que hace más complejo el tema son los peatones. De acuerdo con la Secretaría de Tránsito de Bogotá, del total de accidentes con muertos en Bogotá 69 por ciento son transeúntes.

Aunque los conductores son muy poco respetuosos con las personas de a pie, la verdad es que el peatón también es muy imprudente. “Es indisciplinado, dice Elber Pérez. No detecta la velocidad de un vehículo, piensa que es más rápido que los carros. Además cruza por donde sea ”. Fernando Aponte, quien realizó un estudio del peatón colombiano para graduarse de ingeniero civil de la Universidad Nacional, observó que éste no utiliza los puentes peatonales. La cifra es tan dramática que en un puente ubicado sobre la Circunvalar, mientras en una hora 40 peatones deciden cruzar el puente 488 prefieren cruzar la calle. “Muchos no los toman porque son inseguros, están mal construidos o por simple pereza”, dice Aponte.

El otro protagonista del conflicto es el pasajero, que exige a los buses un servicio puerta a puerta. Según Antanas Mockus, un estudio realizado entre conductores de buses y busetas en Bogotá mostró que, aunque el conductor siempre es el autor de la falta, en la mitad de los casos es el pasajero el que le exige parar en cualquier lugar.

Por el momento no hay duda de que es un tema tan crítico como inexplorado en el país. La Secretaría de Gobierno de Bogotá y la Universidad Nacional ya empezaron el primer estudio sobre el perfil del conductor y la relación entre violencia y tránsito. Pero además de entender este conflicto es preciso fortalecer la educación y exigir que las escuelas automovilísticas sean más eficientes. Actualmente algunas de ellas se limitan a vender el certificado de conducir.

Pero el proceso formativo debe comenzar en casa para que los niños no sigan emulando inconscientemente modelos agresivos de comportamiento en el carro. Por que en la mayoría de estos casos los agresores que han causado heridas o la muerte a otros por sus ataques de ira no eran criminales ni tenían antecedentes. Por el contrario, eran excelentes padres, amigos y vecinos que simplemente se dejaron llevar por las circunstancias y por el monstruo que llevan por dentro cuando van al volante.