El robo de arte se ha convertido en una práctica tan común en Colombia que su periodicidad está llegando a niveles preocupantes. Los hurtos esporádicos en los que el botín no pasaba de dos y tres obras se han transformadocon el paso de los años en verdaderos saqueos perpetrados a encargo por bandas especializadas contra las galerías, contra los propios artistas en su residencia y contra las iglesias que atesoran valiosas piezas coloniales. El último caso, sucedido en la ciudad de Cali el pasado 20 de diciembre, se encargó de rebosar la copa, no sólo por los móviles del atraco sino por las dimensiones del robo: 53 obras de arte colonial que estaban destinadas a inaugurar el primer museo sobre el género en la capital vallecaucana.En esta ocasión la víctima fue Soffy Arboleda de Vega, una entusiasta historiadora de arte y una de las damas más respetadas de la cultura caleña. Hermana menor de Esmeralda Arboleda, la famosa luchadora de los derechos sociales y políticos de la mujer en la década de los 50 que se convirtió en la primera senadora de la República y primera ministra de un gobierno democrático, Soffy heredó de su familia el amor por las causas cívicas y culturales. Estudió historia del arte en Francia y Estados Unidos y de regreso a Colombia se vinculó a la Universidad del Valle, de donde se jubiló luego de más de 30 años de labores pedagógicas. Fue precisamente su obsesión por el arte lo que la llevó a iniciar una de las colecciones privadas más valiosas de Colombia. Cuando tenía apenas 25 años, durante una visita a la Popayán de sus ancestros, decidió que se especializaría en arte colonial. Un anónimo del siglo XII que representaba la figura de un apóstol fue suficiente para encender su pasión. Lo compró por 50 pesos y a partir de entonces, primero en Popayán y luego en pueblos del Cauca, Valle, Cundinamarca, Boyacá, Nariño y Antioquia, fue reuniendo una colección que 43 años después había superado el medio centenar de obras.Su casa se había convertido prácticamente en un museo. De hecho, esa era la sensación que experimentaban amigos y visitantes furtivos por igual al ingresar en ella. Tanto así que, con el apoyo total de su familia, Soffy había tomado la determinación de hacerlo realidad, donando sus obras a la ciudad para inaugurar el primer museo de arte colonial de la capital del Valle. La pesadillaPero el sueño, que debía cristalizarse a comienzos de 2000 como un homenaje a Cali ante la llegada de un nuevo milenio, tuvo que ceder abruptamente a la pesadilla. A las nueve de la mañana del domingo 20 de diciembre del año pasado cinco hombres que se hicieron pasar por técnicos de las Empresas Municipales de Cali (Emcali) irrumpieron a la casa de Soffy con el pretexto de arreglar la línea telefónica, dañada desde el día anterior. Como el inconveniente había sido denunciado oportunamente por su familia, el acceso les fue permitido de inmediato. Sin embargo, lejos de ocuparse del teléfono, los falsos trabajadores intimidaron a los Vega con armas de fuego, los ataron, los amordazaron y los encerraron en una alcoba junto con sus empleadas y el vigilante, antes de descolgar 53 óleos de arte colonial, un cuadro de la pintora María Thereza Negreiros y dos más del maestro Alejandro Obregón. En cuestión de minutos los saqueadores subieron las obras a un camión y huyeron.Independientemente del valor monetario de cada una de las obras robadas, la verdadera tragedia consiste en la pérdida de un patrimonio de incalculable valor histórico. Aparte de los cuadros de Obregón y Negreiros, las demás piezas robadas pertenecen a los siglos XII y XVIII, período durante el cual el arte religioso tuvo su mayor esplendor en Latinoamérica. Dos óleos de Gregorio Vázquez de Arce y Ceballos, otro atribuido por Guillermo Hernández de Alba a Antonio Acero de la Cruz, y otro más de Joaquín Gutiérrez, pasaron a manos de los delincuentes entre más de 40 anónimos de similar valor no sólo por las representaciones religiosas, entre las que se encuentran cristos, vírgenes de Chiquinquirá, Dolorosas, Sagradas Familias, apóstoles y santos _Santa Lucía, Santa Bárbara, San José, San Rafael, San Juan Bautista_, sino por la variedad de los soportes utilizados _cobre, madera y lienzo_.La incertidumbreLa única pieza que se salvó del saqueo fue una virgen de la Paloma, uno de los últimos cuadros en ser descolgados. Según Soffy Arboleda sus ruegos fueron escuchados. Mientras uno de los ladrones se apresuraba a trasladarlo ella alcanzó a rogar: "Virgen, no te dejes llevar". Para su sorpresa y seguramente por el afán de los delincuentes, el ladrón la devolvió a su sitio antes de emprender la retirada. Fue un milagro menor que no alcanza para opacar la dimensión de la hecatombe. Más de 40 años de juiciosa entrega a una colección que, en última instancia, se iría a convertir en patrimonio de todos los caleños, quedaron desvanecidos en el atraco.A pesar de las enormes dificultades que existen para recuperar semejante tesoro, pues el mercado clandestino de arte suele moverse casi tan rápido como el de las autopartes en el negocio de los vehículos robados, la familia Vega guarda la esperanza de que sean los compradores cautos los encargados de colaborar en el hallazgo. Por el momento y gracias a los avances tecnológicos de la informática, los Vega han abierto una página en Internet (http:stolen-art.colombianet.net) en la que se pueden consultar las imágenes robadas, todo con el ánimo de alertar al coleccionista desprevenido.Lo más preocupante, sin embargo, es que el de la colección de Soffy Arboleda es apenas uno más en la ola de robos de arte colonial y de todo género. Desde cuando hace cerca de cinco años fue arrasada la colección del Museo de Arte Religioso de Santa Fe de Antioquia, un total de 18 obras avaluadas en más de 200 millones de pesos, entre ellas seis originales de Vázquez y Ceballos, los templos colombianos viven bajo una amenaza que poco a poco está acabando con buena parte del patrimonio artístico colonial.