¿Cuándo terminará finalmente la pandemia del covid-19? Estamos en un constante vaivén en donde las nuevas variantes del virus comprometen la recuperación económica mundial, mientras las jornadas de vacunación persisten en un intento por salvaguardar lo que queda en materia de salud pública y aliviar un poco la incertidumbre.

Variados países, por ejemplo, en Europa Occidental, se embarcaron en un retorno a la normalidad durante el segundo trimestre del año. No obstante, ante la llegada de la variante Delta, estos países sufrieron un retroceso repentino, hecho que llevó a las autoridades a retrasar el levantamiento de muchas restricciones y medidas que limitaban el desarrollo de las actividades cotidianas en muchos sectores.

Así, hemos sido testigos de toda la transición tecnológica a la que millones de empresas han tenido que migrar, para poder sobrevivir en plena crisis. Parece ser que el futuro se definió por el poder de la conectividad y el enfoque en nuevas inversiones que posibilitaran esta transición con los menores costos asociados o las mínimas pérdidas soportables.

El problema es que casi dos tercios de la población en América Latina aún no tiene acceso a internet, y menos internet de una buena calidad. Por supuesto, las brechas son notables entre países, y al interior de estos. Según el Banco Mundial, menos del 50% de la población tiene conectividad de banda ancha y sólo el 10% tiene acceso a fibra óptica en su hogar.

No cabe duda de que las tecnologías digitales lograron conectar a familiares, amigos, estudiantes, maestros, empresas y hasta mercados. En medio del confinamiento que muchos tomamos, estas tecnologías también permitieron que el aislamiento tuviera una pequeña dosis de compañía durante las cuarentenas, de índole virtual, que aliviaron más de lo que se pensaba. De hecho, lograron aliviar varios desafíos socioeconómicos asociados a la pandemia.

Así la conectividad se volvió, ahora, un condicionante en el bienestar y la calidad de vida gracias a que es parte del proceso de adaptación a nuestra nueva normalidad ya que mitiga los efectos adversos de las medidas implementadas. Según el informe ‘The Cost of Being Off the Grid’ los hogares latinoamericanos que tienen acceso a las tecnologías de la información se han adaptado más eficazmente que aquellos que no lo tienen o que están menos conectados.

Esto se traduce en que las mayores pérdidas de bienestar las sufren los hogares menos conectados, en donde se incluyen las pérdidas de aprendizaje. No obstante, es de aclarar que los niveles de conectividad están asociados también a problemas socioeconómicos subyacentes, como la educación y los ingresos. En esto, las áreas rurales son las que concentran la mayor problemática, incluyendo la capacidad y la cobertura de la conectividad misma.

Algunos resultados mostraron que los hogares con alta conectividad digital perdieron su empleo en un 15%, mientras que los hogares con baja conectividad representaron un 23%. Asimismo, el 69% de estos hogares con baja conectividad sufrieron una reducción en su ingreso de forma total, lo que correspondió a 11 puntos porcentuales más que los hogares más conectados. Incluso, la brecha en los niveles de inseguridad alimentaria fue de casi el doble para los hogares menos conectados.

Pero la diferencia en la educación recibida entre estos dos tipos de hogares es uno de los efectos más discutidos entre expertos y las mismas personas. En definitiva, aquellos con alta conectividad acceden a actividades de aprendizaje remoto de mejor calidad, hecho que tiene una cuenta de cobro pendiente pues las consecuencias de mediano y largo plazo serán cruciales.

Ofrecer garantías de conectividad a toda la población mantiene enormes retos, siendo muy importantes aquellos relacionados a las inversiones en infraestructura. El foco claramente debe ser en áreas rurales, en donde sólo el 40% de la población en la región está conectada.

Sin embargo, las mejoras en la capacidad adquisitiva de los hogares es uno de los criterios que no se toma mucho en cuenta a la hora de evaluar estas brechas en conectividad. El teléfono inteligente más barato en el mercado representa casi el 12% del ingreso mensual promedio en la región; pero hay países como Guatemala en donde el porcentaje aumenta al 34% o Haití en donde se estima hasta un 84%.

Incluso en regiones como Reino Unido se ha sugerido que se debe nivelar la infraestructura digital con la infraestructura física, tal como una red ferroviaria o vial. Según la Unión Nacional de Agricultores (NFU) la conectividad digital aún destaca como un desafío clave para mejorar la conectividad rural, pero el despliegue de la banda ancha en estas regiones se complica, incluso a nivel mundial, por limitaciones asociadas al financiamiento y las economías de escala.

Como resultado, el covid-19 resaltó, a las malas, la importancia de las tecnologías digitales dentro de los planes de desarrollo en Latinoamérica. Por supuesto, condiciones que se han vuelto vitales para hablar de mejorías en el bienestar y en la calidad de vida de la población en toda la región. Si bien las zonas rurales son las más acosadas por el sinfín de limitantes, no cabe duda de que América Latina aún es un terreno difícil para adoptar una conectividad total, plena y eficiente.

En un escenario colombiano inmerso en escándalos, donde se confirmó recientemente, que la Unión Temporal Centros Poblados, que se ganó el multimillonario proyecto para instalar más de 7 mil puntos digitales en escuelas rurales del país, no solo presentó una sino tres garantías falsas del Banco Itaú para poder firmar el contrato con el Ministerio de las TIC, y que esto puede en un alto porcentaje afectar el desarrollo de estos puntos digitales, queda la zozobra de ver como el país aún mantiene una brecha digital muy fuerte entre sus habitantes. Una lástima que la corrupción siga aumentando las brechas en la población colombiana.