La puerta del MAMBO se cerró con un sonido que no era de hierro, sino de ceremonia. Afuera quedaron los flashes y el eco de una ciudad que observaba sin poder entrar. Y adentro la noche se teñía de oro. El 20 de septiembre de 2025 el Museo de Arte Moderno de Bogotá volvió a celebrar su gala más esperada, este año se llamó El Dorado, un ritual que mezcló filantropía, arte y misterio con la precisión de una obra maestra.

En la fachada, el reflejo del oro se extendía sobre los muros. La alfombra dorada marcaba el camino. Pero solo unos pocos podían saber lo que estaba ocurriendo después de que las puertas se cerraron: las cámaras quedaron afuera y adentro el tiempo adoptó otro ritmo. Los invitados –coleccionistas, artistas, empresarios y amigos del arte– caminaron entre copas y obras que parecían despertar con el resplandor de las luces. No era una fiesta, era un pacto silencioso entre quienes creen que el arte también salva.

Ángela Royo, directora ejecutiva de la Gala Mambo; Alberto Casas, abogado y exministro de Cultura; María Emma Mejía, diplomática y ex embajadora de Colombia ante la ONU, y  Martha Ortiz, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá. | Foto: GUILLERMO TORRES

“La Gala MAMBO no es solo una celebración”, dijo Martha Ortiz, directora del museo, al inicio de la noche. “Es una invitación a soñar con un país donde la cultura sea el motor de transformación”, agregó. Y en sus palabras había una verdad profunda, porque el MAMBO, más que un edificio, ha sido durante seis décadas el lugar donde Colombia se ha mirado a sí misma. Fundado en 1963, ha visto pasar todas las épocas: de los lienzos de Botero a las primeras instalaciones de Doris Salcedo; de la fuerza de Grau al lenguaje contemporáneo de una nueva generación. En este lugar, cada exposición ha sido una conversación con el país.

Claudia Hakim, artista, escultora y gestora cultural, y Martha Ortiz, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá. | Foto: GUILLERMO TORRES

Martha Ortiz, al frente del museo desde hace dos años, ha sabido leer ese legado con visión. Bajo su dirección, el MAMBO recuperó la vitalidad de un espacio vivo, no solo como galería de exhibición, sino como laboratorio de pensamiento. El arte, afirmó Ortiz, es una herramienta de transformación social. “En un país como el nuestro, mirar es una forma de sanar”, señaló.

La cena transcurrió entre conversaciones suaves, risas contenidas y destellos de cristal. Las obras alrededor parecían observar. Todo tenía la precisión de una puesta en escena. Era la elegancia que no grita, el lujo que se reconoce por la calma.

Ángela Royo, directora ejecutiva de la Gala Mambo, y Alberto Casas, quien recibió el VII Premio MAMBO a la Filantropía en las Artes. | Foto: Juan Yaruro

El punto culminante de la noche llegó con la entrega del VII Premio MAMBO a la Filantropía en las Artes a Alberto Casas Santamaría, un nombre que resume décadas de historia cultural. Casas, que impulsó el mítico Salón Atenas junto a Eduardo Vargas y acompañó el desarrollo de artistas como Miguel Ángel Rojas o Antonio Caro, fue ovacionado por un público que entendía el peso del reconocimiento. Martha Ortiz lo definió así: “Alberto ha entendido que la belleza también puede ser una forma de pensamiento”.

Luego vino la subasta y el aire cambió de tono. Charlotte Pieri, con el martillo en mano, marcó el pulso de la emoción. Las paletas se alzaron entre las sombras doradas, mientras nombres como David Manzur, Hugo Zapata, Natalia Sanín, Carlos Riveros y Felipe Cifuentes desfilaban en la pantalla.

Junta Directiva del MAMBO, de izquierda a derecha: Pablo Echeverri, Cristina Chacón, Jorge Di Terlizzi, Patricia Gómez de León, Ángela Royo, Jabar Singh y Moritz Mishaan. | Foto: Juan Yaruro

Se ofrecieron también experiencias únicas: una cena privada en el Hyatt Regency Cartagena, una silla firmada por Karim Rashid, un viaje a la Bienal de Guatemala, una visita íntima a la colección del MAMBO. Cada golpe del martillo era un recordatorio de que la filantropía, cuando se hace con belleza, también es arte.

La gala del MAMBO no busca ser multitudinaria. Su magia está precisamente en lo que no se ve, en esa frontera invisible entre lo público y lo íntimo. Hoy, más de 60 años después de su fundación, el MAMBO sigue siendo una brújula cultural. En su colección habitan más de 5.500 piezas, y con sus programas educativos, miles de jóvenes encuentran una primera forma de mirar el mundo.

Juan Mesa y Benedicte Engesland, store director de Louis Vuitton. | Foto: GUILLERMO TORRES

Martha Ortiz suele decir que el arte tiene una misión más urgente que nunca: “Cuando el exceso es lo virtual, lo real se vuelve un lujo”. Y el MAMBO es eso: un lujo real, tangible, necesario. Cada exposición, gala o gesto filantrópico reitera una certeza: el arte no es un adorno, es una manera de construir futuro.

Cuando las luces se apagaron, el museo quedó en silencio. La ciudad volvió a su ritmo, los autos regresaron a la avenida, los últimos invitados se alejaron bajo la lluvia leve de septiembre. Pero adentro, en el corazón del MAMBO, algo seguía brillando. Quizás el oro de El Dorado no era el metal de los mitos, sino la luz que dejan encendida quienes aún creen en el poder transformador del arte. Porque, al final, el verdadero lujo de una sociedad no está en lo que posee, sino en lo que preserva.

Y mientras Bogotá amanecía, el MAMBO seguía dorado por dentro. Porque el arte, cuando es verdadero, nunca apaga sus luces.