Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido que no somos suficientes. Ese pensamiento que aparece en medio de un logro, de un reconocimiento o de una gran oportunidad y que susurra: “¿De verdad mereces estar aquí?” “¿Realmente mereces lo bueno que te está pasando?”.
Cada vez es más frecuente que este incómodo visitante se instale en la mente de profesionales, empresarios, líderes, estudiantes, padres y madres. Y aunque parezca un término de moda, refleja una de las luchas más profundas del ser humano: la incapacidad de reconocer su propio valor. Es esa sensación de que los logros no son suficientes, de que lo alcanzado es fruto de la suerte, de las circunstancias o de haber estado en el lugar indicado, pero no de nuestro talento o esfuerzo. Es vivir con el temor de que alguien “descubra” que no somos tan buenos como parecemos.
Ese impostor interior se alimenta de nuestras comparaciones, de ese hábito de mirar a los demás y medirnos con su éxito. En un mundo hiperconectado, esa comparación es constante: en redes sociales, en la oficina, en los espacios familiares. Siempre parece que alguien lo hace mejor, más rápido o más grande. Y mientras tanto, esa voz nos roba energía, nos paraliza, nos hace dudar de nuestras decisiones y nos impide avanzar hacia nuestros propósitos. Muchas personas, aun estando preparadas, dejan pasar oportunidades porque creen que no son lo suficientemente capaces.
En mi experiencia también lo he sentido. He dirigido proyectos, liderado equipos y creado marcas y espacios de impacto, y aun así en más de una ocasión me ha asaltado esa voz que pregunta: “¿Y si no es suficiente?”. Con el tiempo entendí algo esencial: el impostor nunca desaparece por completo; lo que cambia es nuestra relación con él. Nombrarlo, reconocerlo y entender que esa voz no define quiénes somos es el primer paso para restarle poder.
Luego viene aprender a validar lo propio. Hacer memoria de los logros, reconocer que nadie más recorrió nuestro camino ni enfrentó nuestras batallas, y dejar de minimizar lo alcanzado. También se trata de detener el hábito de compararnos: siempre habrá alguien que lo haga distinto, mejor en algunos aspectos y peor en otros. La comparación constante solo genera insatisfacción. Compartir lo que sentimos con un mentor, un amigo o un coach también hace la diferencia, porque a veces necesitamos que alguien más nos recuerde nuestro valor. Y, sobre todo, se trata de avanzar a pesar del miedo. El impostor se calla con acción: cada paso, incluso en medio de las dudas, demuestra a la mente que sí podemos.
Lo más curioso es que el síndrome del impostor aparece con más fuerza cuando estamos cerca de crecer, de dar un salto, de alinearnos con nuestro propósito. Es como si esa voz intentara frenarnos justo antes de alcanzar lo que merecemos. Pero el éxito no consiste en la ausencia de dudas, sino en la capacidad de avanzar con ellas. En mi caso, el proyecto Mujer Encantadora nació en medio de muchas incertidumbres: ¿sería relevante?, ¿conectaría con otras mujeres?, ¿sería suficiente? Hoy, cada vez que una mujer me dice que esos cinco pilares la ayudaron a reencontrarse con su fuerza, entiendo que valió la pena silenciar al impostor y atreverme.
Cuando aprendemos a confiar en nosotros, a dejar de compararnos y a caminar desde nuestro propósito, esa voz pierde fuerza. Recordemos que el verdadero éxito no consiste en no sentir miedo, sino en reconocerlo y avanzar con él. Porque el valor no está en ser perfectos, sino en atrevernos a ser auténticos.
Claudia Lorena Gómez, CEO de Can Spa Móvil, coach y speaker en liderazgo