Durante décadas hemos hablado de la Amazonía como si fuera un territorio lejano y abstracto: “los pulmones del mundo”, “un recurso valioso”, “un paisaje ancestral”. La nombramos como algo importante, urgente, casi sagrado, pero muy pocos saben
realmente cómo protegerla y conservarla. Para quienes trabajamos desde, para y con estos municipios, departamentos y países, esa descripción se queda corta. Cortísima.
La Amazonía es un sistema vivo de relaciones: comunidades, gobiernos, organizaciones, empresas, ciencia, cultura, ancestralidad y naturaleza. Y en un sistema así no hay espacio para héroes solitarios. El bioma amazónico no necesita uno. Necesita varios.
A lo largo de mi trayectoria -en el sector público, social y privado- he visto que los
cambios que perduran nacen cuando múltiples actores se reconocen como parte de un mismo propósito. Uno honesto. En procesos de paz, en la protección de la niñez o en
iniciativas rurales, una verdad siempre se repite: las transformaciones reales se construyen con otros. Jamás en solitario.
Hoy, esa verdad vuelve a tomar relevancia. En cada escenario global, incluidos los
debates que rodean la COP30, gobiernos, líderes comunitarios, empresarios, estudiantes y maestros regresan a hablar de la Amazonía. Se renuevan discursos, se actualizan
diagnósticos y se repiten compromisos, pero el desafío permanece intacto.
La diferencia es que las discusiones empiezan a moverse del “qué debe hacerse” al “cómo se hace y quién lo financia”. Y en ese “cómo”, los debates de estas semanas dejan algunos elementos centrales que vale la pena resaltar.
Destaco solo algunos elementos clave, luego de la COP30 en Belém, Brasil. El primero es que las finanzas se convirtieron en el motor de la implementación. Hoy, las decisiones sobre capital —público y privado— determinan qué se hace, dónde y con qué velocidad. Sin financiamiento, no existe transición justa posible.
El segundo es la necesidad de interoperar taxonomías para destrabar capital hacia los países emergentes. Esto implica alinear los distintos sistemas globales que definen qué es “financiación sostenible”. Cuando los estándares son compatibles y todos hablamos un mismo lenguaje, el capital fluye más rápido hacia donde más se necesita.
El tercer elemento es el surgimiento de plataformas nacionales para movilizar financiamiento. Trece países presentaron sus planes para desarrollar Country Platforms con apoyo del Green Climate Fund, y se lanzó el Platform Hub, un espacio que conecta a los gobiernos con asistencia técnica y aliados financieros para acelerar la ejecución.
En este avance hacia el “cómo”, empiezan a surgir mecanismos que hace algunos años parecían impensables. Los desafíos climáticos han obligado a los Estados a repensar cómo generar recursos para la conservación. Bajo esa lógica, O.N.E Amazon -empresa disruptiva con la que trabajamos como aliados desde AECOM- propuso darle una valoración económica al bioma amazónico, permitiendo que los mercados se vinculen de forma directa y que cada inversión se traduzca en proyectos concretos de conservación, restauración y energías limpias.
Esto incluye estructurar sistemas de monitoreo en tiempo real capaces de capturar información verificable, y avanzar en conversaciones con gobiernos de Perú, Colombia, Ecuador y Brasil para identificar zonas que pueden y deben ser sujetos de conservación. Explicar estos modelos -basados en tecnologías como blockchain y en activos digitales que se transan para movilizar recursos- no ha sido fácil. Son mecanismos nuevos que requieren socialización, ajustes institucionales y comprensión técnica. Pero si esta arquitectura financiera logra echar raíces, su impacto podrá sentirse en todo el bioma amazónico.
Como un antiguo jefe solía repetirme: “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Y creo que esperar la solución perfecta para la Amazonía puede costarnos un tiempo que no tenemos. Las alianzas deben orientarse a resultados viables, no a ideales inalcanzables. Y deben construirse sin egos que marchiten las buenas causas. La Amazonía no es un territorio para voluntades dispersas; es un territorio clave para la humanidad que exige alianzas amplias, pragmáticas, honestas y donde el protagonismo se reemplace por ejecución.
Creo en un liderazgo que inspira, pero también en uno que convoca. Cuando
entendemos que no se trata de quién lidera sino de quiénes se unen, empezamos a construir soluciones que realmente perduran. La Amazonía no necesita salvadores; necesita aliados. El bioma ya dio todas las señales. Ahora nos toca a nosotros.
Diana Isabel Eugenia Ramírez, Valor Social e impacto – AECOM Latinoamérica