Cada día, millones de productos llegan a su destino en el momento y las condiciones exactas en que deben hacerlo. Nadie celebra ese éxito. Nadie se detiene a pensar en la red de decisiones, procesos y personas que hicieron posible esa entrega perfecta. Cuando todo fluye, la logística pasa desapercibida. Es invisible. Pero basta con que algo falle para que todo el sistema se haga evidente.

En ese instante, la cadena de suministro se altera y el impacto es inmediato: clientes insatisfechos, líneas de producción detenidas, hospitales que posponen cirugías porque no llegaron los insumos médicos, tiendas con anaqueles vacíos o constructoras que paralizan obras por falta de materiales. En ese momento se entiende que la logística no es un servicio de soporte: es el sistema circulatorio de la economía global. Y cuando ese sistema se interrumpe, el daño se propaga en toda la estructura productiva.

Las empresas suelen invertir millones en producto, marketing, tecnología o talento. Pero, cuando se trata de logística, muchas buscan la opción más barata, hasta que aprenden -de la manera más costosa- que lo barato en logística, sale caro.

Un retraso de 48 horas en componentes electrónicos puede frenar una línea de producción que genera millones al día. Un error en la cadena de frío puede inutilizar medicamentos vitales y afectar tratamientos de miles de pacientes. Un contenedor que no llega a tiempo en temporada navideña puede marcar la diferencia entre un año récord y un año catastrófico para un retailer. La logística no mueve cajas, mueve resultados: en ventas, en eficiencia, en reputación.

Durante la pandemia, el mundo descubrió lo que los profesionales del sector siempre supimos: la civilización moderna depende de una red invisible de cadenas de suministro perfectamente orquestadas. Cuando esa red se interrumpió, los anaqueles quedaron vacíos y la economía se detuvo. Las empresas que sobrevivieron fueron las que habían invertido en logística sólida: con proveedores alternativos, rutas de respaldo, sistemas redundantes y monitoreo en tiempo real. Las que colapsaron fueron las que trataron la logística como un commodity, siempre eligiendo la opción más económica.

La diferencia entre una logística común y una excepcional no se nota cuando todo funciona bien, sino cuando el entorno se vuelve adverso: cuando un puerto cierra por mal clima, cuando cambian las regulaciones, cuando un proveedor incumple o cuando surge una crisis sanitaria o política.

Las empresas logísticas verdaderamente excepcionales no son las que evitan los problemas, sino las que nunca se detienen pese a ellos, porque cuentan con protocolos de contingencia que se activan en minutos, tan eficaces que el cliente ni siquiera nota que hubo un imprevisto.

Construir esa capacidad exige inversión en tecnología avanzada, infraestructura redundante, equipos que operen 24/7 y redes diversificadas de aliados. No es un gasto: es una estrategia.

La logística invisible es, en realidad, el arma competitiva más poderosa de cualquier empresa. Es la diferencia entre las marcas que prometen y las que cumplen, entre las que sobreviven y las que prosperan.

Daissy Amarillo, co+Founder & CEO del grupo Transintercargo Logistica