Ser empresario en el sector inmobiliario con ética y propósito requiere valentía. No es una frase bonita. Es una realidad que se siente en el cuerpo y en el alma cada día, sobre todo cuando decidimos hacer las cosas bien en un entorno donde muchas veces hacerlo fácil y rápido parece más rentable.
Quienes hemos elegido este camino sabemos que no basta con conocer de metros cuadrados o tasas de rentabilidad. En esta industria se necesita carácter para sostener convicciones cuando las circunstancias aprietan, cuando la informalidad abunda y cuando el cliente, sin saberlo, a veces valora más la complacencia que el criterio profesional.
Pero, aun así, decidimos quedarnos. Y no solo quedarnos: construir algo diferente.
No es solo el negocio, es el camino
Los desafíos son reales. En Colombia, la falta de regulación en el ejercicio inmobiliario ha abierto la puerta a la informalidad y al riesgo. Enfrentamos la dura competencia de quienes prometen resultados en tiempo récord sin análisis, sin ética y sin garantías. Pero lo que más pesa, muchas veces, es el silencio de quienes no conocen el valor de hacer bien las cosas.
En mi experiencia, liderar una firma inmobiliaria no ha sido solo gestionar avalúos, asesorías o negociaciones. También ha sido aprender a ser estratega, financiera, comunicadora, psicóloga, y a veces, simplemente una presencia firme para el equipo cuando las cosas se ponen difíciles.
No lo digo con queja. Lo digo con respeto. Porque asumir esta responsabilidad no debería implicar hacerlo todo, pero muchas veces lo hacemos. No por ego, sino por compromiso.
Si me preguntan cuándo ha sido más difícil, la respuesta es clara: cuando las cosas no van tan bien. Cuando el teléfono suena menos. Cuando un contrato importante se cae. Cuando hay que decidir entre sostener una nómina o avanzar con una inversión.
En esos momentos, sostener la visión de largo plazo es un acto de fe. Una que no se basa en ilusiones, sino en la certeza de que la constancia, la disciplina y los valores no son negociables, aunque a veces cuesten más.
Porque es ahí, justo cuando podríamos ceder, donde se prueba el verdadero liderazgo. No en los días de aplausos, sino en los silencios incómodos, en las decisiones solitarias, en el “vamos a intentarlo de nuevo” después del “esto no salió como esperábamos”.
Hay algo profundamente transformador en seguir adelante cuando todo parece invitar a rendirse. En decidir, una y otra vez, no hacer atajos. En formar equipos de distintas generaciones que no siempre piensan igual, pero pueden construir algo en común. En buscar clientes que no solo necesiten un servicio, sino que valoren una relación basada en la verdad.
Y aunque muchas veces ese esfuerzo no se ve de inmediato, deja huella. Porque lo invisible también sostiene al sector: los valores, la escucha, la calidad del análisis, la decisión de poner al cliente en el centro, incluso cuando eso implica decirle que no a una oportunidad que no le conviene.
No es solo fe, es decisión. No todas las empresas tienen detrás un capital robusto o padrinos poderosos. Algunas, como la nuestra, han crecido con esfuerzo, con sueños, con equivocaciones y con una determinación inquebrantable de hacerlo bien.
Y no ha sido fácil. Pero sí ha valido la pena.
Porque hacer empresa con propósito no es una moda: es un compromiso diario. Y aunque cueste más, deja algo que el dinero no puede comprar: la certeza de que estamos construyendo futuro con sentido.
A quienes hoy lideran en el sector inmobiliario, o en cualquier sector, con principios claros, con visión humana y con la fe intacta en que se pueden hacer negocios distintos: los veo. Los valoro. Y los acompaño.
Porque este camino no es fácil, pero sí profundamente transformador.
Catalina Giraldo, CEO y fundadora de Makler Inmobiliarios