Montar una empresa en Colombia siempre es un acto de valentía. Pero fundar y sostener una agencia de publicidad es, además, un salto al vacío con los ojos abiertos. Es entrar a un mercado inestable, en el que los presupuestos se reducen con cada crisis y la competencia se libra con lo más difícil de medir: las ideas.

La publicidad se alimenta de la creatividad, que es subjetiva. Lo que para un cliente puede ser brillante, para otro resulta un error. Esa relatividad convierte cada campaña en un examen constante: no basta con tener talento, hace falta disciplina para ajustar, repensar y volver a presentar hasta encontrar el punto de encuentro. En este oficio, la paciencia y la resiliencia pesan tanto como la inspiración.

Si me preguntaran si volvería a empezar este camino, mi respuesta sería un sí rotundo. Porque, a pesar de lo arduo, crear una agencia es una escuela de vida. Cada cliente trae un universo de aprendizajes. Detrás de cada cargo hay una persona que deja huella, aunque su paso sea breve. Y esa riqueza humana vale tanto como cualquier contrato firmado.

En 16 años hemos visto transformarse la publicidad de arriba abajo. De los grandes comerciales en televisión a los virales en TikTok; de disputar espacios en prensa a pelear segundos de atención en un feed. Philip Kotler, en Marketing 5.0, enuncia que las marcas que sobreviven son las que logran adaptarse a la tecnología sin perder su esencia. Esa ha sido nuestra tarea: movernos al ritmo de la industria sin perder el alma en el intento.

Hoy el reto es distinto. La inteligencia artificial entró en la ecuación y cambió las reglas. Para algunos es amenaza; para otros, trampolín. Creo, firmemente, que no reemplaza la chispa humana, pero sí nos desafía a replantear la manera en que trabajamos. Henry Jenkins lo anticipó en Cultura de la convergencia: las industrias creativas que prosperen son las que logran un diálogo entre lo humano y lo tecnológico. En publicidad, esa conversación ya no es opcional, es vital.

Ninguna agencia se sostiene solo en la visión de su fundador. Se levanta sobre la disciplina de un equipo, la lealtad de una socia que comparte la carga y la pasión de quienes ponen su talento al servicio de las marcas. Una campaña brillante nunca nace en solitario: es fruto de decenas de cabezas y corazones sincronizados hacia un mismo propósito.

En un país con una economía frágil y un mercado saturado, sostener una agencia es un acto de resistencia. Exige estrategia, organización y, sobre todo, la convicción de que cada idea puede encender una diferencia. No se trata únicamente de competir, sino de creer que la creatividad tiene el poder de transformar realidades.

La publicidad es exigente, sí, pero también es mágica. Nos da el privilegio de trabajar con ideas, de aprender de las personas y de contar historias capaces de mover emociones. Por eso, aun con todo lo que implica, volvería a tomar este reto una y mil veces. Porque, al final, cada idea que creamos nos recuerda lo más importante: en este oficio, más que vender, lo que hacemos es conectar almas.

Por María del Socorro González, CEO de Soult Agencia