“Soy el autor del homicidio del sacerdote Darío Valencia Uribe”. Así comenzó la declaración juramentada ante un tribunal francés Julián Eduardo Cifuentes Gómez, quien admitió que mató al religioso dentro de un carro en las calles de Pereira el 25 de abril de 2024 y cuyo cadáver tiró al vacío desde una montaña de Caldas. SEMANA revela las escalofriantes confesiones del hombre, en las que vinculó al líder católico con problemas de seguridad, dineros y pistolas.
La historia se conoció cuando surgió la alarma por la desaparición del sacerdote. Las primeras pistas recopiladas por el fiscal 04 especializado de Pereira indicaron que la víctima salió de la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ubicada en el barrio La Elvira de la capital de Risaralda, en una camioneta y en compañía de Cifuentes Gómez. Por el registro de las cámaras de seguridad, se estableció que el carro fue parqueado en la zona céntrica de la ciudad y luego fue abandonado en un estacionamiento.
El Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) y el Gaula recogieron evidencias el 27 de abril que comprometían a Julián Eduardo con la pérdida del cura, por lo que se ordenó interceptar sus comunicaciones de inmediato para establecer sus eventuales responsabilidades. El sospechoso salió del país hacia Francia el 28 de abril y, un día después, un juzgado expidió una orden de captura a su nombre. Con esos datos sobre la mesa, la Fiscalía publicó una notificación roja de Interpol en contra del sujeto y fue detenido cuando aterrizó en Europa.
Para ese momento, la fotografía de Julián Eduardo Cifuentes Gómez ya ocupaba las primeras planas de los medios de comunicación del Eje Cafetero como la persona que estaría detrás de la desaparición del sacerdote, y fue consciente de eso antes de ser capturado. Estando en manos de la Justicia francesa, se inclinó por contar la verdad, y una delegación del ente de investigación colombiano viajó a París para escuchar la versión de los hechos. Antes de narrar lo sucedido, pidió protección para todos los integrantes de su familia y manifestó la intención de ser extraditado a fin de cumplir con la condena en el país.
El sacerdote y el asesino
Cifuentes Gómez describió que conoció a Valencia Uribe en Apía, un pueblo de Risaralda de 12.000 habitantes. Al parecer, fue el sacerdote quien lo buscó, pues él trabajaba con un influyente político de la región y construyeron una amistad que terminó en un crimen.
“Teníamos una relación de amigos. (…). Le gustaban mucho las armas, compraba y ventía (sic). Además, parece que no ha respetado sus deseos de sacerdote. Parecía que tenía una esposa, también tenía negocios, como alquilar cosas con su esposa. (…). Desvío de dinero a diferentes cuentas. Es complicado. Hemos vivido algo muy complicado. Se presentaba como un sacerdote en los pueblos y eso le daba oportunidades para los negocios. Tiene mucha tierra, escuchan los pecados de la gente y pueden dañar el corazón de las personas sin ser juzgados”, describió el confeso asesino sobre la víctima, a quien, supuestamente, le aseguraba su protección.
Frente a esto último, él detalló ante la Fiscalía y el juzgado francés: “Cada vez que transportaba dinero, el señor Valencia Uribe no confiaba en nadie. Cuando necesitaba un arma, no era él quien tomaba contacto, yo mismo le comuniqué un contacto, y cosas por el estilo”.
El confeso asesino les dijo a las autoridades que su trabajo en Colombia era complicado: “Lo que sé son 20 años de secretos. Durante muchos años he hecho mucho daño. Crecí con un arma, siempre crecí con un arma detrás de mi almohada. Mi historia no es nada agradable. Quiero acabar con esto, por eso quiero asumir mi responsabilidad e irme a Colombia, no puedo más”.
Sus palabras impactaron: “No te imaginas todo de lo que soy responsable. Mi responsabilidad es saber quién es quién y quién ha hecho qué. No es fácil para mí”. Entre tantas cosas, mencionó a un poderoso político del Eje Cafetero al que le cuidaba la espalda, padrino de un reconocido senador, y quien, aparentemente, le entregaba dinero al sacerdote para “pagar su confesión, su silencio”.
El día de los hechos
Sin explicar las razones, Julián Eduardo Cifuentes Gómez argumentó que estuvo pensando por varias semanas el crimen del líder religioso, y la planeación habría estado antecedida por esta conversación: “Me había dicho: ‘Necesito más armas porque las necesito para mi seguridad’, pero no sabía que yo mismo estaba a cargo de las desapariciones”.
La muerte del cura se materializó por otro negocio: la transacción de uno de sus vehículos. “El señor Darío necesitaba dinero, le había dado ese dinero muchos días antes. Me decía: ‘Tienes que hacer los papeles, tienes que hacer los papeles’, pero no me gusta tener las cosas a mi nombre”, agregó ante la Justicia francesa.
Ese 25 de abril, los dos se encontraban en la camioneta del sacerdote. La víctima conducía y el asesino estaba a su derecha. “Había estado pensando en esto durante un mes. No había ventaja económica. Era él o yo”, afirmó sin dar mayores explicaciones. Mientras sostenían la conversación, aprovechando que la víctima reposaba sobre el timón, le disparó cuatro veces por la espalda con una pistola semiautomática. Después arrastró el cadáver a la parte trasera y condujo hasta su residencia, donde se cambió las prendas.
“Tuvimos una reunión el sacerdote y yo, y 15 minutos después lo miré a los ojos y le disparé cuatro veces. Estaba en la furgoneta. Yo estaba a su lado, él era el que conducía. Coloqué el cuerpo en la parte trasera del vehículo, me cambié de ropa y me dirigí al lugar donde había dejado el cuerpo”, describió Cifuentes Gómez.
Desaparición del cadáver
Él aceptó todas las responsabilidades: “Soy culpable. Hay muchas cosas de las que hemos hablado, pero no diré más. Como ser humano, todos tenemos nuestros pecados, pero soy el autor material de los hechos perseguidos. Tengo la ubicación en mi mente”. Se refería al sitio exacto donde arrojó el cadáver del sacerdote.
El hombre reveló que salió de Pereira hacia la zona rural del municipio de Belalcázar, en Caldas, pasó por montañas y bosques, para deshacerse de las evidencias: “El cuerpo se encuentra después de la segunda casa abandonada. Está escondido en un agujero, en un pozo. Lo bajé por el barranco haciéndolo rodar. Me costó mucha fuerza”. Y agregó que los restos no los cubrió con tierra: “Está en vegetación. Había usado mucha fuerza, estaba agotado”.
Los funcionarios adscritos al despacho de la Fiscalía 04 Especializada de Pereira y del CTI tomaron atenta nota de las coordenadas que dio el sujeto en Francia para poder localizar el cuerpo en el Eje Cafetero. Tras ocho días de búsqueda, se hallaron los restos de Darío Valencia Uribe totalmente “esqueletizados en la vereda Patio Bonito. La plena identificación fue confirmada por el laboratorio del CTI con apoyo de la canina Darcy en un término de 15 días”, se lee en un reporte interno del ente de investigación, conocido por SEMANA.
El 20 de noviembre pasado, las autoridades lograron el traslado a Colombia del confeso homicida y en las primeras audiencias aceptó los cargos por homicidio, además de fabricación, tráfico, porte o tenencia de armas de fuego, y ocultamiento, alteración o destrucción de elemento material probatorio. Se enfrenta a una larga condena.
José Renato Marín Carmona, abogado penalista y el representante de la Diócesis de Pereira como víctima indirecta en este caso, celebró los resultados de la Fiscalía: “Hay que reconocer el trabajo tan importante y tan arduo que hizo el ente persecutor, porque no solo aplicó casi todas las técnicas de investigación, sino que se extendió a recoger pruebas en Francia”. En cuanto a las acusaciones que hizo el confeso asesino sobre armas, dinero y negocios, el abogado respondió: “No concreta cuál fue el móvil del hecho. Aparentemente, eran temas patrimoniales. Lo que realmente interesaba era que se esclareciera el hecho”.