A uno de los bomberos que atendió la tragedia en la cárcel de Tuluá, donde fallecieron 52 internos producto de un salvaje incendio, la imagen devastadora lo paralizó por algunos segundos. No había visto algo igual en sus años de servicio como voluntario. En el baño del pabellón ocho había, aproximadamente, 17 cuerpos: personas que intentaron abrir las duchas para hacerles el quite al humo, las llamas y la muerte, pero no lo lograron.

Las huellas desesperadas lo impresionaron e inmovilizaron hasta que un agonizante preso lo agarró de la pierna y con el último suspiro le pidió ayuda. Luego dejó de respirar. La tragedia comenzó pasadas las doce de la noche en la madrugada del martes 28 de junio. Minutos antes hubo una riña grande, de esas que solo pueden conducir a escenarios devastadores.

Dos bandos intentaban quedarse con el dominio del patio; dos líderes (o también llamados plumas) dividieron a los más de 160 presos en dos bloques para disputarse el poder, en una batalla campal sin precedentes. La riña debía ser contenida por 26 guardas del Inpec, que no tuvieron más remedio que empezar a lanzar gases lacrimógenos, situación que molestó aún más a los presos.

Ante cada intento de la guardia por retomar el control del patio, los internos quemaban una colchoneta. En pocos minutos las llamas se apoderaron del lugar. El infierno llegó para quedarse por el resto de la madrugada. “Cuando ingresamos al pabellón, vimos una escena muy fuerte. Había una cantidad impresionante de gente en el piso, aún se escuchaban las respiraciones agónicas de ellos mientras nos pedían ayuda”, le contó a SEMANA uno de los bomberos que atendió la emergencia.

Cuenta que en algún momento les tocó priorizar la vida de quienes aún respiraban y caminar por encima de los muertos. No había otra manera. El pabellón ocho es un laberinto con una única salida y entrada. “Solo hay una entrada. Atrás está el baño. En un incendio uno solo puede ir al baño. Es un espacio largo en el que cada recluso tiene un pequeño lugar, como una especie de garita, para poner la colchoneta en la que duerme y uno lo tapa con una cobija o una cortina. Ahí mismo uno tiene su ropita. Todo eso es inflamable. Tuvieron suerte de no haberse quemado todos”, le dijo a SEMANA un hombre que estuvo recluido varios meses en ese sitio.

Interior de la cárcel de Tulúa. | Foto: Revista Semana

Por eso, la mayoría de los 51 muertos (uno más falleció en el hospital) y heridos se encontraban en los baños. Quien llegó primero tuvo unos minutos más de vida. Los que aún respiraban suplicaban por ayuda, y los socorristas empezaron la evacuación rápida luego de controlar las llamas. No había tiempo para hacer a un lado los cuerpos calcinados, así que la ruta de evacuación era una especie de camino de la muerte.

El símbolo de la tragedia es, quizás, un recluso encontrado arrodillado, con sus manos sobre la taza de un baño y su cabeza dentro del sanitario. El ahogo y las quemaduras provocadas por el fuego los llevaron a recurrir a cualquier método que les diera una oportunidad de sobrevivir.

La chispa del infierno

Lo que viene ocurriendo en Tuluá, desde hace más de tres años, no son hechos aislados. En la ciudad corazón del Valle del Cauca hay una disputa entre bandas delincuenciales que se pelean el control criminal y extorsivo. Durante lo corrido de este año se documentó, a través de esta revista, cómo varias avícolas cerraron sus puertas por el cartel del huevo. Básicamente, los empresarios deben pagar generosas extorsiones para comercializar ese producto. Muchos de estos pedidos de dinero vienen desde la cárcel.

En las prisiones –Tuluá no es la excepción– también hay pujas por el poder. Eso no solo representa un dominio total del patio, sino también de los negocios que se mueven afuera, como las extorsiones. Todo eso motivó la refriega en ese penal el pasado lunes en la noche. SEMANA conoció la versión de un interno de la cárcel de Tuluá que sobrevivió a aquella noche de horror: “La película fue la siguiente: se volteó el patio (pelea por el dominio), la guardia subió y soltó la primera pipeta (de gas); cuando soltaron la primera pipeta, la gente prendió las colchonetas para contener el gas. Luego subió toda la guardia a gasear la gente, y entre más tiraban pipetas, más prendían colchonetas. Cuando abrieron la puerta, fue muy tarde”.

La tragedia en la hacinada cárcel de Tuluá era cuestión de tiempo | Foto: Revista Semana

La versión del interno calza muy bien con el relato de otro de los bomberos que atendió la emergencia, quien asegura que en las paredes había sangre, por lo que cree que muchos de los internos murieron mucho antes del incendio. “En el piso del baño había sangre y eso no lo causa el incendio. El fuego provoca el levantamiento de la piel, pero no el derrame de sangre. Algunos tenían señales de golpes. Me atrevería a decir que algunos de los que estaban ahí ya habían muerto producto de la riña”, dijo.

La disputa ese día fue con armas cortopunzantes artesanales, elaboradas dentro del propio penal: cepillos de dientes a los que les sacan punta para causar lesiones.

Una tragedia anunciada

La tragedia en la hacinada cárcel de Tuluá era cuestión de tiempo: desde el momento en que, en 2017, inauguraron una zona nueva en el penal para aumentar su capacidad, pero no intervinieron los pabellones originales, aquellos que estaban ahí desde que se puso la primera piedra hace más de 50 años.

El pabellón 8, ubicado en el cuarto piso de uno de los bloques de la parte antigua de la cárcel, no contaba con ningún sistema contra incendios. No había nada sofisticado que pudiera contener las llamas. Los 26 guardianes del Inpec que ese día estaban de turno en el penal solo contaban con diez extintores para lidiar con una emergencia de esta magnitud.

Las labores de los bomberos dentro de la cárcel terminaron hacia las 5:30 a. m. Lo que vendría después serían las inspecciones de las autoridades y la confirmación de las víctimas. Uno a uno se leyeron los nombres de los fallecidos en presencia de las familias, que lloraron y gritaron por sus muertos al conocer su final.

Las investigaciones apenas están en marcha. La Fiscalía General destinó un equipo de investigadores para realizar las pesquisas que aclaren los hechos, y la Procuraduría General recomendó sellar la parte antigua de la cárcel de Tuluá, razón por la que ya fueron trasladados 350 reclusos que estaban en algunos pabellones de esa zona. Tuvieron que morir 52 personas y resultar gravemente heridas otras 22 para que las autoridades empezaran a tomar decisiones importantes sobre esta crisis carcelaria.