La neurociencia ha demostrado que las emociones colectivas, especialmente el miedo y la rabia, activan estructuras cerebrales primitivas como la amígdala, que secuestran el pensamiento racional y facilitan conductas gregarias. Este mecanismo ha sido históricamente explotado por líderes populistas para moldear masas, sustituyendo la deliberación por impulsos emocionales. Aunque comparar el proyecto de Adolf Hitler con el de Gustavo Petro puede parecer extremo, ambos comparten patrones de manipulación emocional y política que la ciencia del cerebro ayuda a comprender.

Alemania, en los años treinta, sufría una depresión económica y un sentimiento de humillación tras el Tratado de Versalles. Colombia, en cambio, no enfrentaba una devastación económica cuando Petro llegó al poder. Sin embargo, el presidente colombiano ha recreado artificialmente una sensación de crisis, activando las emociones colectivas como herramienta de control, tal como Hitler lo hizo en su contexto. En ambos casos, la estrategia es la misma: estimular el cerebro límbico de las masas, donde predominan el miedo y la ira, para suplantar el análisis racional.

Hitler construyó enemigos claros para cohesionar a su base: los comunistas y los judíos. Petro, en un contexto distinto, ha replicado la fórmula al señalar a la ‘oligarquía’, a los empresarios y a la oposición como obstáculos del pueblo. La neurociencia —a través de estudios de Tali Sharot y Antonio Damasio— ha demostrado que el cerebro humano responde con más intensidad a amenazas concretas que a promesas abstractas. De ahí que ambos líderes utilicen un lenguaje cargado de sesgos emocionales, intensificando la polarización y fomentando una dinámica de ‘nosotros contra ellos’ que suprime la deliberación colectiva.

El desprecio por los contrapesos democráticos es otro patrón compartido. Hitler eliminó la separación de poderes para consolidar su control, mientras que Petro —aunque sin el mismo contexto totalitario— deslegitima decisiones judiciales, presiona al Legislativo y convierte a los límites institucionales en símbolos de conspiración contra el pueblo. Según el neurocientífico Michael Gazzaniga, cada desafío exitoso a los límites refuerza el circuito de recompensa del cerebro, liberando dopamina y volviendo al líder más propenso a repetir y radicalizar estas conductas.

Ambos, además, se apoyan en organismos de inteligencia para neutralizar opositores. Hitler utilizó a la Gestapo como brazo represivo y de control político, mientras Petro, con un estilo adaptado, usa la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI) como instrumento para vigilar, presionar y neutralizar a críticos y adversarios. No con la brutalidad de la Alemania nazi —aunque esta parte puede atribuirse a los grupos armados, que, gracias a la fallida paz total, las concesiones y beneficios otorgados por el Gobierno Petro, han fortalecido su poder y capacidad destructiva—, el paralelismo en la instrumentalización del aparato estatal es innegable.

El culto a la personalidad completa el cuadro. Hitler proyectó la figura del ‘führer infalible’, reforzada por propaganda que activaba el sistema dopaminérgico del núcleo accumbens en las masas, generando admiración adictiva. Petro, con un estilo irreverente, se posiciona como figura central y redentora, con un discurso cargado de egocentrismo que refuerza su imagen como el único capaz de ‘salvar’ al país —y ahora al mundo—, alimentando una dependencia emocional de sus seguidores.

En este marco, resulta aún más preocupante que Petro, en medio de la grave crisis de seguridad y humanitaria que vive Colombia en muchas regiones, busque proyectar su liderazgo en escenarios internacionales, como el conflicto en Gaza. Su iniciativa de enviar tropas colombianas se presenta como un acto de ‘solidaridad internacional’, pero en realidad constituye un distractor político que reproduce un viejo patrón: señalar nuevamente a los judíos como enemigos, esta vez bajo el discurso de una supuesta ‘defensa de los palestinos’. En lugar de enfrentar los graves problemas internos de gobernabilidad, seguridad, salud y economía, Petro busca trasladar la emocionalidad colectiva a un escenario ajeno, manipulando los sentimientos históricos contra Israel para victimizarse, polarizar más a la sociedad y contrarrestar su bajo nivel de popularidad y aceptación.

Paradójicamente, Petro suele mencionar a Hitler en sus discursos y redes sociales como símbolo del horror histórico. Lo que ignora, o no quiere reconocer, es que su propio estilo político reproduce muchos de los mismos mecanismos de manipulación emocional y concentración de poder que caracterizaron al nazismo en su fase populista: construcción de enemigos, desprecio por los contrapesos, uso del aparato de inteligencia para controlar opositores, culto al líder, y ahora incluso, la instrumentalización del antisemitismo bajo el disfraz de política exterior.

La lección neurocientífica es clara: cuando la política activa deliberadamente el miedo, la ira y la idolatría, desplazando el pensamiento racional y debilitando los contrapesos, la democracia se transforma en un campo de decisiones irracionales. Alemania fue arrastrada a su destrucción por estas dinámicas. Colombia, de continuar bajo un proyecto que privilegia la manipulación emocional y el poder concentrado sobre la racionalidad institucional, corre el riesgo de hundirse en un caos político, económico, social y cultural de difícil retorno.