En México, los corridos cuentan la vida de personajes que se mueven en la frontera de la ley. Son cantos de respeto ganado a punta de miedo, de hombres que patrullan de arriba a abajo para recordarles a todos quién manda. El mayor de los Ranas de Víctor Valverde retrata a uno de esos jefes: siempre visible, con aparato en mano, rodeado de un séquito que le juró obediencia. El poder allí no se mide en argumentos ni en resultados, sino en despliegue, ruido y lealtad sin fisuras.
Colombia no canta corridos, pero sí parece gobernarse bajo esa misma estética. Gustavo Petro prometió un cambio histórico, un gobierno que transformaría la política, la economía y la vida social. Sin embargo, lo que vemos con frecuencia se parece más a la figura del mayor de los Ranas: un presidente que patrulla a diario con frases altisonantes, desplantes mediáticos y protagonismo excesivo. Mucha bulla, mucho espectáculo, pero muy poco resultado verificable.
El corrido dice: “cero tolerancia para el que la ande cagando”. Petro, en tono similar, lanza frases como “en todo barrio popular hay un Brayan que embaraza y abandona mujeres” o “los Brayan son hombres vampiros codiciosos”. El efecto es el mismo: estigmatizar, dividir y clasificar a sectores sociales, como si la política pudiera conducirse señalando culpables morales. El corrido también habla de “sabandijas y ratas” que deben alinearse. Petro convierte a los “Brayan” en caricaturas negativas de la juventud popular. Gobernar desde el prejuicio es gobernar desde el miedo.
La canción insiste en la lealtad: “al cien con los jefes, estamos a la puta orden”. En Palacio, muchos funcionarios parecen más comprometidos con obedecer al líder que con servir a la ciudadanía. El caso de Carlos Ramón González, hoy con orden de captura, es ilustrativo: aliado político que se sacrifica por Petro, incluso a costa de su reputación y de las instituciones. Es la misma lógica de la letra: “pa’ morir nacimos, siempre estamos a la orden”.
Pero el corrido también retrata un estilo de jolgorio: “con un toque bueno y a punta de carcajadas”. En política, eso se refleja en la actitud del presidente, que ha protagonizado episodios ampliamente cuestionados por su actitud en tarima, y en frases vulgares como aquella de que “una mujer libre hace lo que se le da la gana con su clítoris”. Lo que debería ser un debate sobre autonomía y liderazgo femenino se redujo a burla e irrespeto. La burla reemplaza al argumento, como en el corrido.
Mientras tanto, la realidad es más dura. El corrido canta: “sembrando el terror como siempre”. Colombia supera hoy las 350 mil hectáreas de coca, la mayor cifra registrada en su historia. Nunca el país había estado tan inundado de narcotráfico. Sin embargo, Petro relativiza el problema afirmando que “la cocaína no es peor que el whisky”. La contradicción es evidente: mientras se presume soberanía, los cultivos ilícitos crecen; mientras se promete paz, el crimen organizado se expande y las comunidades quedan atrapadas en la ilegalidad.
Los datos económicos también golpean. El déficit fiscal se ubica entre el 6 % y 7 % del PIB, la deuda pública alcanza el 60 %, y un tercio de los ingresos nacionales se destina a pagar intereses. La inversión, motor esencial del crecimiento, cayó del 24 % al 16 % del PIB en los últimos años, y el crecimiento potencial apenas llega al 2,7 %. Es decir: no alcanza para generar empleo estable ni para reducir la pobreza. En paralelo, el gasto de funcionamiento del Estado crece cerca de 10 % real, mientras se anuncia una reforma tributaria de 26 billones que desincentiva la inversión privada.
El corrido afirma: “afirma pendientes, nunca se nos pasa nada”. Petro actúa igual: confía en frases efectistas como “lo ilícito se vuelve lícito quitándole la i”, como si el discurso pudiera reemplazar la política pública. Pero los hechos contradicen la retórica: la confianza empresarial se desploma, la inversión extranjera se reduce y los mercados internacionales dudan de la estabilidad del país. Mucho ruido en la patrulla, pocos resultados en la gestión.
El mayor del corrido “siempre al frente va”. Petro asegura: “me queda un año y lo voy a aprovechar”. Ambos insisten en mostrarse como protagonistas indiscutibles. El problema es que en democracia el liderazgo no se mide en despliegue personal, sino en eficacia institucional. La obsesión por patrullar a diario, por aparecer en titulares, produce desgaste y fractura social. Mientras tanto, los homicidios crecen en las regiones, el desempleo juvenil sigue alto y la informalidad supera el 55 %.
Incluso en el terreno político se repite la lógica del corrido. Petro llama “víbora” a Álvaro Leyva y al tiempo protege a otros aliados cuestionados. Es la política de patrulla: marcar traidores, exaltar leales, mantener la tensión como espectáculo. El corrido lo resume bien: “al cien con los jefes, estamos a la orden”. Lealtad al líder antes que coherencia en las instituciones.
Y como si fuera poco, aparece la ambición de perpetuidad. El corrido cierra diciendo: “quedó comprobado la vez del jefe ratón, que vamos de fresa, no tenemos compasión”. El gobierno parece caminar en esa dirección: asegurar la continuidad del proyecto político cueste lo que cueste, incluso explorando mecanismos que rocen la idea de reelección disfrazada. La patrulla no puede apagarse, el show no puede detenerse, aunque el costo institucional sea alto.
El episodio con Estados Unidos lo confirma. Mientras la Casa Blanca advierte retrocesos en la lucha antidrogas, Colombia presume soberanía: “No amenacen nuestra soberanía, porque despertarán al jaguar” y “el cierre del espacio aéreo es completamente ilegal” en el caso de Venezuela, pero pierde aliados clave. Mientras Petro insiste en que se transforman las políticas, la evidencia muestra lo contrario: más coca, más violencia, menos confianza internacional. Es el corrido hecho política: la patrulla pasa con ruido, pero el terreno queda desordenado.
En temas de seguridad, Petro afirmó que “en Colombia hay 60.000 armas que el Estado entregó a civiles y que hoy están perdidas, sin control y sin registro claro”. Y lo más grave es que quien denuncia el desorden es el mismo que gobierna. Como en el corrido, Petro prende la sirena, señala al enemigo y se lava las manos, mientras el Estado —su propio Estado— fortalece al crimen por omisión. Cuando un presidente admite que perdió el rastro de miles de armas, no describe un problema: confiesa su responsabilidad.
Un presidente que confunde la realidad mientras advierte que la humanidad podría confundirla. Cita mal a Hawking y se escuda en volcanes y videos para evitar hablar del país real. La crisis no es la IA ni el Etna: es un gobierno que se refugia en metáforas para no enfrentar sus responsabilidades.
Cuando Petro dice: “Ya no tengo visa para viajar a Estados Unidos… Soy ciudadano europeo y me considero libre en el mundo”, no proyecta soberanía: proyecta desconexión. Mientras él presume libertad global, millones de colombianos sí dependen de esa visa. Es la misma lógica del corrido: el jefe que pasa “zumbando” por el bulevar sintiéndose intocable, ajeno a la realidad de la gente. Su frase no soluciona nada; solo exhibe el privilegio desde el que gobierna.
La paradoja es evidente. Los corridos entretienen, pueden ser relatos culturales valiosos, pero no alimentan ni resuelven problemas. Un Estado no puede gobernarse como si fuera un corrido: con desplantes, vulgaridad y demostraciones de fuerza. Necesita instituciones sólidas, políticas claras y resultados verificables. Hoy, en cambio, tenemos déficit creciente, deuda alta, inversión baja, violencia en expansión y un presidente convertido en protagonista de titulares más que en garante de soluciones.
La pregunta es clara: ¿queremos un Estado que funcione como un corrido, donde manda el jefe que más grita, que patrulla para ser visto, que divide para mantener control o un Estado que construya consensos, respete la ley y dé resultados reales? Petro prometió lo segundo, pero gobierna cada vez más parecido a lo primero.
El mayor de los Ranas patrulla, impone, genera miedo. Pero cuando se va, solo queda el eco de la sirena y la certeza de que nada cambió. En Colombia, tristemente, el eco de esa patrulla lleva tres años pasando por las regiones de Colombia.
El mayor de los Ranas patrulla sin razón, impone con ruido, se disfraza de campeón. Prometió un cambio, justicia y transformación, pero al irse solo deja el eco de decepción. Tres años de discursos que se sienten en canción, ruido en las regiones, desorden y confusión. Más coca, más pobreza, más gasto sin control, más frases altaneras que no llenan el cajón.
El pueblo ya resiente la falta de dirección, promesas incumplidas, sin empleo ni nación. Así suena la patrulla, así vibra la tensión: mucha sirena en la calle, poca solución.