Dice el proverbio bíblico que “El que mucho habla, mucho yerra”. Toda la sabiduría milenaria que encierra dicho proverbio, en mi opinión, debe convertirse en una guía para todas las personas, particularmente las que tienen mayores responsabilidades sociales, políticas, gubernamentales o a nivel internacional e, incluso, las familiares.
En ese sentido, con todo respeto, me preocupa la ligera respuesta del presidente Petro a la decisión unilateral del presidente de los Estados Unidos de descertificar a Colombia en todo lo relacionado con la lucha conjunta contra el narcotráfico. Esa descertificación, tal como lo solicitaron los integrantes del partido Demócrata de EE. UU., y otras personalidades de ese país, no conlleva recortes económicos o materiales al actual apoyo de los EE. UU. a Colombia en la lucha contra el narcotráfico.
Colombia no será el primero ni es el último país descertificado en la lucha global contra el narcotráfico. Lo importante es que, tanto los países productores como los consumidores, encontremos cada día mecanismos más eficaces de cooperación contra ese delito que afecta la convivencia pacífica y la salud de todos los pueblos del mundo.
En otras palabras, la tan mencionada descertificación debería ser un punto de partida para un nuevo diálogo y mecanismos de cooperación entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos en la lucha integral y recíproca contra el flagelo del narcotráfico.
De modo que mi consejo al presidente Petro y a su equipo de gobierno es que moderen el lenguaje frente a la descertificación, mucho más cuando todos sabemos que el delito del narcotráfico no se inició en el actual gobierno, como tampoco la violencia de los grupos armados ilegales y del narcotráfico, que tanto daño le han hecho a la población urbana y rural de Colombia. Sugiero que sean mucho más pragmáticos en las complejas y desiguales relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
Como exvicepresidente de la República y exembajador de Colombia en Ginebra, Suiza, ante el Sistema de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, no me queda sino recomendarle, tanto al gobierno nacional como a otras personas de la vida política y social de Colombia, que se atemperen y se moderen un poco, porque creo que todo presidente de la República, político, maestro o padre de familia, deben siempre enseñar con el ejemplo, la prudencia, la transparencia.
Esa norma de conducta fue la que nos permitió actuar con sentido común en la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, cuando, en medio de la diversidad política y social que la caracterizaba, logramos unir en la diferencia desde personas que venían de la guerrilla del M-19 hasta personas que pertenecían a los partidos tradicionales, a movimientos políticos de izquierda, a organizaciones sociales, empresariales y étnicas y del mundo académico para promulgar, por unanimidad y de manera amistosa, la Constitución de 1991.
Esa extraordinaria experiencia unitaria y respetuosa de la Asamblea Nacional Constituyente debería ser retomada en Colombia con el fin de contribuir a la solución de los graves conflictos políticos y sociales que, desafortunadamente, aquejan al país.
También, el proverbio “El que mucho habla, mucho yerra”, como lo sucedido en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, constituyen ejemplos importantes que deben tenerse en cuenta por el conjunto de la población colombiana y, en especial, por los dirigentes políticos, tanto los relacionados con el gobierno nacional como de la oposición política, incluidos quienes aspiran a la presidencia de Colombia a partir del 7 de agosto de 2026.