De la política se puede aprender mucho observando cómo nos comportamos los seres humanos en otros ámbitos de la vida. Pienso, por ejemplo, en esas conversaciones con un gran amigo que, perdidamente enamorado, me repetía una y otra vez cuando hablamos de la persona con la que está saliendo: “Hay que confiar en el proceso”.
Aplicando la misma lógica, he llegado a una conclusión sobre el tremendo caos que pareciéramos vivir frente a las elecciones de 2026: también hay que confiar en el proceso de unidad por el que está pasando Colombia. No nos adelantemos. Este es un proceso que debe construirse con calma, sin afanes ni imposiciones.
Lo curioso es que alguno que otro candidato opositor y sus seguidores, esos que desprecian a otros candidatos que no hacen tanto ruido en el universo de las redes, parecen ser los más afanados con el famoso cuento de “la unión”. Y ahí surge la pregunta incómoda: ¿será que, en el fondo, no les conviene confiar en el proceso?
Algunos podrían acercarse a este escenario político desde la narrativa de superar los egos y dejar la envidia. No obstante, el proceso no puede ser a las malas, como si se tratara de adelantar las elecciones a conveniencia de recibir todo el apoyo de un sector. Se puede entender el afán de algunos por aprovechar el timing de las encuestas y consolidar a su candidato de una vez por todas. Pero esto no se puede hacer engañando a la gente y metiéndole miedo.
Lo cierto es que la campaña apenas está empezando. Los partidos hasta ahora están por definir a quién le dan el aval para que los represente. Los candidatos independientes escasamente han terminado su recolección de firmas. Así que… calma. Escuchar el veredicto de la democracia también es un proceso que no podemos imponer, como si se tratara de ungir a un mesías. Se trata de escoger el mejor liderazgo que pueda servirle a Colombia con rectitud intachable y experiencia verificable.
Además, hay que entender que Colombia no está simplemente eligiendo el ganador de La casa de los famosos 2026, está decidiendo el rumbo del país, no solo de los próximos cuatro años, sino también del siguiente periodo, pues creo que no queremos vivir un efecto péndulo en las elecciones de 2030. Es decir, la próxima década está en juego, y eso no se define en un par de trinos virales por X o TikTok.
La unidad real no surge de presionar a los demás para que se alineen detrás de un proyecto político improvisado. La unidad real no se construye si, por debajo de la mesa, se hacen maromas para desacreditar a quienes se invita a trabajar juntos. Por eso, la coherencia es la verdadera base de la unidad.
Si de verdad se busca construir confianza, dejen de prometerles a los colombianos una unión disfrazada de oportunismo y permitan que se respete el tiempo natural de la contienda electoral. ¡Van a cansar a la gente de tantas promesas de unión! En cambio, en marzo sí se pueden medir las favorabilidades por medio de votos reales y no de ruido digital.
Por ende, no pretendamos simplificar el proceso. La unidad que busca Colombia se va a dar, pero no nace del miedo a perder, sino desde la convicción de ganar bien.
Para las verdades, el tiempo. ¡Hay que confiar en el proceso!