Hay momentos en la historia que se sienten como un punto de no retorno. Venezuela parece estar viviendo uno de ellos. Me explico.

Todo indica que el régimen de Nicolás Maduro enfrenta sus últimos días tal como lo conocemos. La presión –esta vez– viene de todos los frentes: político, militar, económico y, sobre todo, geoestratégico.

El especial ‘Maduro en la mira’, emitido por Línea de fuego en Noticias Univisión 24/7, lo puede encontrar en YouTube, deja al descubierto que Washington ya no contempla escenarios retóricos ni simbólicos. Lo que antes eran advertencias diplomáticas, hoy se transformaron en movimientos concretos. James Story, exembajador de Estados Unidos en Caracas, lo dijo con una claridad demoledora: “Las opciones ya no están sobre la mesa… están frente a la casa. (…) Yo diría que dentro de 30 días, eso es lo que creo yo”. En diplomacia, esa frase no es una metáfora: es una cuenta regresiva.

El despliegue del portaaviones USS Gerald R. Ford –el más grande del mundo– en el Caribe y la reactivación de operaciones conjuntas entre agencias de inteligencia marcan una diferencia sustancial con cualquier episodio anterior. Esta vez, no se trata de advertencias, sino de preparación operativa. Y en esa línea, el propio Story anticipa: “Algo va a pasar… algo que provoque la caída de Nicolás Maduro”.

La pregunta inevitable es: ¿por qué ahora? El exenviado especial Elliott Abrams, quien conoce como pocos las entrañas del poder en Washington, ofrece la respuesta más precisa: “Cuando Trump ganó, hubo personas, sobre todo John Bolton, que presionaron para que se tomaran más medidas… y no podía vendérselo al presidente. (…) Este año no parecía que hubiera nada parecido a lo que estamos viendo. ¿Qué cambió? Ese es el misterio”.

El misterio, sin embargo, tiene una explicación política evidente: esta vez Donald Trump gobierna sin contradictores internos. Los asesores que frenaron o diluyeron decisiones en su primer mandato ya no están. En su lugar, hay una estructura de poder ideológicamente cohesionada, dispuesta a ejecutar una doctrina de “máxima presión” sin matices. Si en 2019 la estrategia fue contener a Maduro, en 2025 el objetivo es removerlo. Contundente.

El senador Tim Kaine, desde el Comité de Relaciones Exteriores, lo advierte con preocupación: “El presidente está tomando acciones, en mi opinión, que son ilegales en un sistema constitucional. (…) El poder de comenzar una guerra es del Congreso, no del presidente”. Pero más allá del debate legal, el hecho de que un senador hable en esos términos confirma la magnitud de lo que está ocurriendo: Estados Unidos ya no actúa solo en el plano discursivo, sino operativo.

Esta nueva etapa parece ser más que una reacción puntual a la crisis venezolana. Representa el inicio de una campaña mayor para que Washington recupere el espacio geopolítico perdido en América Latina, una región que durante años fue ocupada por la izquierda radical y el narcotráfico. Desde México hasta la Patagonia, la influencia de regímenes autoritarios y el dinero del crimen organizado erosionaron el poder blando estadounidense. Trump está dispuesto a recuperarlo y de paso mandarle un mensaje claro a Rusia, China e Irán: no los queremos cerca.

El retorno de Trump, con su lenguaje directo y su lógica de “acción antes que negociación”, plantea una reconfiguración profunda del tablero hemisférico. La administración ya no busca “aislar” a los regímenes aliados de Maduro: busca sustituirlos. Ojo Cuba y Nicaragua. Queda por ver eso qué significa para Colombia, un país estratégico para Washington que también fue por mucho tiempo subestimado por Estados Unidos.

Por eso, cuando se escucha a Story decir que “esto va a pasar dentro de 30 días”, no se trata de un pronóstico arriesgado. Es una advertencia respaldada por portaaviones, drones, inteligencia satelital y una voluntad política que no admite más dilaciones.

Maduro, el dictador que sobrevivió a sanciones, conspiraciones y hambre, podría estar viviendo sus horas finales. Esta vez no se trata de rumores ni filtraciones. Todo apunta a que el reloj ya comenzó a correr. Maduro tiene los días contados y sus compinches, también.