La entrada oficial de Tesla a Colombia, marcada por el anuncio de precios iniciales sorprendentemente competitivos, tomó por sorpresa al mercado, al punto de que, desde ese momento, se hizo habitual ver a docenas de personas haciendo fila para entrar a su local del centro comercial Andino, en Bogotá.

La movida de Tesla, una de las marcas de vehículos eléctricos más populares del mundo, interpreta correctamente la disposición de los consumidores colombianos. Pero no debe perderse de vista que es también la materialización de un punto de inflexión tecnológico que obliga a los potenciales compradores a abandonar el paradigma tradicional de adquisición de vehículos.

Un Tesla no se compra con la mentalidad de un automóvil de combustión; se adquiere más como una plataforma tecnológica. Un potencial comprador haría bien en recordar esto, porque la decisión exige una evaluación sopesada de las realidades financieras, operacionales y logísticas que el brillo de la innovación puede ocultar.

El primer paso es desmantelar el espejismo del precio. Cuando la versión de entrada del Model 3 se anuncia cerca de los 110 millones de pesos, la cifra se percibe como disruptiva para un vehículo de alto rendimiento y tecnología avanzada. Sin embargo, es más el reflejo de algo que Tesla sabe bien: que en el mercado de los eléctricos en Colombia hay competidores muy fuertes.

No es posible negar que Tesla fue un pionero en el campo de los EV y que hizo mucho por popularizarlos. No es exagerado comparar su papel con el que tuvo Apple en el proceso de enterar al mundo de lo que podía ser un smartphone.

Pero así como el iPhone ya no habita solo el paisaje de la telefonía smart, Tesla ya no rueda sola en el mundo de los EV y eso significa que un comprador inteligente debería sopesar con cuidado sus opciones y no saltar, simplemente, detrás del logo. Eso sí, una movida tan agresiva está llamada a obligar un ajuste en los precios de la competencia, así que: gracias por eso.

Tesla se ganó su fama con vehículos que entregan torque instantáneo y aceleración consistente, por encima de muchos de sus competidores de combustión interna, pero, es verdad, no muy distintos a lo que ofrece hoy un buen EV de otras marcas. Los carros de Tesla exhiben algunas de las mejores cifras de autonomía por carga en el mercado, si bien cada caso (y cada carro) debe ser examinado a la luz de lo que necesita el comprador.

Como todos los eléctricos, los Tesla gozan de incentivos fiscales nacionales y, en ciudades como Bogotá, una exención de la medida de pico y placa que es, para muchos, su característica más atractiva. Es verdad que el costo operacional de los carros eléctricos nuevos es mucho menor al de los carros a gasolina. No solo recargarlos es sustancialmente más barato, sino que requieren menos mantenimiento regular.

Sin embargo, nada de esto debería obviar los desafíos concretos que deben enfrentar quienes se suban, de manera literal, a esta tecnología.

El primero es, de lejos, el tema de la devaluación significativa de los carros eléctricos. Aunque las baterías de Tesla tienden a degradarse de manera predecible, la situación del mercado de segunda mano para los Tesla puede ser incierta y los propietarios pueden enfrentarse a la falta de demanda o a compradores reacios.

También debe considerarse el estado aún incipiente de la red de “supercargadores”. Si bien Tesla trabaja para expandir esa red, la disponibilidad es todavía limitada en comparación con otros países y todo dependerá de qué tan rápido avance la empresa en sus planes. Para muchas personas, el principal punto de carga será la casa y eso implica inversión y planeación.

Otro aspecto por considerar es que Tesla opera, por ahora, mediante un modelo de venta directa y servicio centralizado. Esta ausencia de una red de concesionarios tradicional implica una dependencia total de la empresa. La experiencia global demuestra que, si bien el servicio móvil es competente y conveniente, las reparaciones complejas o los trabajos que requieren repuestos importados pueden traducirse en tiempos de espera prolongados.

Finalmente, está la promesa de la autonomía asistida. El sistema de asistencia al conductor depende de la precisión del sistema de mapas, que combina la visualización de Google Maps con un motor de enrutamiento propio. Eso por no hablar de las funcionalidades que genuinamente deslumbran al público, como la Capacidad de Conducción Autónoma Total (FSD), que son un add-on que agrega 32 millones de pesos a la factura.

El sitio oficial de Tesla apenas dice: “En futuras actualizaciones, tu vehículo podrá manejarse solo, casi en cualquier lugar y con una mínima intervención de tu parte”. Es una promesa gigante, que solo sabremos si se cumple cuando colombianos reales la puedan usar.

Porque se trata de una funcionalidad que aún no es legal o tecnológicamente implementada por completo, y que obliga al conductor a mantener siempre el control. A eso se suman, aceptémoslo, las condiciones de ciudades como Bogotá, en las que baches, calles inundadas y granizadas son realidades cercanas; lo cual, por supuesto, no es culpa de Tesla.

Pero, como punto final, una gran carta tapada de los Tesla y de su enfoque como una tecnológica que hace carros es que cualquier detalle puede resolverse cualquier día, como por arte de magia, solo con la varita que son las actualizaciones Over-The-Air.

Con todo, tal vez sea prematuro hablar de la “democratización” inmediata de la movilidad eléctrica. La adquisición de un Tesla en Colombia es una decisión de vanguardia que exige un comprador con la sofisticación para ver más allá del precio de entrada y la capacidad para hacer frente a los costos diferidos. El valor de los incentivos operativos y la exención de movilidad es real, pero ser uno de los primeros compradores en el país significa convertirse en un gestor activo de la logística de servicio y de la infraestructura de carga, con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva.