Cuando se firmó el tratado de límites entre Colombia y Perú en 1922, no existía la isla de Santa Rosa, situada frente a Leticia. La fueron colonizando ciudadanos y autoridades peruanas desde cuando fue surgiendo del río en los años sesenta. Es natural, pues, que dentro de un espíritu de convivencia se reconozca como territorio peruano. Colombia ganó el trapecio amazónico en el tratado que firmaron el ministro de Colombia en Lima, Fabio Lozano Torrijos, y el ministro de RelacionesExteriores del Perú, Alberto Salomón. El tratado fue muy impopular en el Perú porque Leticia fue fundada por peruanos del departamento de Loreto y bautizada así por una beldad de Iquitos, Leticia Smith Buitrón. Los empleados de un peruano dueño de un ingenio azucarero en Leticia, que súbitamente pasaron a residir en un país extranjero, fueron los asaltantes que se tomaron el puerto el primero de septiembre de 1932, desencadenando así la guerra que duró dos años. Solo después de esta invasión civil, el teniente coronel Luis Miguel Sánchez Cerro, presidente del Perú, envió tropas que ocuparon territorio colombiano.
Sánchez Cerro fue una figura dictatorial, un chafarote estrafalario y grotesco como pocos en la historia de América Latina. Monigote inmortal lo llamaban en el Perú. En Colombia, la donación de argollas de oro matrimoniales permitió recolectar 10 millones de dólares, que fueron girados al embajador de Colombia en Francia, el general Alfredo Vázquez Cobo. Este compró dos barcos viejos de la Primera Guerra Mundial, los dotó de ametralladoras y cañones, y en cuestión de 90 días, es decir, en diciembre de 1932, electrizó a los colombianos con la presencia de una flotilla naval que empezó a remontar el Amazonas en Belém do Pará: el crucero Mosquera, de 1.700 toneladas de desplazamiento, y el minador Córdoba, de 600 toneladas. En Belém se les unió el Boyacá, que traía tropas desde Puerto Colombia. Si alguien ha sabido responder con celeridad y eficiencia a una crisis nacional e internacional fue el general Vázquez Cobo. El Banco de la República honró su gesta publicando en 1985 su libro Pro Patria: la expedición militar al Amazonas en el conflicto de Leticia.
Excelente estratega militar resultó ser el presidente de Colombia, Enrique Olaya Herrera. Vázquez Cobo pretendía desalojar a los peruanos emplazando la flotilla naval frente a Leticia. El mono Olaya discrepó, porque ese ataque se realizaría desde aguas internacionales en un punto en que la otra ribera del Amazonas pertenecía a Brasil. Ordenó entonces a Vázquez Cobo no continuar hacia Leticia por el Amazonas, sino remontar el Putumayo y atacar a los peruanos frente a Tarapacá, donde ambas riberas del río pertenecían a Colombia, según el tratado. En febrero de 1933, cinco meses después de la invasión peruana, la flotilla naval y los hidroaviones del capitán Herbert Boy, piloto de la Scadta, desalojaron las tropas peruanas, que salieron despavoridas.
El 30 de abril de 1933, Sánchez Cerro habló ante un contingente de 25.000 a 30.000 soldados congregados en Lima en el Hipódromo de Santa Beatriz. Debían partir hacia el frente a luchar contra las tropas colombianas. En un discurso patriótico, Sánchez Cerro dijo: “Yo, como miembro viril del Ejército peruano…”. A la salida, un joven cocinero aprista le descargó cinco disparos por la espalda, incluyendo uno que le atravesó el corazón. Falleció en el Hospital Italiano. La muerte de Sánchez Cerro, que defendía la guerra contra Colombia, selló la derrota para su país.
La hazaña de recuperar el trapecio no sirvió para incorporarlo a la geografía nacional. De Leticia se apoderó desde los años cincuenta un aventurero llamado Mike Tsalickis, de Tarpon Springs, colonia de pescadores griegos en la Florida. Exportó miles de micos titís, centenares de miles de peces ornamentales y otros animales vivos, como ocelotes y manatíes. Construyó el Parador Ticuna y habilitó la pista de aterrizaje. Los Estados Unidos lo premiaron con el título de cónsul honorario. En 1966, un artículo en la revista Selecciones lo elogiaba por mejorar las condiciones de vida en la región. El sacerdote jesuita Enrique Pérez Arbeláez, padre de la ecología en Colombia e insigne botánico, lo denunciaba repetidamente en su columna de El Tiempo. Federico Medem, el ilustre herpetólogo de la Universidad Nacional, lo llamaba el ángel exterminador de la fauna amazónica. En 1988, Tsalickis fue condenado por esconder cocaína en listones de madera que despachó a la Florida. Pagó 20 años de cárcel y murió a los 91 años en 2018. Después del fervor patriótico que permitió en los años treinta recuperar el trapecio, es una vergüenza histórica para Colombia que un bandido y un depredador de la selva se hubiera adueñado de Leticia.